Artículos del pozo
Editorial
Desde tiempos muy remotos, la humanidad ha tenido la necesidad de reconocer a todos los organismos que le rodean, pues de ello depende su supervivencia en el planeta…
Desde tiempos muy remotos, la humanidad ha tenido la necesidad de reconocer a todos los organismos que le rodean, pues de ello depende su supervivencia en el planeta; por ejemplo, qué especies sirven de alimento, cuáles son venenosas, cuáles son útiles en la elaboración de medicinas o en la construcción de viviendas. Para obtener estos conocimientos, personas con inquietudes singulares adquirieron un entrenamiento particular, por lo que las civilizaciones generalmente han contado con gente especializada en el estudio de la diversidad de seres animales y vegetales (y de otros grupos de organismos) que viven en un espacio y tiempo determinado.
En la actualidad, debido al crecimiento de la población humana y el desarrollo tecnológico, no solo hacemos uso de la biodiversidad de la Tierra, sino que la estamos amenazando seriamente. De hecho, la estamos destruyendo antes de siquiera conocerla. Se calcula que aproximadamente se extinguen de 100 a 150 especies por día, lo que significaría alrededor de una a dos especies cada 15 minutos, de modo que resulta fundamental fortalecer el conocimiento en torno a los seres vivos para lograr mejores resultados en su conservación.
La forma de estudiar a la biodiversidad está siendo innovada por la aplicación de nuevos métodos como el estudio del ADN y la implementación de los Códigos de Barras de la Vida, que combinan el uso de caracteres tradicionales, tecnología y bioinformática. Este método se ha convertido en una herramienta muy importante para el reconocimiento de la biodiversidad, sobre todo en países megadiversos como México; ha permitido el descubrimiento rápido de nuevas especies, así como la identificación de las ya existentes, con más de un 90% de confiabilidad. Se pueden identificar seres vivos a partir de trazas que dejen en el agua o el suelo (moco, heces, pelos u otros elementos), por lo que podemos saber qué animales o plantas se encuentran en un lugar sin siquiera haberlos visto. Adicionalmente se obtienen numerosos detalles, entre ellos, qué comen los organismos o qué interacciones tienen; por ejemplo, si determinada criatura es un parásito-hospedero o cuáles son las épocas de desove (lo que indica lugar y época de reproducción), entre muchos otros aspectos.
En este número de Ecofronteras dedicado a los Códigos de Barras de la Vida, mostramos algunos ejemplos de investigaciones realizadas en El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), en las que se ha empleado esta herramienta molecular para conocer la diversidad de grupos de organismos del sureste mexicano, tales como zooplancton, mariposas, escarabajos, peces, e incluso un ejemplo de la utilidad de la técnica en la identificación de los filetes de pescado que se venden en los mercados.
Podemos asegurar que esta herramienta de primer nivel es valiosa para la detección de cualquier especie, y por lo tanto, es útil para todas las personas interesadas en la diversidad biológica, como pueden ser las y los conservacionistas, gestores ambientales o autoridades aduaneras (quienes intervienen contra el tráfico ilegal de fauna y flora o en aspectos de bioseguridad para prevenir o controlar la dispersión de especies dañinas). Su uso garantiza una detección más rápida de toda esa biodiversidad que todavía desconocemos y que representa un inmenso recurso natural, conocido como el capital natural de nuestra nación.
Martha Valdez-Moreno y Manuel Elías Gutiérrez, Departamento de Sistemática y Ecología Acuática
Ecofronteras, 2017, vol. 21, núm. 59, pp. 1-1, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Biodiversidad, ADN y los Códigos de Barras de la Vida
Como sabemos, México alberga una inmensa cantidad de especies de plantas y animales y ocupa el quinto lugar del mundo respecto a otros países megadiversos. Esto se debe a que geográficamente contamos con una posición privilegiada, una topografía compleja, grandes extensiones de costas y diversidad de climas, todo lo cual ha propiciado una gran variedad de condiciones propicias para la diversidad biológica.
La biodiversidad es tan importante que se le considera el capital natural de la nación, tanto o más significativo que otros capitales, como el financiero o el manufacturado (vinculado a bienes materiales). Durante muchos años su estudio se ha realizado sobre todo mediante el análisis de las características morfológicas de los organismos: forma, color, tamaño, número de patas, forma de las alas, tipo de dientes, entre otras; sin embargo, existen organismos que son muy parecidos entre sí y diferenciarlos resulta muy difícil. Ante este dilema, las personas dedicadas a la ciencia han buscado otros criterios y finalmente se encontró que el ácido desoxirribonucleico o ADN es de gran ayuda.
El ADN es una molécula que contiene información genética fundamental para regular y controlar todos los procesos vitales de los seres vivos. En los organismos eucariotas (algas, protozoos, hongos, plantas superiores y animales), se localiza dentro del núcleo de las células en unas estructuras llamadas cromosomas; también hay ADN en las mitocondrias (en el caso de los animales) y en los cloroplastos (en las plantas). En los organismos procariotas (bacterias), está disperso dentro de su cuerpo.
El ADN está constituido por dos cadenas de nucleótidos en forma de escalera retorcida a la que se conoce como “doble hélice”. Cada nucleótido está integrado por tres moléculas: un fosfato, un azúcar (desoxirribosa) y una base nitrogenada. De esta última puede haber cuatro tipos: adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T).
Si desdoblamos la doble hélice de ADN, podemos observar las dos cadenas; en el centro se encuentran las bases nitrogenadas, la adenina siempre está unida a su base complementaria que es la timina, mientras que la citosina va con la guanina; las uniones se dan a través de enlaces químicos llamados puentes de hidrógeno. Cada base nitrogenada se une a un azúcar y este a un fosfato ligado a su vez a otro azúcar, mismo que se vincula a otra base nitrogenada y así sucesivamente.
Ahora bien, si leemos la secuencia de los nucleótidos de la hilera de la izquierda de arriba hacia abajo y luego su complementaria, nos queda algo así:
A-T
T-A
C-G
G-C
Así sabemos cómo se ordenan los nucleótidos, es decir, cómo es la secuencia del ADN. Este ejemplo es muy sencillo porque solo hay cuatro nucleótidos del lado derecho y cuatro del izquierdo, o lo que es lo mismo, cuatro pares de bases. Sin embargo, la realidad es que puede haber muchísimos más pares. Para darnos una idea, se ha estimado que los seres humanos tienen aproximadamente 27,000 genes y cerca de 2,900 millones de pares de bases. ¡Si acomodáramos de forma lineal todo el ADN de una persona, llegaría de la tierra a la luna!
Secuenciar un número tan grande de pares de bases es muy difícil, por lo que se requiere estudiar el ADN por fragmentos pequeños. El proceso para determinar la secuencia del ADN es relativamente sencillo y existen diversas técnicas para hacerlo.
De forma muy general podemos decir que a partir de un trozo de tejido (por ejemplo, músculo), con ayuda de métodos específicos se rompen las células y se extrae el ADN; este se limpia y como hay muy poco, pasa a un proceso llamado amplificación por medio de la técnica de PCR (por sus siglas en inglés, Reacción en Cadena de la Polimerasa), misma que permite disponer de muchas copias del fragmento de ADN que deseamos conocer. El resultado se visualiza en unos geles especiales (similares a gelatinas), con luz ultravioleta. Si el resultado es positivo, se realiza un segundo PCR con unas bases nitrogenadas marcadas y finalmente se manda a secuenciar con ayuda de un equipo capaz de reconocer dónde quedaron las bases marcadas que emiten una fluoresencia especial. Los pasos son estos:
- Toma de tejido.
- Extracción de ADN.
- Amplificación del gen COI con PCR (más adelante se explica el significado de COI).
- Verificación de la cantidad de COI con geles de agarosa.
- Purificación y secuenciación del gen COI.
- Secuencia de ADN.
¿Y los códigos de barras?
En el año 2003, un investigador canadiense llamado Paul Hebert demostró que la secuencia de los nucleótidos de un gen mitocondrial conocido como citocromo oxidasa I o COI puede servir para identificar todas las especies de seres vivos, incluso en aquellos organismos que son casi idénticos. En los siguientes años se comprobó que esta idea era cierta en el caso de los animales, pero como las plantas tienen cloroplastos, los genes que se usan son otros como el matK y RBcl; en hongos se utiliza el gen nuclear ITS.
Cuando en una secuencia de nucleótidos sustituimos a las letras por colores: verde para la adenina, rojo para la timina, azul para citosina y negro o amarillo para la guanina, y los juntamos, tenemos como resultado un Código de Barras de la Vida. Imaginemos los colores y pensemos en la siguiente secuencia: verde, rojo, amarillo, azul, y luego se repite el verde, rojo, amarillo, azul...
Para explicar la aplicación y utilidad de esta técnica, supongamos que vamos de recolecta y atrapamos tres peces. Los identificamos como siempre lo hemos hecho, analizando sus características morfológicas y les asignamos un nombre científico, el cual es único para cada especie y evita que se pueda confundir con otra. Después sacamos un pedazo de tejido y obtenemos su código. Si hacemos esto con muchos peces, al final tendremos una biblioteca de Código de Barras de la Vida.
Imaginemos ahora que te encontraste un pez como el último y resulta que no lo puedes identificar bien a partir de su morfología, porque se parece al primero aunque no es igual. Es decir, comparten algunas características externas pero otras no.
Entonces realizamos todos los pasos del proceso anterior para obtener su secuencia de ADN y la comparamos con las secuencias o código de barras de los que ya conocemos. Si encontramos una secuencia parecida, significa que pertenecen a la misma especie; de lo contrario se trata de una especie diferente e incluso desconocida, lo que resulta muy interesante porque la podrías describir y darle un nombre científico pautado por ciertas reglas de un código internacional.
Esto lo realizan académicas y académicos de todo el mundo en un acuerdo común, lo que dio origen a un gran proyecto internacional llamado “The Barcode of Life” o Códigos de Barras de la Vida, en el que participan aproximadamente 30 países incluyendo a México.
En nuestro país nos organizamos en una red conocida como Red Mexicana de los Códigos de Barras de la Vida (MEXBOL, por sus siglas en inglés), que cuenta con tres laboratorios distribuidos en el centro, sur y norte. El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) dispone de uno de esos laboratorios en su Unidad Chetumal, y hay 18 investigadoras e investigadores que trabajan con el tema en diferentes grupos de animales y plantas (para saber más, consulta las páginas www.boldsystems.org y www.mexbol.org).
La herramienta ha sido utilizada para diferentes propósitos, como estudiar la biodiversidad, revisar contenidos estomacales (es decir, qué comen los organismos), identificar especies exóticas, determinar organismos portadores de enfermedades, fósiles y muchos más. Otros ejemplos de cómo se utilizan los códigos de barras los revisaremos en los siguientes artículos…
Martha Valdez-Moreno es investigadora del Departamento de Sistemática y Ecología Acuática, ECOSUR Chetumal (mvaldez@ecosur.mx).
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 2-4, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Diminuto y fundamental zooplancton de agua dulce
La biodiversidad o diversidad biológica es el concepto que hace referencia a la variedad de seres vivos que habitan nuestro planeta. Se calcula que 70% de la diversidad mundial se encuentra en 12 países, incluido el nuestro, por lo que México es considerado un país megadiverso.
De esta inmensa variedad de seres, los más estudiados son aquellos que representan utilidad para las personas, como los mamíferos, aves, peces y plantas, entre otros. ¿Pero qué ocurre con los organismos que son difíciles de observar y que no parecen tener implicaciones para los seres humanos? Este es el caso de los diminutos seres que viven flotando en el agua dulce o de mar y se desplazan pasivamente con las corrientes. Se les conoce con el nombre de plancton –significa “errante”– y la mayoría son microscópicos. Las especies vegetales constituyen el fitoplancton, mientras que el zooplancton se integra por organismos animales de procedencia variada: pequeños crustáceos (cladóceros o pulgas de agua y copépodos), rotíferos, larvas de peces, ostrácodos y moluscos, entre otros.
Los organismos del zooplancton consumen fitoplancton o materia orgánica flotante. Se les encuentra en sistemas acuáticos cuya profundidad varía desde unos pocos centímetros hasta las grandes fosas oceánicas. Los crustáceos, rotíferos y larvas de peces son los más comunes y se pueden encontrar en casi cualquier estanque. Su importancia es fundamental, pues constituyen la base de todo lo que vive en el agua al estar al inicio de la cadena alimenticia. Además pueden fungir como indicador biológico de las condiciones de calidad de los ambientes acuáticos; por ejemplo, las pulgas de agua viven en condiciones muy particulares de aguas mayoritariamente dulces y no sobreviven si hay contaminación, así que su presencia o ausencia refleja las cualidades del entorno.
Dado que el cuerpo de estas pulgas se conserva con facilidad en el fondo de los lagos, son utilizadas junto con otros crustáceos, como los ostrácodos, para la reconstrucción de ambientes del pasado. ¿Qué significa esto? Si en el sedimento se observa una capa con especies que tienen afinidad por climas cálidos, y luego otra capa con especies que tienen afinidad por climas más fríos, entonces se infiere que hubo un enfriamiento en esa región. Hablamos de la integración del sedimento durante miles de años…
¿Qué tiene que ver el zooplancton con las personas?
El estudio de las especies de zooplancton es muy complejo y no es fácil establecer cuántas especies existen. Hablando específicamente del zooplancton dulceacuícola –el que vive en lagos, estanques, cenotes, aguadas o hasta charcos temporales–, en México se han registrado alrededor de 150 especies de cladóceros, 78 de copépodos y 300 de rotíferos. Los datos se han obtenido analizado un poco menos del 1% del total de cuerpos de agua dulce, por lo que las expectativas de encontrar especies nuevas o que no han sido registradas es muy alta.
En este contexto, la identificación de organismos mediante la técnica especializada Códigos de Barras de la Vida nos ha dado una visión completamente distinta de la diversidad del zooplancton dulceacuícola. Se realizan secuencias de ADN de fragmentos de tejido de los organismos y se comparan con secuencias ya existentes en bases de datos.
Es una herramienta muy precisa con la que se han realizado estudios desde 2008, principalmente con cladóceros, rotíferos, ostrácodos, copépodos y larvas de peces. Es probable que a muchas lectoras y lectores les parezcan extraños la mayoría de estos nombres, pues se trata de animales poco cercanos al común de las personas, aun cuando su diversidad y distribución en las aguas del mundo es extraordinaria. En el país hay registros de 1,762 secuencias de cladóceros, 617 de rotíferos y 1,379 de copépodos que corresponden a casi 250 especies.
Es muy fácil obtener plancton de aguas dulces. En cualquier charco podemos tomar una muestra y encontraremos una multitud de seres, muchos de ellos menores a 1 milímetro de longitud, los cuales nadan, “brincan” o se desplazan a gran velocidad. Para analizarlos hay que concentrarlos con una pequeña red y luego, con ayuda de un microscopio, separarlos uno por uno. Con las técnicas modernas podemos obtener una secuencia del ADN a partir de un pequeño organismo, ¡e incluso de un huevo!
Conocer más acerca de los seres que integran el zooplancton es importante, pues detectan inmediatamente cualquier cambio en su ambiente y “huyen” a otro sitio donde las condiciones les resulten más favorables, como el caso de las pulgas que mencionamos anteriormente. Entonces, son de vital relevancia para determinar las condiciones de las aguas y construir, en consecuencia, políticas de conservación de algunos de los lagos más bellos de nuestro país, como Catemaco, Lagunas de Montebello o Bacalar, entre muchos otros; o bien, de los que se utilizan como recurso de agua potable, por ejemplo, la presa Valle de Bravo que forma parte del sistema Cutzamala –proveedor del agua para la Ciudad de México– o el Lago de Chapala, que surte a Guadalajara.
Liderazgo de México
Con métodos como los códigos de barras no es necesario ser especialista para conocer la composición y variación del zooplancton, pero hay que destacar los avances científicos que se han logrado, entre ellos la identificación de una nueva especie: Scapholeberis duranguensis, recolectada en un semidesierto en Durango. Otro ejemplo ocurrió con dos pulgas de agua del género Leberis; eran tan parecidas que habían sido consideradas como una sola (especies crípticas); fue posible diferenciarlas y se logró la descripción de Leberis chihuahuensis, nombrada así porque se recolectó en Chihuahua.
El primer trabajo con proyección internacional que estudió a los rotíferos con códigos de barras fue realizado por una estudiante de doctorado, Alma Estrella García Morales, con la dirección del autor de este artículo. Se reveló la presencia de una diversidad inesperada con varias especies crípticas, y estudios posteriores han corroborado aquellos hallazgos. Lo más notable es que nuestro país se ha constituido en líder mundial en investigaciones con códigos de barras y zooplancton de aguas dulces. Compartimos el liderazgo con Canadá y hemos participado activamente con sus especialistas (www.boldsystems.org).
El trabajo avanza hacia el desarrollo de sistemas estándares de biomonitoreo para conocer el estado de salud de los sistemas acuáticos, y se ha logrado acelerar el proceso del conocimiento que se tiene del zooplancton en todo el mundo. Ha sido posible conocer con más exactitud la diversidad de estos fundamentales organismos, los cuales habitan en uno de los sistemas más esenciales para la vida humana: el agua dulce.
Manuel Elías Gutiérrez es investigador del Departamento de Ecología y Sistemática Acuática, ECOSUR Chetumal (melias@ecosur.mx).
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 5-6, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Copépodos en cenotes de Quintana Roo
Clasificar parece ser una necesidad humana y enfren- tamos un reto monumental al intentar con los seres vivos del planeta. En este texto hablaremos de la clasificación de unos microcrustáceos llamados copépodos (su nombre en griego significa “pie en forma de remo”).
Desde que somos pequeños aprendemos de nuestros padres a clasificar las cosas; ordenamos, por ejemplo, los zapatos por colores, la ropa según su tipo, el olor de los perfumes… Clasificar parece ser una necesidad humana y enfrentamos un reto monumental al intentar con los seres vivos del planeta.
En este texto hablaremos de la clasificación de unos microcrustáceos llamados copépodos (su nombre en griego significa “pie en forma de remo”).1 Se trata de pequeños organismos que habitan prácticamente todas las aguas del mundo.
Destacan por su gran cantidad de especies y por su abundancia. Por increíble que parezca y aunque son casi desconocidos para muchas personas, ¡hay más especies de copépodos que de vertebrados en el mundo!
Como el resto del zooplancton del que forman parte, sirven de alimento a los animales más grandes: peces, insectos, anfibios y muchos más. Su cuerpo es alargado y segmentado; sus patas aplanadas y las anténulas (unos apéndices cerca de las antenas con funciones táctiles y sensitivas) les facilitan la natación. Son tan especializados, tan antiguos y con formas tan complejas e interesantes, que su contribución a la biodiversidad de la Tierra es sustantiva.
Actualmente nuestro equipo los estudia en un ecosistema particular: los cenotes de agua dulce en el estado de Quintana Roo. Los cenotes son sistemas acuáticos que concentran grandes cantidades de lluvia, considerando que la región en la que se encuentran, el sureste mexicano, recibe más del 50% del total de volumen de agua de lluvia del país. Albergan especies únicas de flora y fauna, y son áreas de protección, reproducción, crecimiento y alimentación para muchos seres.
Parte de nuestra tarea es clasificarlos e identificarlos, usando técnicas de comparación anatómica, embriológica, genética e incluso de comportamiento.
Hay que asignarles un nombre científico (formado por dos palabras en latín o latinizadas), actividad conocida como clasificación taxonómica. Es necesario describir, nombrar formas de vida e integrarlas en clasificaciones que reflejan patrones de relaciones en común. Conforme la ciencia y la técnica avanzan, también lo hacen las herramientas de la taxonomía.
Para los copépodos de los cenotes de Quintana Roo, se siguen estándares de descripción detallada a partir de la comparación de microestructuras bucales, cefálicas y torácicas, entre otras. Hay que apoyarse en ilustraciones o fotografías realizadas con potentes microscopios que magnifican tamaños tan pequeños. Actualmente existen metodologías que permiten conocer sus características moleculares y genéticas, como el método llamado “barcode” o código de barras; se puede obtener información que complemente las descripciones ya existentes y potenciar nuestra capacidad para diferenciar a los organismos.
Con este método observamos una situación peculiar en los cenotes de Quintana Roo. Elegimos cenotes con características similares: profundos, con aguas cristalinas y muy conservados. A pesar de su semejanza, encontramos que albergan especies completamente distintas; esto evidencia que aunque los organismos sean microscópicos, siguen patrones muy definidos de distribución.
Las herramientas moleculares resultaron útiles para la clasificación de estos microcustráceos y para confirmar que cada especie desarrolla afinidad por habitar un ambiente determinado.
1 Ver “Los ubicuos copépodos y la perspectiva de un taxónomo. Conversación con Eduardo Suárez Morales”, Ecofronteras 58, revistas.ecosur.mx/ecofronteras
Adrián Cervantes-Martínez (adcervantes@uqroo.edu.mx) y Martha A. Gutiérrez-Aguirre (margutierrez@uqroo.edu.mx) son profesores-investigadores del Departamento de Ciencias de la Universidad de Quintana Roo, Unidad Cozumel.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 7, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Jugando a la “gallina ciega”
La denominada "gallina ciega" se trata de gusanos blancos que viven en el suelo; algunos consumen raíces o tubérculos y pueden representar un problema en la producción de cultivos y plantas. Por eso hay quienes tratan de eliminarlos por cualquier medio, sin saber que no todos se alimentan de raíces.
La “gallina o gallinita ciega” es un juego infantil en el cual se ponen a prueba varios sentidos –excepto el de la vista– para localizar e identificar a compañeras y compañeros. Todo el grupo está agarrado de las manos y puede moverse, pero no soltarse. Quien representa a la gallina ciega se ubica al centro con los ojos vendados y debe atrapar a alguna de las niñas o niños y adivinar de quién se trata; si lo logra, intercambian papeles.
El concepto de gallina ciega tiene otro significado menos alegre… Se trata de los gusanos blancos que viven en el suelo; algunos consumen raíces o tubérculos y pueden representar un problema en la producción de cultivos y plantas. Por eso las personas dedicadas a la agricultura, floricultura, jardinería o amas de casa tratan de eliminarlos por cualquier medio, sin saber que no todos se alimentan de raíces.
En El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), durante los últimos 20 años quienes esto escriben nos hemos dedicado a conocer a los gusanos del suelo. Por mucho tiempo permanecimos con la venda en los ojos, haciendo uso de nuestros sentidos e intuiciones para diferenciar los tipos de gallinas ciegas, constatar si todos hacen daño a las plantas y conocer sus funciones. Lo más importante es averiguar cómo reducir la pérdida de cultivos que ocasionan los gusanos consumidores de raíces, pero sin afectar con productos químicos los suelos, la economía y la salud de quienes se dedican al campo, y sin perjudicar a otros animales ni a los gusanos no dañinos.
Este largo “juego” ha resultado interesante. Los pocos antecedentes con que contábamos estaban enfocados en los adultos de las gallinas ciegas. ¿Por qué los adultos? Resulta que los gusanos blancos son las etapas juveniles o inmaduras de muchas especies de escarabajos o “ronrones”. Las hembras adultas dejan huevecillos en el suelo y de cada uno surge una gallina ciega, que al quitarse la piel (mudar) pasará por tres tamaños de gusano y más adelante se enterrará profundamente para cambiar de forma otras dos veces, primero a pupa y luego a ronrón.
Estudiar a estos organismos que se mueven por abajo del suelo y cambian de forma era como tener los ojos vendados, incluso aunque echáramos mano de todos los instrumentos cercanos para tratar de escucharlos, verlos y encontrarlos antes de que consumieran las raíces de las plantas. Las gallinas ciegas se rieron de nosotras por años, pues no podíamos diferenciarlas ni saber si todas eran responsables del daño agrícola; tampoco sabíamos cómo manejar y controlar a las que sí son perjudiciales. ¿Se aprecia la semejanza con aquel juego infantil?
Lo que un minúsculo tejido puede lograr
Aunque todos los gusanos blancos del suelo parecen iguales, entre nuestras primeras tareas tuvimos que aprender a reconocer distintos tipos, sus hábitos alimenticios y la relación de sus ciclos de vida con el desarrollo de los cultivos. Los criamos en laboratorio hasta obtener adultos y también capturábamos escarabajos al iniciar la noche (son nocturnos) para monitorear sus huevecillos.
Como mencionamos antes, de los adultos o ronrones existía más información y los estudios previos habían permitido identificarlos. Los taxónomos, que son quienes dan nombre a las especies –lo cual ayuda a diferenciar a los distintos organismos–, lo han hecho conforme sus gustos y preferencias, y se ha dado prioridad a los adultos de insectos como mariposas, escarabajos, abejas, moscas, avispas, moscos, mas no a sus larvas en formas de gusanos u otros estados inmaduros. Pero como las gallinas ciegas son de interés agrícola, nosotras tuvimos que desarrollar métodos para identificarlas en esta fase de su desarrollo.
¿Cómo se relaciona todo esto con los Códigos de Barras para la Vida? Se trata de una herramienta muy práctica y confiable, siempre y cuando se implemente adecuadamente, ya que es un proceso laborioso. Partiendo de que el ADN está presente en todas las células de los organismos, necesitamos un pedazo de tejido muy pequeño (conjunto de células) para extraer el ADN y conocer su secuencia en el laboratorio adecuado. La misma secuencia o código se presenta durante toda la vida de los organismos, aunque cambien de forma: se encuentran igual en el huevecillo que en la gallina ciega o gusano blanco, en la pupa y el ronrón de una especie, no importando si son hembras o machos.
El procedimiento nos ha permitido identificar especies con tan solo una parte muy pequeña de tejido de su minúscula pata, corroborando lo que en años de esfuerzo se había complicado tanto. Nuestra modesta colaboración a la biblioteca de referencia del Proyecto Internacional de Códigos de Barras para la Vida (iBOL, por sus siglas en inglés) ha sido la secuenciación de las especies o tipos más comunes en Chiapas. Las secuencias corresponden a gallinas ciegas y ronrones que consumen raíces y son potencialmente plagas (géneros Phyllophaga y Anomala), pero también a especies con otros hábitos alimenticios y de importancia en los agroecosistemas, como algunas que consumen hojarasca y la transforman en abono natural.
La corroboración de identidades por medio del código de barras agilizará la información que se obtenga en campo respecto a problemas agrícolas causados por los gusanos, en la medida en que el proceso se abarate y se acelere la obtención de resultados con los adultos o ronrones. Para identificarlos bastará una pequeña muestra del tejido de las larvas, en cualquier fase de desarrollo.
Considerando que son muy pocos los taxónomos dedicados a estos insectos en estado adulto y mucho menos los que trabajan la descripción de las fases larvarias, urge contar con la secuencia de ADN de los diferentes tipos de ronrones, para que con base en ellas se puedan reconocer sus gallinas ciegas correspondientes. El reto es inmenso ante la diversidad de escarabajos que tiene México y particularmente Chiapas. Por lo pronto, requerimos trabajar los códigos de barras de más del 85% de especies con que cuenta la Colección de Insectos Agrícolas en la Unidad San Cristóbal de ECOSUR.
Esta herramienta se volverá indispensable en los muestreos agrícolas y ayudará a diferenciar las especies nocivas, benéficas o inocuas de cada lugar donde se requiera el dato, ya que la composición de especies o tipos de gallinas ciegas varía de un sitio a otro, incluso de una parcela a otra en la misma área. Nuestra aportación ayudará a identificar con rapidez los ejemplares de gallinas ciegas, las cuales podrían estarse comportando como plaga agrícola o con potencial para serlo, y hará posible tomar medidas adecuadas de manejo con menores costos ecológicos, de tiempo y dinero.
Adriana E. Castro-Ramírez es investigadora del Departamento de Agricultura Sociedad y Ambiente, ECOSUR San Cristóbal (acastro@ecosur.mx). Concepción Ramírez-Salinas es técnica académica del mismo departamento y unidad (cramirez@ecosur.mx).
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 8-9, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Gusanos, mariposas y palomillas: cada quién con su cada cuál (Incluye fotogalería)
Las larvas o gusanos de las mariposas establecen una estrecha relación con su planta hospedera o de la que se alimentan. Muchas consumen vegetación de importancia económica y pueden convertirse en plagas, de manera que conocer su ciclo biológico es útil para establecer programas y estrategias de control en los cultivos. Fotogalería
En 1978, durante mi primer viaje de colecta de mariposas cuando era estudiante de la carrera de biología, me sentí atrapada por la gran diversidad de tamaños, formas y colores que presenta este maravilloso grupo de insectos. Desde entonces me he dedicado a estudiar su morfología, diversidad y distribución.
Desde 1990, cuando fundé el Museo de Zoología de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) e inicié una colección biológica de mariposas, son ya muchos años investigando acerca de las mariposas de la península de Yucatán; no había entonces conocimientos suficientes sobre su variedad y ubicación en la región. Con la ayuda de la bióloga Noemí Salas, técnica especialista en mariposas, y de estudiantes que han colaborado con nosotras, sabemos ahora que en la península se distribuyen más de 500 especies, pero aún desconocemos mucho de su conducta, ciclo de vida y plantas de las que se alimentan, temas que aunados al cómo Blanca Prado y yo hemos avanzado con el uso del código de barras, abordaremos en este texto.1
Mariposas: riesgo potencial para las plantas
Los insectos son artrópodos (patas articuladas) que tienen su cuerpo dividido en cabeza, tórax y abdomen y poseen tres pares de patas. Las mariposas son insectos del orden Lepidoptera; tienen dos pares de alas cubiertas de escamas y de ahí el nombre: Lepis significa escama y pteron, ala.
Las mariposas diurnas se distinguen de las nocturnas o palomillas no solo por sus hábitos de vuelo, sino también por su morfología. No obstante, todas sufren una metamorfosis completa, es decir que el cambio es total y el adulto no se parece nada a la larva, lo que las define como organismos holometábolos. Su ciclo de vida atraviesa las siguientes fases: huevo, larva (cinco-siete etapas de muda), pupa o capullo y adulto. Las tres primeras se conocen como estados inmaduros, mientras que el estado adulto es la etapa reproductiva.
Las larvas o gusanos de las mariposas establecen una estrecha relación con su planta hospedera o de la que se alimentan. Muchas consumen vegetación de importancia económica y pueden convertirse en plagas, de manera que conocer su ciclo biológico es útil para establecer programas y estrategias de control en los cultivos. También es importante para detectar la introducción de especies invasoras que podrían afectar la diversidad de plantas de nuestro país, incluyendo las exclusivas o endémicas (aquellas que solo existen en un lugar determinado).
Estos conocimientos son igualmente útiles para ampliar las posibilidades de fuentes de proteína en la alimentación humana, ya que de acuerdo con los estudios de la especialista Julieta Ramos Elorduy, México ocupa el primer lugar en el consumo de larvas de insectos como alimento, mismo que contiene altos valores nutrimentales. Las larvas de mariposas se han consumido a lo largo de la historia por diferentes grupos étnicos en el mundo; en nuestro país se han reportado 67 especies de mariposas consumidas en 17 estados de la República: 5 en forma de adulto y el resto en etapa larvaria.
¡Identificar miles de larvas!
Con el interés de conocer más sobre las larvas de mariposas en la vegetación de la Reserva de la Biósfera de Calakmul, Campeche, personal de investigación y estudiantes nos dimos a la tarea de colectar larvas e ingenuamente pensamos que al criarlas sabríamos a qué especies pertenecían, de la misma manera que lo hace Daniel H. Janzen en el Parque Nacional de Guanacaste, en Costa Rica.
Decimos “ingenuamente”, pues desconocíamos que en el proyecto de Guanacaste trabajan más de 30 personas encargadas de dar de comer a las larvas y observarlas hasta que emergen los adultos, práctica imposible de seguir dadas las características de nuestro laboratorio y del presupuesto con el que contábamos.
Entonces decidimos identificar las especies según sus caracteres morfológicos y de nuevo nos topamos con otro inconveniente: hay pocas guías de identificación en estadio larval de lepidópteros y solo son útiles hasta la clasificación taxonómica de familia (reino, filo, clase, orden, familia, género y especie); no existen para las especies. A esas alturas nos encontrábamos con miles de larvas de mariposa en el laboratorio… ¡Sí, miles!
Al agruparlas hasta donde era posible, nos encontramos con la sorpresa de que casi 80% pertenecían a familias de mariposas nocturnas o palomillas, grupo que no teníamos representado en nuestra colección; solo habíamos estudiado mariposas diurnas. Ni siquiera conocíamos qué palomillas se distribuían en la península de Yucatán, ¿cómo sabríamos a qué especies pertenecían las larvas que ya teníamos esperando ser nombradas para ingresarlas a nuestra incipiente colección de referencia?
La mejor solución para clasificar
La SIA, con S no con C, nos ayudó a seguir investigado. Durante la Semana de Intercambio Académico de ECOSUR (SIA) del 2007, llevada a cabo en Tapachula, Chiapas, asistimos a la plática de Paul Hebert de la Universidad de Guelph, Canadá. Él habló sobre el código de barras y descubrimos un probable camino para los miles de gusanos de mariposas que teníamos.
Los códigos de barras genéticos funcionan como “huellas digitales” de las especies. Se extrae una pequeña cantidad de ADN de algún fragmento de un gen conocido (en este caso el gen mitocondrial que codifica para el citocromo oxidasa subunidad I) y se amplifica, es decir, se producen muchas copias para tener una cantidad suficiente; luego se va leyendo la secuencia de las unidades o nucleótidos que componen ese fragmento de gen.
Esa secuencia es única para cada especie en la mayoría de los grupos del reino animal. Se puede comparar en un banco de información de los organismos previamente identificados; si la secuencia coincide en cierto porcentaje, podríamos decir que pertenece a la especie con la que resultó coincidente. Por esta razón los códigos de barras se propusieron como una manera rápida y eficaz de conocer la biodiversidad, y se ha comprobado su correcto funcionamiento en diferentes grupos biológicos, en cualquier estadio del desarrollo.
La tarea ahora incluía obtener las secuencias de las larvas y cotejarlas con las que obtendríamos de los adultos cuya especie ya estaba identificada. El trabajo aumentó pues tuvimos que colectar adultos de palomillas; no obstante, se amplió no solo la colección, sino el conocimiento de los lepidópteros de la península.
Gracias a este esfuerzo hoy podemos afirmar que existen 1,159 especies de lepidópteros en la península de Yucatán, cifra que aumentará pues hay más de 300 grupos sin identificar. Ahora conocemos cómo son las larvas de 493 especies, incluyendo una que es endémica de la zona. De estas, tenemos 197 tanto en larva como en adulto y el resto solamente como gusano.
Además de haber podido clasificar numerosas larvas, los códigos de barras también han servido para identificar algunas especies que habían pasado desapercibidas en la colección, justo en el grupo de mariposas diurnas, ¡el más estudiado! Es probable que existan nueve especies no conocidas que son crípticas, es decir, que morfológicamente se confunden con otras. Esto demuestra que incluso en un grupo ampliamente estudiado quedan elementos por descubrir, así que ¿cuánto nos quedan por conocer de las palomillas?
Vinculación mediante la tecnología
La desventaja de los códigos de barras es que aún resulta costoso el proceso de extracción, amplificación y secuenciación. Sin embargo, la tecnología ha evolucionado enormemente en los últimos años, lo que hará que muy pronto los precios sean más accesibles y los procesos más rápidos.
Otra limitante es que en la base de datos de referencia donde comparamos nuestra secuencia para obtener la identificación, no todas las especies se encuentran representadas. Todavía falta alimentar la base de datos, sobre todo en cuanto a grupos poco estudiados y especies neotropicales. Es ahí donde la tarea de investigadoras e investigadores es crucial, y se deben enfocar esfuerzos hacia los grupos que casi no se conocen.
Esta plataforma ha contribuido para obtener retroalimentación, puesto que en ella convergen especialistas en diversos grupos taxonómicos de diferentes instituciones y países, quienes mediante las fotografías disponibles de los ejemplares, han corroborado o corregido algunas identificaciones de las que no había secuencias previas. Así se van incrementando las bases de referencia de las especies y se impulsa el conocimiento de la gran biodiversidad que nos rodea.
1 Voz de Carmen Pozo en este fragmento.
Carmen Pozo es investigadora del Departamento de Conservación de la Biodiversidad, ECOSUR Chetumal (cpozo@ecosur.mx). Blanca R. Prado es colaboradora de ECOSUR (brp_c@yahoo.com). Fotografía: Humberto Bahena.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 10-12, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Contribución al conocimiento de los peces
Los peces son el grupo de vertebrados más diverso a nivel mundial, se pueden encontrar en cualquier ambiente acuático. La ictiofauna mexicana es particularmente interesante, entre otras cosas por la complejidad que existe para poder reconocer a las especies a través de sus características morfológicas. La construcción de bases de datos con Código de Barras de la Vida es una herramienta útil para los taxónomos en la identificación de nuevas especies, así como para reconocer la identidad de especies objeto de transacciones comerciales o de tráfico ilegal y que necesitan ser verificadas de manera rápida. Se pretende que las bibliotecas de los Códigos de Barras de la Vida elaboradas en las Colecciones Científicas de México sirvan para el público en general y tomadores de decisiones.
Los peces son un grupo de animales de gran importancia: atractivos visualmente y con una amplia variedad de formas y colores, constituyen una fuente de alimentación y recursos económicos para los seres humanos.
Son el grupo de vertebrados más abundante que hay en el mundo. Se caracterizan por ser organismos acuáticos; pueden estar cubiertos por escamas y cuentan con aletas para moverse. Respiran a través de branquias y son ectotérmicos, es decir, regulan su temperatura a partir de la temperatura ambiental. Habitan en aguas dulces, saladas y salobres (con menos sal que el agua de mar).
Actualmente se conocen alrededor de 34 mil especies en el mundo, que incluyen tanto a los peces óseos como a los cartilaginosos; esta última clasificación se refiere a los peces que en lugar de huesos duros tienen cartílagos –como en las orejas de las personas– y entre ellos se encuentran tiburones y rayas, así como otros menos conocidos: quimeras y lampreas. En los últimos 20 años se han descrito más de 7 mil especies nuevas para la ciencia en el mundo. En México se han reportado cerca de 2,250 especies de peces marinos y 500 de agua dulce. Sin embargo, todavía faltan muchos lugares por explorar, fundamentalmente en ambientes tropicales, así como en los ríos subterráneos y los fondos marinos.
Una herramienta valiosa para determinar con certeza la taxonomía de los peces y avanzar en el conocimiento que tenemos sobre ellos, es la secuenciación y comparación de fragmentos de ADN en muestras de tejido mediante una técnica conocida como códigos de barras. Aunque su uso ha permitido describir nuevas especies, no es una técnica exclusiva para la ciencia especializada; puede ser útil para tomadores de decisiones, estudiantes y otros sectores de la sociedad.
Al respecto, algunos trabajos interesantes en México han permitido detectar la comercialización fraudulenta de peces, como la suplantación del bacalao por organismos de menor valor; o bien, la identificación de aletas de tiburón confiscadas por autoridades mexicanas. Esta herramienta también ha permitido determinar a qué especies pertenecen diversas larvas y juveniles de peces marinos, lo cual es casi imposible con otros métodos.
Otra aplicación es determinar cuántas y cuáles especies están en peligro de ser depredadas por peces invasores con hábitos carnívoros. Recordemos que las especies invasoras son aquellas introducidas por el ser humano en un sitio que no era su hábitat original y son potencialmente peligrosas para los organismos nativos. Estos datos se obtienen usando los códigos de barras en los residuos que se encuentran en los tractos digestivos de los depredadores. Hace unos años se identificaron más de 30 tipos de peces en los estómagos del pez león (Pterois volitans) en el Caribe mexicano (publicación encabezada por Martha Valdez, consultable en http://dx.plos.org/10.1371/journal.pone.0036636).
Bibliotecas de códigos de barras
En 2010 se creó el proyecto internacional Códigos de Barras de la Vida (www.boldsystems.org), así como un proyecto específico para los peces, conocido por su referencia en inglés como FISH-BOL, (http://www.fishbol.org/administration.php), en el cual se tienen reportadas más de 11,300 especies.
Durante el mismo año, en México se constituyó el proyecto MEXBOL para documentar la megadiversidad del país, con financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Se establecieron tres terminales o nodos en regiones estratégicas, con el soporte de instituciones que cuentan con laboratorios especializados y personal capacitado: en el norte, el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste-CIBNOR; en el centro, el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México-IBUNAM, y en el sureste, El Colegio de la Frontera Sur-ECOSUR, Unidad Chetumal.
Como parte de esta red se estableció el proyecto Código de Barras de la Vida de Peces Mexicanos (FISH-MEXBOL), que es uno de los más importantes a nivel internacional (cuarto y sexto lugar en la elaboración de códigos de barras). Destaca por la participación de más de 40 instituciones distribuidas en 20 estados y por la formación de una amplia base de datos: más de 9 mil individuos pertenecientes a unas 800 especies con sus respectivos códigos de barras. Del total de ejemplares de peces analizados en México, más de 8 mil (aproximadamente 88%) han sido trabajados por personal de investigación de ECOSUR.
El estado que cuenta con mayor número de códigos de barras es Quintana Roo, con 3,680 secuencias (39%), de los cuales casi el 90% corresponden a peces marinos y el resto son dulceacuícolas. Chiapas presenta muy poca representatividad: 131 secuencias de 29 especies, a pesar de tratarse de uno de los estados con mayor diversidad de peces (poco más de 400, tanto marinos como dulceacuícolas) y una gran cantidad de ellos, endémicos.
Considerando esta situación, en 2013 se inició la “biblioteca de los códigos de barras de los peces de Chiapas” en la Colección de Peces de la Unidad San Cristóbal de ECOSUR (ECOSC). Las bibliotecas de este tipo son catálogos de secuencias genéticas que permiten ampliar y compartir el conocimiento taxonómico que se va desarrollando.
En ECOSC los códigos de barras se usan de manera complementaria a otras técnicas para identificar especies que a simple vista son muy similares, pero que pueden representar nuevos registros o entidades no conocidas, o bien, para reconocer organismos endémicos vitales para la conservación, peces de importancia comercial y especies invasoras que representan una amenaza a los ecosistemas. Se espera que en el mediano plazo la biblioteca realice aportaciones significativas al proyecto FISH-MEXBOL.
En la medida que se pueda avanzar en la construcción de una biblioteca amplia sobre la diversidad de peces en México, los códigos de barras no solo serán útiles para especialistas, sino también para todas las personas interesadas en saber qué peces están viendo, pescando o comiendo.
Autoras y autores son académicos que colaboran en las colecciones de peces de sus instituciones: Rocío Rodiles-Hernández (rrodiles@ecosur.mx) y A.A. González-Díaz (agonzalez@ecosur.mx) en la de ECOSUR San Cristóbal (ECOSC); H. Espinosa (hector@unam.mx) en la del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (IBUNAM); Martha Valdez-Moreno (mvaldez@ecosur.mx) en la de ECOSUR Chetumal (ECOCH).
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¿De qué pescado es el filete?
Las necesidades alimenticias van en aumento y la presión ejercida a las pesquerías para cumplir con la producción solicitada está provocando sobrepesca y la disminución de poblaciones de peces. Sin embargo regular y monitorear la captura y venta de especies procesadas como filetes ya es posible con la aplicación de técnicas de identificación como el Código de Barras.
En el mundo habitamos 7 mil millones de humanos. Se trata de una cantidad enorme de personas y son variados los recursos que requerimos para vivir; no obstante, los necesitamos en tal cantidad, que los estamos agotando. El ámbito correspondiente a nuestras fuentes primarias de alimento es uno de los más impactados, debido a que la demanda mundial se ha incrementado significativamente durante los últimos años. Estudios recientes mencionan que en la década de 1960 se consumían unos 9.9 kilogramos de pescado por persona, mientras que para 2012 la cifra aumentó a 19 kilogramos, ¡el doble!
Los altos niveles de consumo de pescado influyen de manera directa en su captura. Para darnos una idea de lo que esto significa, de acuerdo con los reportes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 2014 se registraron capturas de 91,336,230 toneladas de especies marinas comestibles (pescados y mariscos). En México, durante los últimos años se han pescado 1,575,409 toneladas en promedio de productos marinos, de las cuales 16,298 toneladas fueron de pescado.
Para satisfacer la demanda, los pescadores suelen capturar ejemplares más rápido de lo que estos se reproducen (sobrepesca). Evidentemente, las poblaciones de muchas especies resultan afectadas, entre ellas las que se encuentran en periodo de veda (cuando no se les puede pescar para protegerlas en su época y sitios de reproducción), como el tiburón martillo (Sphyrna lewini); las que pueden ser peligrosas para consumo humano, como la barracuda (Sphyraena barracuda), e incluso aquellas que ni siquiera han sido registradas y podrían ser nuevas especies para la ciencia.
Lamentablemente en muchos lugares no se lleva un registro detallado de las especies capturadas antes de ser procesadas como filetes, carne molida o postas (ruedas o trozos), y en el momento de etiquetar el producto puede haber confusión al colocar el nombre en la etiqueta de venta. Esto normalmente sucede en comercios donde la compra-venta se da a gran escala, o con productos de importación que ingresan al país ya procesados.
Este “mal” etiquetado afecta a las personas consumidoras sobre todo económicamente, ya que por errores en la etiqueta se hacen pagos elevados por productos de menor valor o se consumen especies en peligro de extinción sin saberlo. Debido a que no hay características muy claras para diferenciar filetes de una especie y otra en el momento de la compra, la confusión se da fácilmente.
Mercados y códigos de barras
¿Cómo podemos saber qué especie de pescado estamos consumiendo si todos los filetes se ven iguales? Existe una técnica molecular llamada Códigos de Barras de la Vida, basada en obtener secuencias de ADN de los organismos, revisarlas y compararlas para determinar con exactitud a qué especie corresponde un ejemplar determinado.
Los códigos de barras han sido utilizados en varios países, y según documentan algunos autores, en Egipto han servido para identificar filetes de importación, como tilapia, perca del Nilo y basa; en Canadá se han usado para la supervisión del suministro de alimentos marinos y su correcto etiquetado; en Irán, para hacer un diagnóstico del mal etiquetado de cinco especies de gran consumo; en Italia, para verificar la etiquetación del bacalao importado, tanto fresco como salado.
La experiencia de Brasil es particularmente interesante, pues la técnica ha sido útil para la regulación en la venta de productos marinos mal etiquetados, vendidos en pescaderías, mercados y restaurantes, y es parte de una nueva iniciativa gubernamental para el comercio. En todos los casos en los que se usó fue posible corroborar la especie, aunque algunos filetes no coincidieron y se tomaron medidas para evitar nuevas confusiones, multando en algunos casos a los establecimientos que habían cometido el error.
En México, recientemente aplicamos esta técnica para identificar las especies que son vendidas como filetes, postas o carne molida en diferentes mercados del país (el gran mercado de La Viga en la ciudad de México y algunos de Quintana Roo).
Se procesaron 129 filetes y se detectó que 23 (18%) de ellos no correspondían al nombre con el que fueron vendidos; además, sus precios eran más altos de lo que realmente valían. Esto ocurre con mayor frecuencia con los tiburones, pues es común encontrar que se venden como filetes de cazón. Se les llama cazones a las crías de tiburones, las cuales son muy apreciadas por su sabor; al aplicar la técnica molecular se pudo constatar que varias especies de tiburones y rayas se vendían como cazones sin serlo.
Un resultado muy importante es que algunas muestras fueron identificadas como especies amenazadas; así ocurrió con el mero (Hyporthodus nigritus, H. flavolimbatus), el tiburón martillo (S. lewini), el boquinete (Lachnolaimus maximus) y el marlín (Makaira nigricans), entre otros que están en grave peligro de extinción, aunque no siempre cuenten con protección oficial.
¿Qué se puede hacer con esta información? El poder del consumidor es muy valioso. Con suficientes datos y voluntad es posible incidir en un mejor manejo de recursos pesqueros. Por ejemplo, si se conoce con exactitud qué especies de peces se están comercializando, se podría influir en su protección; por decir algo, si reconocemos la veda del mero que es del 1 de febrero al 31 de marzo, podríamos evitar adquirirlo en esas fechas y así permitiríamos que se siga reproduciendo y se mantenga su población, además de que sea factible una pesca sustentable.
Retomando la experiencia de Brasil, se podría solicitar a las autoridades que apliquen la técnica de códigos de barras para regular la venta de los productos pesqueros, monitoreando constantemente lo que se obtiene del mar y lo que llega en los embarques a nuestro país. Esto sería una aplicación muy práctica de una técnica novedosa con impactos positivos para el ambiente y los seres humanos.
Stephanie Sarmiento Camacho es egresada de la Escuela de Biología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (s.sar.cam@outlook.com). Martha Valdez-Moreno es investigadora del Departamento de Sistemática y Ecología Acuática, ECOSUR Chetumal (mvaldez@ecosur.mx).
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Huevos y larvas en el ciclo de vida de los peces
En general, el papel que huevos y larvas juegan dentro del ciclo de vida de los peces no es tomado en cuenta. Sin embargo, es durante los ETV que se registran los mayores índices de muerte (cerca del 99%), lo que repercute en la abundancia de las poblaciones adultas. De ahí que su estudio resulte clave en la comprensión de las fluctuaciones de valiosos recursos pesqueros.
Los peces y su ciclo de vida
En los ambientes acuáticos, los peces son el grupo de vertebrados con mayor número de especies, poco más de 34 mil descubiertas hasta el momento. Su ciclo de vida pasa por cuatro etapas: huevo, larva, juvenil y adulto. Cuando los organismos están en las dos primeras fases también son conocidos como “estadios tempranos de vida (ETV)”; son muy pequeños, viven en la columna de agua, se dispersan fácilmente por las corrientes y conforman el “ictioplancton”.
La mayoría de los peces son ovíparos, de reproducción externa. La hembra adulta desova (libera los huevos) en el agua, el macho emite el esperma y se lleva a cabo la fecundación. Dentro del huevo fecundado se desarrolla el embrión y la etapa concluye con el nacimiento de una larva frágil y diminuta, de más o menos un milímetro y dotada de una reserva alimenticia (saco vitelino) que le permitirá sobrevivir durante sus primeras horas de vida libre; permanece en este estado de 7 a 120 días, según la especie, constituyendo una etapa crítica previa a un proceso de gran relevancia: el reclutamiento, es decir, la supervivencia de larvas que se transforman en peces jóvenes con posibilidades de convertirse en adultos y reproducirse.
En general, el papel que huevos y larvas juegan dentro del ciclo de vida de los peces no es tomado en cuenta. Sin embargo, es durante los ETV que se registran los mayores índices de muerte (cerca del 99%), lo que repercute en la abundancia de las poblaciones adultas. De ahí que su estudio resulte clave en la comprensión de las fluctuaciones de valiosos recursos pesqueros.
La información sobre huevos y larvas de peces es esencial para determinar las áreas y épocas de desove de las especies, haciendo posible establecer zonas de protección de recursos pesqueros. Un caso de singular importancia es el del atún rojo del Atlántico (Thunnus thynnus): durante más de 30 años ha habido monitoreo de huevos y larvas en el Golfo de México para ubicar las áreas de desove de este valioso recurso que se encuentra sobreexplotado. Cualquier investigación que aborde aspectos ecológicos y pesqueros necesita la identificación precisa de especies, que para el caso de huevos y larvas, es un verdadero reto.
Identificación de huevos y larvas
Quienes estudian los ETV de peces enfrentan severas dificultades para identificarlos, debido a sus diminutos tamaños y el gran parecido entre ellos. Las técnicas tradicionales, basadas en caracteres morfológicos, fueron útiles en su momento y generaron valiosas guías y claves para reconocer especies. No obstante, gran cantidad de larvas quedaron en espera de una apropiada identificación ante la imposibilidad de diferenciarlas.
Para darnos una idea de lo que esto significa, consideremos que la mayoría de las especies tienen larvas que se parecen muy poco a su contraparte adulta; miden apenas unos cuantos milímetros, son transparentes y muchas de ellas tienen espinas. Para identificar a qué especie pertenecen basándonos en sus características morfológicas, se necesita analizar la forma del cuerpo, el número de espinas y radios de las aletas, la pigmentación, el tipo y número de espinas en la cabeza, número de miómeros (“paquetes” de músculos, similares al número de vértebras en adultos). Según la especie, hay que poner más atención a ciertos caracteres, por ejemplo, el número de miómeros es sustantivo para identificar larvas de anguilas (Anguilliformes), mientras que el patrón de pigmentación podría ser más importante para larvas de gobios (Gobiidae).
En cuanto a los huevos, a diferencia de los de gallina cuyo color tiene cierta liga con la especie, los de los peces son minúsculos y casi siempre transparentes. Entonces, hay que revisar el tipo de ornamentación que algunos tienen (como las formaciones hexagonales de los de la especie chile rojo, Synodus synodus), o sus cilios (estructuras que parecen pelos), como en los peces voladores de la familia Exocoetidae; también es útil observar el tamaño y la forma, la constitución del vitelo o yema, las características del embrión si ya hubo fecundación y otros detalles más. Es importante tratar de observar los huevos mientras aún están vivos, ya que así se pueden registrar características que se pierden cuando son preservados en alcohol.
Identificación con códigos de barras
En 2005, El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) comenzó a aplicar la técnica genética conocida como Códigos de Barras de la Vida (basada en secuenciación de ADN) en sus colecciones de huevos y larvas de peces; el propósito fue avanzar en la identificación de especies, pues la revisión de características morfológicas resultaba insuficiente. En 2005 la técnica fue probada con éxito en peces marinos de Australia, y en 2011 se publicaron los primeros resultados para México y la región del Caribe mexicano, a partir de material trabajado en la Unidad Chetumal de ECOSUR; se analizaron 1,392 especímenes (610 juveniles y adultos, 757 larvas y 25 huevos) y se identificaron 181 especies.
Con esta técnica se han descrito huevos de diversos peces de importancia comercial: atún aleta negra (Thunnus atlanticus), boquinete (Lachnolaimus maximus), dorado (Coryphaena hippurus), marlin blanco (Kajikia albida), pez espada (Xiphias gladius) y pez vela (Istiophorus platypterus); los últimos cuatro son muy valorados en la pesca deportiva a escala regional e internacional. El avance con las larvas ha resultado mucho más intenso y también se han analizado especies de importancia económica: pargos (Lutjanidae), meros (Serranidae), atunes y macarelas (Scombridae), así como de importancia ecológica: loros (Scaridae) y cirujanos (Acanthuridae).
La identificación de peces con los Códigos de Barras de la Vida ha logrado un avance del 30% a nivel mundial, lo que significa que poco más de 10 mil especies han sido incorporadas a la biblioteca o base de datos del proyecto (www.boldsystems.org). Sin duda, se ha facilitado la identificación de huevos y larvas de peces para el Caribe mexicano y áreas adyacentes, aunque en estas zonas tropicales sigue habiendo rezago debido a la gran diversidad de organismos que existen ahí, en contraposición con la escasez de grupos de investigación en el tema.
Toda la información generada tiene aplicación directa en programas de monitoreo biológico y de evaluación ambiental, lo que incluye el establecimiento de áreas marinas protegidas que consideren tanto los sitios de desove como de crianza de peces. Los códigos de barras son una puerta hacia nuevo conocimiento que ayuda a resolver numerosos problemas taxonómicos pendientes e incidir en políticas de conservación.
Lourdes Vásquez-Yeomans es investigadora del Departamento de Sistemática y Ecología Acuática, ECOSUR Chetumal (lvasquez@ecosur.mx) y Martha Valdez-Moreno es investigadora del mismo departamento y unidad (mvaldez@ecosur.mx). Elva Leyva Cruz es asistente de investigador del mismo departamento y unidad (eleyva@ecosur.edu.mx).
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¿Qué tan difícil puede ser identificar a los mamíferos?
Definir la gran cantidad de seres vivos que existen, cómo interactúan entre sí y los bienes que proveen (alimento, oxigeno, energía) es una destacada contribución al conocimiento de la biodiversidad, y existen varios métodos para lograrlo.
La biodiversidad de México es muy grande y conocemos apenas una mínima parte, por eso hay personas ligadas a las disciplinas ambientales que buscan enriquecer los inventarios de la biodiversidad. Los inventarios brindan información valiosa para el conocimiento, la conservación y el manejo sustentable de los recursos naturales.
Definir la gran cantidad de seres vivos que existen, cómo interactúan entre sí y los bienes que proveen (alimento, oxigeno, energía) es una destacada contribución al conocimiento de la biodiversidad, y existen varios métodos para lograrlo. Una metodología genética es el código de barras de ADN; con ella se han descubierto nuevas especies, se han “separado” especies crípticas (aparentemente iguales, pero distintas genéticamente) y se han propuesto cambios en la clasificación de los organismos (taxonomía). Su aplicación ha sido de gran utilidad en un país megadiverso como México, en particular para el grupo de los mamíferos terrestres, conformado hasta el momento por casi 500 especies.
En general, es fácil reconocer a qué especies pertenecen la gran mayoría de los mamíferos. No obstante, identificar a algunos de ellos es todo un reto por las similitudes que presentan tanto en apariencia externa (forma, pelaje y coloración) como en características craneales (dientes, posición, longitud y forma de algunas estructuras). Entonces, dado que diferenciar algunas especies por su morfología es prácticamente imposible, los códigos de barras de ADN resultan una útil opción complementaria.
Los códigos de barras son secuencias cortas y estandarizadas de ADN tomado del tejido de un organismo; la obtención de muestras debe hacerse con extremo cuidado para evitar su contaminación. Las secuencias se comparan con una base de datos pública y mundial que permite que incluso personas no especialistas tengan acceso a la información y participen en la determinación de especies. También es posible acceder a datos de ejemplares depositados en colecciones científicas e identificados por expertas y expertos taxónomos; recordemos que las colecciones contienen ejemplares de organismos sistematizados, de modo que es factible obtener información sobre ellos y sus ambientes.
Roedores y murciélagos en campo y colecciones
Identificar correctamente a una especie y darle un nombre común o científico (nombre universal) es de gran importancia, ya que permite que se realicen estudios específicos respecto a ella. Cada una tiene su propia historia evolutiva y distribución, así como adaptaciones morfológicas, interacciones con su ambiente y características biológicas que la hacen única en el planeta. Conocer y nombrar las especies nos permite inferir cómo han cambiado a lo largo del tiempo, si han dado lugar a individuos con rasgos comunes, pero que difieren de otros miembros de la especie (subespecies), cómo responden a factores externos (temperatura, precipitación y otros) y a cambios producidos por el ser humano (ganadería, agricultura, cacería), de qué manera se relacionan con otras especies, cuál es su importancia económica, cómo podemos aprovecharlas adecuadamente y conservarlas si están en riesgo de desaparecer.
Como ejemplo de la utilidad de los códigos de barras se pueden mencionar diversos estudios realizados por el grupo dedicado a mamíferos en El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; por ejemplo, la investigación sobre roedores tropicales del género Heteromys de la subfamilia Heteromyinae, cuya taxonomía es controversial por la amplia distribución y variación morfológica de ciertas especies, además del desconocimiento de la biología de roedores semejantes. Cabe mencionar que hubo avances importantes en la taxonomía de estos animales, como la elevación a especie de organismos que se consideraban una subespecie: Heteromys desmarestianus goldmani a H. goldmani, o la determinación de que los Heteromys gaumeri de Yucatán y Campeche difieren genéticamente de los de Quintana Roo, lo cual no era claro antes del estudio con códigos de barras.
Otra investigación importante es la que se aplicó al ratón endémico Peromyscus zarhynchus (exclusivo de Chiapas); su código de barras se comparó con los códigos de ejemplares del oeste de Guatemala, parecidos morfológicamente. Se logró describir una nueva especie en aquel país: Peromyscus gardneri, y dividir a P. zarhynchus en dos subespecies: P. zarhynchus zarhynchus y P. zarhynchus cristobalensis en Chiapas.
Adicionalmente, los códigos de barras han sido muy útiles para cumplir con algunos objetivos de la Colección Mastozoológica de ECOSUR, como el reconocimiento de la biodiversidad de mamíferos en el sureste de México. A través de los códigos de barras se han clasificado correctamente varios murciélagos y roedores difíciles de identificar por sus características visibles (principalmente en el campo) y también aquellos cuyos caracteres morfológicos internos no son posibles de analizar. Así, se han logrado diferenciar las especies de ratones Peromyscus mexicanus y P. aztecus, o bien, los del género Reithrodontomys sp. De ahí la importancia de que la colección cuente con una sustantiva representación geográfica y taxonómica de ejemplares.
Como muestra de las complicaciones de identificación, los murciélagos Glossophaga sp. se reconocen tan solo por ciertos detalles, como la anchura de los dientes incisivos de la mandíbula superior. Otro caso difícil se da con algunas especies del murciélago Rhogeessa sp., que son indistinguibles morfológicamente y esto a veces provoca identificaciones erróneas en trabajos de campo, aún más cuando hay pocos o no existen ejemplares para comparar en colecciones biológicas. Pero si se toma una muestra de ala o de otra estructura del ejemplar que contenga ADN y se revisa con la ayuda genética de los códigos de barras, se disipan dudas sobre la clasificación de las especies.
Con los estudios planteados anteriormente se demuestra que el código de barras de ADN es una herramienta importante para la taxonomía tradicional, y que promueve el valor de las colecciones científicas por su asociación con los ejemplares depositados en ellas.
Consuelo Lorenzo Monterrubio es investigadora del Departamento de Conservación de la Biodiversidad y responsable de la Colección Mastozoológica de ECOSUR San Cristóbal (clorenzo@ecosur.mx). Jorge Bolaños Citalán (jbolanos@ecosur.mx) es técnico de la misma colección. Magaly Ruiz Jiménez es estudiante de maestría de ECOSUR San Cristóbal (mcruiz@ecosur.edu.mx).
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 19-20, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Artículos a puertas abiertas
Retazos de memoria con traguitos de café
Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo.
S. Aleksiévich
Nota de arranque
En diciembre de 2008 entrevistamos a ocho cafeticultores de los ejidos Agustín de Iturbide (6) y Alpujarras (2) del municipio de Cacahoatán, ubicados en el corazón de la región cafetalera del Soconusco, Chiapas. La familiaridad de sus respuestas fue fruto de la confianza establecida durante nuestros trabajos con la organización Productores de Café La Central SSS (PROCACEN).1 La mayoría eran adultos mayores, testigos y protagonistas del acontecer de la región, con quienes platicamos de manera individual con el objetivo de recoger sus palabras, pensamientos y percepciones sobre los acontecimientos detrás de la creación de estos ejidos cafetaleros.
Recopilamos respuestas de las entrevistas, las agrupamos por temas y las intercalamos para brindar un testimonio grupal; omitimos nombres por respeto a la privacidad y para privilegiar la memoria, es decir, lo humano, lo vivencial, lo afectivo: esas subjetividades que relacionan a las personas con su medio circundante. Como se podrá apreciar, sus sentimientos han estado intrínsecamente unidos a La Central –hoy ejido Agustín de Iturbide–, finca cafetalera expropiada y repartida durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940)2 ¡Venga pues! Disfrutemos de estos retazos de memoria con traguitos de café.
El origen
– Yo nací en 1918. Mi mamacita era de Tuxtla Chico3 y mi padrastro de Tapachula. Viví en San Vicente cuando era de los alemanes.
–Mis papás eran de Guatemala y los de mi esposa, de Oaxaca. Ellos vinieron a Agustín de Iturbide en 1935 porque el presidente de Guatemala era muy malo y decidieron escapar.
–Mis abuelos eran originarios de Acapulco, Guerrero, y mis padres nacieron en Cintalapa. Ellos llegaron aquí, a la finca vieja, en 1938.
–Yo nací en San Vicente en 1939. Llegué de cuatro años a Agustín de Iturbide. Aquí crecí y conocí a mi esposa; ella nació en Huixtla y su padre era de San Cristóbal de Las Casas.
–Nací en San Vicente en 1939. Mi mamá era de Motozintla y mi papá trabajaba en Tapachula. Ellos vinieron a Agustín de Iturbide de La Florida, Tonintaná.
–Mis papás eran de Oaxaca. A mis abuelos los mataron durante la Revolución; por eso al terminar el conflicto armado, mis papás vinieron a Agustín de Iturbide a buscar fincas de los gringos.
Finca La Central
—Don Enrique y don Alejandro Braun vinieron de Alemania y se volvieron finqueros. Ellos obtenían grandes cosechas de café con trabajadores contratados en Tenejapa, San Juan Chamula, San Cristóbal de Las Casas y Guatemala.
—Los señores Braun eran dueños desde el río Suchiate hasta el río Coatán, una región que abarcaba las fincas La Alianza, San Vicente, La Central, El Progreso, Santo Domingo, San Jerónimo, San Rafael, Los Alpes, El Desengaño, Eureka, Monte Perla y El Platanar.
—La finca La Central tenía una gran casona de tres pisos, con ventanas de cristal. Se divisaba desde Ahuacatlán y Salvador Urbina. Las oficinas eran de dos pisos y “las galleras” [lugar donde vivían los trabajadores temporales], hasta de tres.
—Hoy día La Central es el ejido Agustín de Iturbide. La casa grande, donde vivía don Enrique, fue demolida para edificar la clínica del Seguro Social. Solo queda lo que fueran las oficinas.
—A la casa grande algunos le decían “El castillo azul”. Era una casona muy bonita y distinguida que tenía dos miradores.
—La finca contaba con una red hidráulica que servía para el beneficio4 del café y los servicios domésticos.
—Había un beneficio que procesaba el café de primera y de segunda. Todo lo que se cosechaba se canalizaba desde los cafetales hasta el beneficio por medio de tuberías con agua.
—El agua se tomaba desde El Águila y corría en dos tubos de seis pulgadas. En el sifón [dispositivo que recibe el café y lo distribuye a los pulperos] del beneficio entraban hasta mil cajas de café uva [café con pulpa].
—Había recibidores de café uva. Eran de cemento y mampostería y servían para que el café cosechado se transportara hasta la finca, a través de tubos, desde los cafetales en lo que hoy es el ejido El Águila, a unos cuatro kilómetros de distancia.
La vida en la finca
—En la finca La Central existían tiendas de raya que vendían al trabajador las cosas [abarrotes] que necesitaba, a cambio de jornales.
—La tienda de raya era propiedad del dueño de la finca; ahí se daban unas fichas cuadraditas con las que se compraban cosas. Cada ficha tenía el costo de un jornal. A mi papá, que era el administrador, le pagaban un peso por jornal.
—Había dos galleras: una alojaba a los jornaleros chamulas y otra a los guatemaltecos. Siempre había más gente de Guatemala porque rendían más en el trabajo, además que casi siempre venían con toda su familia.
—En las galleras vivían como 300 trabajadores entre chamulas y guatemaltecos.
—Había un molino de nixtamal para moler el maíz y servía para preparar las tortillas de toda la gente.
—A los trabajadores les daban tres comidas: la primera era el desayuno a las 8:30 de la mañana; la segunda a mediodía y la tercera era la cena, a las 6:00 de la tarde. Les daban frijol con tortillas –a veces arroz– y café. Cada quien tenía que llevar su plato o lata de sardinas para el frijol y su vaso o lata de chile para el café. Las mujeres se levantaban a las 4:30 de la mañana a preparar la comida.
—Los trabajadores eran tratados muy mal y la comida no era nada buena. Los frijoles se cocían en los peroles de cobre, con todo y piedras y basura.
—Las variedades de café que se sembraban eran márago [Maragogype] y árabe [Typica]. Los árboles de sombra eran chalum de montaña, guayabos, tepemiztle, chiri y chicharro; estos últimos eran usados para vigas en la construcción de puentes y casas.
—Recuerdo que el patrón me regaló un paquete de cigarros Danubio por matar a una culebra venenosa, porque eran animales que causaban perjuicio. Una vez, un trabajador chamula fue mordido por una de estas serpientes y el doctor le cortó la pierna con una sierra.
—La Central tenía pulperos y retrillas. El pulpero servía para quitar toda la pulpa de los frutos maduros. El retrillador procesaba el café de pergamino a oro.
—Había trabajadores que separaban el café caracol y márago, actividad que les permitió ganar primeros lugares por la calidad del grano.
—Mi papá trabajó de mecánico arreglando las máquinas y también cuidaba de los silos para guardar el maíz, traído de la costa.
—El “remate” de cosecha, la gran fiesta de la finca, se celebraba al finalizar los cortes de café. Se llevaba marimba y había mucha comida y licor. En esas fiestas había hasta diez jueces con garrote para vigilar el orden.
—En ese tiempo los patrones eran muy estrictos con los trabajadores, y egoístas con su café. Mandaban revisar las casas para ver quién despulpaba café y al que sorprendían, lo despedían sin pagarle. Para que nosotros tomáramos tantito, mi difunta mamá cocía un poco y lo molía en su piedra [metate] por las noches, cuando todos dormían. Todo era muy vigilado por soldados. Recuerdo una anécdota sobre dos jornaleros que se querían ir de la finca sin ser sorprendidos; uno le decía al otro: “Oí vos, vonós por esta vereda onde no pasa la soldadada…” [Oye, tú, vámonos por esta vereda por donde no pasan los soldados]. “¡Qué no va a pasar la soldadada, pues!”. Ahí nomás se los pescaban a los pobres.
El movimiento agrarista
—Desde la finca La Alianza hasta Cacahoatán estaba el movimiento agrario. En La Alianza había un sindicato fuerte, compuesto de 11 líderes que organizaban todo el movimiento.
—Mi abuelo conformó un grupo de trabajadores a escondidas del patrón para adjudicarse las tierras de este ejido e hicieron las gestiones y viajes a la Ciudad de México. Se dice que los patrones quisieron comprar el movimiento, pero el grupo no quiso vender la lucha.
—Cuando los líderes agraristas estaban gestionando la tierra en la Ciudad de México, los señores de la finca les llevaron comida y hasta licor al hotel donde se hospedaban, pero a cambio de un favor. A mi padre, quien era el líder principal, le propusieron que cuántos ceros quería en un cheque si hacía perderizos [si perdía] los papeles de la gestión de las tierras. Mi padre tomó el cheque y lo rompió en pedazos, diciéndoles a los presentes que si querían dinero, que cada quien cobrara un pedazo del cheque.
—Se dice que don Enrique Braun retó a don Lázaro Cárdenas con una oferta de dinero con tal de que no le quitara sus tierras. El presidente dijo que aceptaba la oferta, pero que llenara con el peso de canto [moneda colocada por el borde] el camino de México a Tapachula.
La llegada de don Lázaro
—La visita de don Lázaro Cárdenas se confirmó para el 2 de abril de 1938. Se anunció por la bocina de la comunidad que el presidente iba a llegar a Ahuacatlán [antes pertenecía a la finca La Alianza], y todos nos movilizamos para su recibimiento. Recuerdo muy bien que le sirvieron pollo, pero por mera casualidad se dirigió a mí para pedirme que fuera a traerle dos latas de sardinas, porque temía que lo envenenaran.
—Un hecho que se recuerda es el de doña Victoria Culebro. Ella misma pidió a los músicos que tocaran “La chiapaneca” para bailar con el presidente. Así fue que Lázaro Cárdenas bailó con ella.
—El baile de Ahuacatlán era un suceso histórico muy reconocido en nuestra festividad de la dotación de tierras. En esta fiesta, ejidatarias vestidas con el traje de chiapaneca hacían el simulacro del baile de doña Victoria con el presidente. Se ofrecía mole y asado con refresco y cerveza. Se recuerdan los “chocomiles” de don Cayetano, las loterías atendidas por don Felipe y los vendedores de cenas de garnachas, enchiladas y caldo de gallina de rancho, con el famoso ponche de agua hirviendo con leche, huevo y licor de la marca Venecia –llamado “cabeza colorada” por el color rojo de su tapa– que era comprado en la única vinatera, llamada Cinco Estrellas.
La dotación de tierras
—Cuando se gana la lucha agraria, ya dentro del marco de legalidad, llegaron los ingenieros al deslinde de las parcelas para la repartición de tierras. Llamaron a la gente, que eran guatemaltecos, chamulas y los que estuvieron al pie de la lucha.
—En 1939, La Central dejó de ser finca y mi papá vino a recibir aquí su dotación de tierras.
—Inicialmente, los beneficiados con la repartición de las tierras de la finca La Central fueron 70, pero con el censo se registró gente de Cacahoatán, El Águila, La Azteca, Piedra Parada y El Progreso.
—Nos tocaron 90 cuerdas de 20 por 20 metros a cada uno [3.6 hectáreas]; de estas, 60 eran de cafetal y 30 con árboles de montaña sin cultivo de café.
—El 16 de marzo de 1939, cuando los campesinos tomaron posesión de las tierras, ya no quisieron poner el mismo nombre de La Central. Recuerdo que un profesor dijo: “Señores, si le van a cambiar el nombre, pónganle Agustín de Iturbide, ya que fue el primer hombre que mandó aquí en México”.
—En los festejos de la dotación de tierras, cada 16 de marzo se rememora el acontecimiento leyendo la lista de los ejidatarios fundadores, la gran mayoría ahora fallecidos.
—Benditos aquellos que lucharon y derramaron su sangre por el bien de la gente. Por ellos, hoy somos afortunados y por eso se pasa lista a esos luchadores.
Reflexión final
Actualmente Agustín de Iturbide y Alpujarras, pero también San Vicente, Salvador Urbina, El Platanar, El Progreso, El Águila, Ahuacatlán, Faja de Oro, Santo Domingo, entre otros tantos ejidos y comunidades cafetaleras del Soconusco, son prueba fehaciente de un pasado común aún vivo en la memoria de sus viejos.
Memoria que reafirma esa idea de “tierra de café”, donde seres humanos y cafetales se han unido indisolublemente. ¿Somos conscientes de la importancia de estas memorias –como lo señala el académico Enrique Coraza– para comprender y entender por qué es así, cómo se vive, cómo se siente y cómo se percibe la identidad de la región? Al menos la nieta de uno de nuestros entrevistados parece estarlo, cuando nos dijo: “Nos da mucho orgullo que mi abuelito, en cada desfile de fiesta, lea la lista de los fundadores fallecidos, y lo admiro por todo lo que ha guardado, como fotos y libros. Yo prefiero que me regale historia y no tierra, porque yo quiero seguir la tradición de conservar estas reliquias como prueba de nuestro pasado.”
Agradecimientos
Con profundo agradecimiento y respeto a los cafeticultores entrevistados por compartir sus memorias. A Enrique Coraza, Obeimar Balente Herrera y Miguel Ángel Díaz Perera por sus valiosas sugerencias y comentarios. Porque tal vez así haya sido, se agradece a Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas A., por la inspiración.
1 “Historias para tomar café”, Ecofronteras 34 (2008), p. 34-37, http://revistas.ecosur.mx/ecofronteras
2 Para saber más sobre este periodo histórico: Renard, M.C. 1993. El Soconusco. Una economía cafetalera. Universidad Autónoma Chapingo. México, p. 99.
3 A menos que se diga lo contrario, las comunidades son del estado de Chiapas, México.
4 “Beneficio” es el proceso que consiste en transformar el café con pulpa en granos de café; también se denomina así a las instalaciones donde se realiza dicho proceso.
Juan F. Barrera es investigador del Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente, ECOSUR Tapachula (jbarrera@ecosur.mx). Conrado Martínez y Pedro Ramírez López (ejambre@hotmail.com) fueron técnicos en ECOSUR San Cristóbal, y Joel Herrera en ECOSUR Tapachula; los tres siguen participando en proyectos de investigación o desarrollo cuando se presenta la oportunidad.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 22-25, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Vida en las alturas: plantas indicadoras del cambio climático
En la naturaleza existen plantas que pueden ser utilizadas como indicadoras de los potenciales efectos del cambio climático en una región particular. Las bromeliáceas epífitas poseen un tamaño pequeño, son de fácil manejo, toda el agua y nutrientes que necesitan son absorbidas a través de sus hojas y tienen un fuerte acoplamiento con la atmósfera a través del tipo de fotosíntesis que presentan. Además, estas plantas han demostrado una alta sensibilidad a la variación ambiental, por lo que se perfilan como una excelente herramienta para la modelación del cambio climático regional.
Las plantas no pueden huir…
Durante los últimos años el cambio climático se puso de moda. Ha sido protagonista de artículos, documentales y materiales con contenidos periodísticos, así como de programas televisivos y películas de ciencia ficción que presentan panoramas catastróficos. Pero, ¿qué es en realidad? Se trata de una modificación del clima que provoca variaciones de temperatura, lluvia y nubosidad, además de aumentos en el nivel medio del mar. Aunque ha ocurrido antes en la historia del planeta, en los últimos años se ha acelerado a causa de actividades humanas, como la emisión de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido de nitrógeno y clorofluorocarbonos, entre otros), que impiden que el calor de la Tierra escape al espacio y entonces se queda atrapado en la atmósfera.
De 1906 a la fecha, la temperatura global se ha incrementado 0.74 °C, provocando el derretimiento del hielo en los polos, lo que conlleva al aumento en el nivel del mar: 1.8 milímetros por año de 1933 a 2002, pero desde 2003 llegó hasta los 3.1 milímetros anuales, es decir ¡casi el doble! Por desgracia, en los próximos 100 años se estima un aumento de 4 °C, lo que pone a los seres vivos en serias condiciones de vulnerabilidad. Las plantas se encuentran en una situación muy particular, pues no pueden moverse a sitios con características más favorables para su crecimiento, desarrollo y reproducción.
En este contexto, por su sensibilidad a los cambios de temperatura y otras condiciones del medio, algunas plantas pueden considerarse como bioindicadores (organismos que indican las condiciones de contaminación o cambio climático). Por ejemplo, a falta de agua, pueden reducir la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que toman de la atmósfera durante la fotosíntesis o tirar algunas de sus hojas para evitar la pérdida de agua a través de ellas (ver recuadro Entérate). No todas las plantas sirven como indicadores, pues así como las personas no reaccionan de la misma manera cuando están bajo estrés, tampoco lo hacen las plantas; por decir algo, los pinos reducen su área de distribución en condiciones de cambio climático, mientras que algunos matorrales la aumentan. No obstante, las bromeliáceas epífitas responden bien a los estudios de variación ambiental, y a esto ayuda la posibilidad de analizarlas en dos contextos diferenciados: directamente en campo y también en laboratorio.
Bromeliáceas epífitas: informantes singulares
Las bromeliáceas son nativas de América, con excepción de Pitcairnia feliciana, originaria de África. Quizá la más conocida sea la piña, una de las que crecen en el suelo. Su conocido “penacho” en realidad son brácteas, estructuras que protegen a la flor y que en las bromeliáceas suelen ser muy vistosas. Hay otras especies cuyo sustrato no es la tierra sino otras plantas, de las que no absorben ningún recurso –a diferencia de la vegetación parásita–. Son las llamadas epífitas (del griego epi-sobre y fito-planta, “planta que crece sobre otra planta”), como el heno (Tillandsia usneoides).
Hay que aclarar que existen varias clases de epífitas, pero no todas son bromeliáceas; por ejemplo, las orquídeas y los helechos crecen también sobre otras plantas, pero se diferencian de las bromeliáceas epífitas en que sí absorben con sus raíces algunos nutrientes de la lluvia o el ambiente, mientras que estas últimas no: las raíces de las epífitas tienen la única función de fijarse a su planta hospedera y en consecuencia han desarrollado mecanismos para nutrirse mediante sus hojas.
Un grupo conocido como bromeliáceas “atmosféricas” cuenta con pequeños pelos (tricomas) que cubren sus hojas delgadas y rígidas; con ellos absorben el agua que llega en forma de neblina, rocío o lluvia, además de otros elementos necesarios, como el nitrógeno. Otro grupo es el tipo “tanque”, cuyas hojas largas y anchas forman precisamente un tanque donde se almacena agua que les ayuda a enfrentar periodos de sequía.
Es importante resaltar que muchas desarrollan una fotosíntesis conocida como metabolismo ácido de las crasuláceas: toman CO2 durante la noche, no en el día como la mayoría de las plantas. Su cualidad de adquirir recursos a través de sus hojas y no de sus raíces, implica que los nutrimentos, el agua y el carbono que consumen, pueden provenir de fuentes muy distintas a las de plantas terrestres, haciéndolas útiles para indicar cambios en la atmósfera con rapidez.
Bioindicadores en su contexto y en laboratorio
Las bromeliáceas epífitas son adecuadas indicadoras del cambio climático debido a su capacidad de respuesta al ambiente de forma individual (cambio en la fisiología de la planta) y poblacional (mortandad y establecimiento interanual, por ejemplo).
El agua es el principal factor que determina la zona geográfica en la que habitan, así como su localización en el árbol donde viven (tronco, parte media o la más alta). Si conocemos el hábitat de una especie en particular, podemos asociar las condiciones climáticas de esa zona con el número de bromeliáceas que ahí se encuentran (abundancia), así como el lugar del árbol en el que se hallan (distribución vertical). Si se reduce la cantidad de agua que reciben, su población disminuirá de un año a otro en determinado sitio como efecto negativo de los cambios ambientales sobre su fisiología. También es posible suponer que si de pronto dejamos de ver una especie en un lugar donde antes estaba o notamos su aparición donde antes no la veíamos, las condiciones climáticas en ambos sitios (el original y el nuevo) pueden estarse modificando.
En los estudios de laboratorio, los isótopos estables contenidos en las hojas de bromelias ayudan a identificar el origen de elementos particulares presentes en la atmósfera. Los átomos están formados por un núcleo con protones y neutrones en su interior, y electrones girando alrededor del núcleo. El número de protones determina el elemento (carbono, hidrógeno, oxígeno u otros), algo así como el sabor de un pastel; mientras que los neutrones establecen un tipo de átomo de dicho elemento, es decir, si el pastel es de chocolate blanco, oscuro o semiamargo. A esto se le denomina isótopo. Por ejemplo, el oxígeno tiene tres isótopos en la naturaleza, de los cuales el oxígeno 16 (16O, porque tiene 16 neutrones) y el oxígeno 18 (18O) son los más abundantes.
Como el agua contiene oxígeno, si cuantificamos los isótopos de este elemento contenidos en las hojas, se obtiene información muy valiosa del origen del vapor de la atmósfera, ya que su composición es diferente si procede de la lluvia o de su estancamiento en el suelo. Los datos pueden indicar cambios en el ciclo del agua (en la cantidad de lluvia, por ejemplo), y es posible hacer más precisos los modelos de cambio climático en determinadas regiones.
Si las bromelias epífitas son independientes del agua de suelo, y por lo general realizan el intercambio gaseoso durante la noche, cuando hay mucha humedad atmosférica (por eso la noche es más fresca que el día), el intercambio de moléculas de agua entre hojas y atmósfera es muy alto. Esto significa que el contenido de isótopos en sus hojas es el mismo que el de vapor de agua en el aire, así que los cambios en la composición isotópica de las hojas reflejan cambios en la atmósfera.
Como hemos visto, por las características asociadas con su forma de vida y facilidad de manejo, las bromeliáceas epífitas pueden ser excelentes indicadoras del cambio climático y resultan muy útiles para realizar estudios al respecto.
Entender su presencia en los ecosistemas puede ayudar a preservarlas, como un aporte a la generación de mecanismos para enfrentar los intensos cambios que estamos viviendo.
Agradecemos a Edilia de la Rosa, Nicte-há Wicab, Cecilia Rodríguez y Guadalupe Carrillo por los atinados comentarios que ayudaron a mejorar este documento. Al curso de posgrado Comunicación de la Ciencia (Centro de Investigación Científica de Yucatán), del cual se desprende el presente artículo.
Manuel Jesús Cach-Pérez es investigador Cátedras CONACYT, ECOSUR Villahermosa (mcach@ecosur.mx), Casandra Reyes-García (creyes@cicy.mx) y José Luis Andrade Torres (andrade@cicy.mx) son investigadores del Centro de Investigación Científica de Yucatán.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 26-28, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
La caverna del Río Secreto y los seres de la oscuridad
Las cavernas son sistemas que presentan condiciones ambientales únicas en el mundo.
Extrañas criaturas
¿A quién no le pasó siendo niño, despertarse en la noche con ganas de ir al baño y no atreverse a ir por la oscuridad? Se requería de mucho valor para controlar el miedo y aventurarse, ¿quién sabe qué siniestros seres estarían acechando por ahí? Estos temores parecen un poco ingenuos, pero ¡sí existen las criaturas de las tinieblas! Se trata de organismos que se han adaptado a la oscuridad total y que viven en cavernas; probablemente pueden causar algo de temor, porque como decía mi abuelo: “Le tenemos miedo a lo desconocido”.
Las cavernas, misteriosos lugares desde el punto de vista biológico, son ecosistemas con características ambientales únicas, ya que poseen poca o nula penetración de luz, los nutrientes disponibles por lo general son muy escasos y predominan altos niveles de sulfuros (azufre compuesto con otros elementos). En algunas cavernas inundadas y cercanas al mar, el agua salada se mezcla con la dulce, formando dos capas distintivas conocidas como haloclina; por su diferente densidad, el agua salada se encuentra hacia el fondo y el agua dulce en la superficie.
Estas condiciones adversas nos harían pensar que la vida en esos sitios es imposible; no obstante, se trata del hogar de muchos animales, la mayoría de los cuales son ciegos –incluso ya sin ojos– y han perdido su coloración por la falta de luz. Muchas especies desarrollan notablemente sus apéndices (como antenas o patas), pues deben explorar el ambiente con ellos; también hay tendencia a respirar a través de la piel y existe una nutrida diversidad de insectos alados cuyas alas han disminuido su tamaño o desaparecido. Los ciclos de vida también se transforman: los “habitantes de las oscuridad” no tienen una temporada de reproducción, sino que pueden hacerlo en cualquier época del año; como sus camadas son reducidas, no hay tanta competencia por recursos para alimentarse.
Un poco de historia
Para el mundo científico no es claro cómo ocurren los mecanismos de especiación y distribución en las cavernas, es decir, cómo unas especies dan lugar a otras y habitan en determinados espacios. Sin embargo, ha sido documentada –sobre todo en crustáceos– la aparición de especies por aislamiento geográfico, denominada especiación alopátrica; se concreta luego de un proceso llamado vicarianza, que consiste en la separación de organismos a partir de una barrera geográfica.
Para entender el proceso, echemos a volar nuestra imaginación y pensemos en una planicie donde vive un grupo de animales de la misma especie (igual forma y hábitos de vida), y de repente “el dedo de Dios” hace que aparezca un río o una montaña en medio de ellos. Al paso de cientos o miles de años, los dos grupos divididos por esa barrera geográfica irán adquiriendo características radicalmente diferentes, porque las condiciones ambientales (temperatura, alimento, luz) son distintas de cada lado y los organismos se transforman en respuesta a esas condiciones.
En el caso de la fauna de las cavernas, después de siglos de estudio por parte de naturalistas y biólogos, una clasificación los divide en dos grupos: troglobios, los que viven en zonas secas, como arañas, escorpiones, y grillos; y estigobios, los cuales tienen estrecha relación con un medio acuático, entre ellos, crustáceos, moluscos y peces.
Los primeros estudios realizados en México datan de 1816, cuando el reverendo austriaco Dominik Bilimeck, en las grutas de Cacahuamilpa en el estado de Guerrero, encontró 10 especies de organismos estigobios y una especie de troglobio; años más tarde, en 1932, tres investigadores americanos (Creaser, Hall y Pearse), encontraron cerca de 70 especies que habitaban en 35 cenotes y cavernas de la península de Yucatán, en su mayoría troglobios.
Con la creación de la Asociación Mexicana para el Estudio de Cavernas, en 1962, la investigación se intensificó y en 1971, J.R. Reddell dio a conocer la primera lista de fauna de cavernas. Para 1980 realizó una publicación más completa que incluía mapas de distribución de especies y una nutrida bibliografía.
Voluntad de explorar
La península de Yucatán, por sus suelos de tipo cárstico (muy porosos), facilita la filtración del agua superficial al subsuelo, originando cuerpos de agua subterráneos, tales como cenotes o ríos en cavernas. En Quintana Roo se han estudiado dos cavernas al norte y centro del estado: Nohoch Nah Chich y Sac Actun. Si nos trasladamos 80 kilómetros hacia el norte partiendo de Chetumal, cerca de Playa del Carmen encontramos el Centro Recreativo Río Secreto, que alberga al sistema Pool Tunich o caverna del Río Secreto, formada por una intrincada red de túneles interconectados que abarcan casi 15 kilómetros.
Esta fue el área que el grupo de investigación Estructura y Función del Bentos de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) escogió para estudiar. Por efecto de la elevada actividad turística, se percibe una importante alteración que afecta a la fauna única del sitio y la pone en peligro de desaparecer. Un primer paso antes de hacer estudios más profundos, es conocer los misteriosos organismos que la habitan, para después identificar las condiciones en que se encuentran (si son abundantes y dónde se distribuyen a lo largo de la caverna).
De octubre de 2015 a febrero de 2016, durante las cambiantes temporadas de lluvias, nortes y secas, realizamos los muestreos. Con nuestro equipo e indumentaria espeleológica para una zona húmeda, y por supuesto, con un poco de nervios, iniciamos la aventura. Antes de entrar a la caverna, la oscuridad total nos hacía regresar a la infancia y fantasear con la cantidad de criaturas que ahí podríamos encontrar…
Un día de colecta
Son la 8:30. Al interior de la caverna solo alcanzamos a ver oscuridad, y entre broma y broma comentamos que el valor es indispensable para continuar. Lo primero que percibimos es el cambio brusco de la temperatura ambiental, de lo caliente afuera de la caverna a lo frío dentro de ella. Al principio transitamos por una calzada de cemento construida para turistas, pero poco después empieza el descenso con riesgos, y los empinados y resbalosos caminos cobran sus primeras víctimas. Nos damos unos buenos “sentones”; moretones y cortadas a causa del contacto con las filosas piedras también aparecieron. Atravesamos zonas secas y otras en las que el agua nos cubría totalmente; en algunos momentos debíamos arrastrarnos para pasar a otra sección de la caverna.
¡Por fin llegamos al primer punto de colecta! Llevábamos cerca de 3 kilómetros de un total de casi 8 para cubrir todas las estaciones de muestreo, mismas que tienen nombres relacionados con alguna característica del lugar y que a veces son otorgados por guías para contar con referencias: Suprema, La Botella, Mundo Perdido, La Posa, Quinto Elemento, Alegría, Vasija…
En cada estación colocamos trampas. Usando un tubo de PVC de 3 centímetros de diámetro, obtuvimos muestras de sedimento y también encontramos organismos en fondos asociados con arena, raíces y restos de materia orgánica. A la fauna con actividad en la columna de agua la capturamos usando una red para plancton con un aro de 30 centímetros de diámetro.
A las 16:30 terminamos la colecta de muestras y emprendemos el largo y cansado regreso a la superficie. Es un alivio volver a ver la luz después de estar en un ambiente de silencio y obscuridad total.
Reconocimiento de especies
Todas las muestras biológicas fueron llevadas al laboratorio. Las examinamos con microscopio para poder reconocerlas. Identificamos seis grupos: crustáceos, insectos, arácnidos, moluscos, nematodos y anélidos. Aunque no los capturamos, también pudimos observar algunos murciélagos formando pequeñas colonias en el techo de la caverna, además de un pez “bagre”, especie ciega y de color gris muy claro, con “bigotes” –que son órganos sensoriales– muy desarrollados.
Los más abundantes fueron los nematodos, gusanos parecidos a las lombrices; eran pequeños, de 0.5 a 1.0 milímetros de longitud. Su cuerpo es liso y no segmentado, sin color y con órganos internos visibles en el microscopio.
Los crustáceos ocuparon el segundo lugar, con siete especies. Los más abundantes y de mayor distribución en la caverna fueron Craseriella anops, isópodos de gran tamaño –parecidos a las “cochinillas terrestres”–, de 2 centímetros de longitud, color blanco-amarillento y ojos pequeños. También el camarón Creaseria morleyi, de 4 a 5 centímetros; es uno de los pocos animales que no han perdido completamente su coloración (predomina el color amarillo y algunas partes blanquecinas), sus antenas son largas y los ojos muy chicos.
Finalmente, un minúsculo camaroncito del orden Mysidacea, completamente blanco, ciego y con no más de 1 milímetro de longitud.
Otro grupo, difícil de identificar y presente sobre todo en las muestras de sedimentos, fue el de los moluscos. Los más comunes fueron los gasterópodos, con una concha de bella ornamenta en forma de espina, y otros más raros como los heterópodos, con forma de disco enrollándose en un espiral y cilios (minúsculos pelos) en los márgenes externos; su tamaño máximo fue de 0.5 milímetros de diámetro.
Los insectos también hicieron acto de aparición, representados por especies de larvas, algunas posiblemente de dípteros (moscas) y otras de odonatos (libélulas); también algunos grillos del grupo de los ortópteros. En cuanto a los arácnidos, encontramos ácaros, abundantes en algunas estaciones de colecta, de forma ovalada, con un tamaño menor a 0.5 milímetros, en color blanco o amarillento claro y ciegos; muy parecidos a las “chinches”, ya que poseen una boca en forma de tubo (proboside) que utilizan para succionar, en este caso, posiblemente algún alga. También hallamos opiliones, denominados Amblypygi, que frecuentemente se confunden con arañas; su aspecto intimida ya que poseen unas estructuras bucales muy desarrolladas llamadas quelíceros (colmillos). Los menos comunes fueron arañas y escorpiones, presentes en las estaciones más cercanas a alguna salida de la caverna.
Por la clasificación que responde a la zona que habitan, encontramos que los estigobios –recordemos, los que viven en estrecha relación con el agua– fueron el grupo dominante con un total de 12 especies constituidas, sobre todo, por los crustáceos. De los troglobios –los que viven en un medio seco– colectamos nueve especies; destacaron las arañas, opilionidos, ortópteros (grillos) y escorpiones (alacranes).
Aprender a conservar
Las cavernas son sistemas que presentan condiciones ambientales únicas en el mundo y son capaces de albergar un gran número de seres que cumplen aquí todo su ciclo de vida: crecen, se alimentan y reproducen. Un gran número de ellas son endémicas (solo existen en determinado lugar) y seguramente hay muchas aún por descubrir.
Se trata, sin embargo, de ecosistemas muy frágiles. Si deseamos conservarlos y que generaciones más jóvenes los conozcan como maravillas de la naturaleza, es necesario despertar conciencia del valioso tesoro que representan, realizar acciones de educación ambiental y capacitar a quienes ofrecen servicios turísticos para que las cavernas tengan la menor perturbación posible, y disminuir así los impactos negativos que la actividad humana genera.
¡Es mucho lo que queda por hacer! Para comprender este ecosistema, su compleja dinámica poblacional y reconocer a quienes viven en él, también necesitamos voluntad de explorar nuevas cavernas, que son numerosas y con estudios escasos. La explorada por nuestro grupo aún no exhibe un alto grado de perturbación, razón por la que fue posible encontrar poblaciones numerosas de algunas especies. Necesitamos seguir explorando para reconocer, valorar y aprender a conservar.
José Juan Oliva Rivera (joliva@ecosur.mx) y Abel Vargas Espósitos (aave_8@hotmail.com) son técnicos del Departamento de Sistemática y Ecología Acuática, ECOSUR Chetumal. Alberto de Jesús Navarrete es investigador del mismo departamento y unidad (anavarre@ecosur.mx). Cecilia Cahum Cahum es guía turística del Centro Recreativo Río Secreto.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 30-33, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Leyendo el sur
Mirando al sur
Para fomentar el estudio de la biodiversidad, en el nodo Chetumal de la Red de Códigos de Barras para la Vida se diseñó el laboratorio portátil “Maletín científico de ECOSUR”, con el que estudiantes de secundaria, bachillerato y licenciatura realizan análisis moleculares con ayuda de especialistas (proyecto MEXBOL en las escuelas).
Las primeras aplicaciones de los Códigos de Barras de la Vida fueron las bibliotecas para peces, zooplancton e insectos de Quintana Roo. En la Biósfera de la Reserva de Calakmul, Campeche, también hubo estudios pioneros: se identificaron aves y mamíferos a través de secuencias de ADN más cortas, denominadas microcódigos.
Utilizando las bibliotecas de códigos de barras se han desarrollado diversas investigaciones en torno al pez león, como la determinación de la especie, etapas larvarias y alimentación. Es una especie exótica que ha invadido el Caribe y ha causado un impacto significativo por sus hábitos depredadores.
La ubicación de zonas de desove o crianza de especies de importancia económica en las costas de Quintana Roo, como el boquinete, chac-chi y pez espada, ha sido posible mediante de la identificación de huevos y larvas con estudios de códigos de barras.
Científicos mexicanos han realizado estudios de códigos de barras en avispas parasitoides, las cuales pueden ayudar a controlar plagas en los cultivos y reducir así el uso de pesticidas.
Fuentes: Portal Código de Barras de la Vida (MEXBOL), http://www.mexbol.org/; portal del CONACYT: “Los códigos de barras de la vida, una alternativa para México y su biodiversidad”, http://centrosconacyt.mx/objeto/los-codigos-de-barras-de-la-vida-una-alternativa-para-mexico-y-su-biodiversidad/; noticias 2015 en el portal de ECOSUR: “Llevan conocimiento de los códigos de barras de la vida a estudiantes”, http://www.ecosur.mx/blog/llevan-conocimiento-de-los-codigos-de-barra-de-la-vida-a-estudiantes/; Códigos de barras de la vida silvestre en México, http://bwp-mex.blogspot.mx/2014/06/que-son-los-codigos-de-barras-geneticos.html
Entrevista
Lo muerto, lo vivo y lo que perdura...Conversación con Laura Huicochea
Laura Huicochea Gómez es antropóloga e investigadora; entre sus temas de interés destacan aquellos ligados a la salud, la cultura alimentaria y el cuerpo, abordados desde la interculturalidad, la percepción y las prácticas sociales en distintos contextos y ambientes naturales.
Laura Huicochea Gómez es antropóloga e investigadora del Departamento de Sociedad y Cultura en la Unidad Campeche de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR). Entre sus temas de interés destacan aquellos ligados a la salud, la cultura alimentaria y el cuerpo, abordados desde la interculturalidad, la percepción y las prácticas sociales en distintos contextos y ambientes naturales. En esta entrevista nos guía por dichos caminos, con intensidad y evidente respeto hacia la diversidad de pensamientos, culturas y formas de habitar el mundo.
¿Dónde naciste y cómo fue tu infancia?
Nací en la Ciudad de México y viví en una colonia cercana al centro hasta los 10 u 11 años; mi vida fue muy intensa ahí. Soy la última de cuatro hermanos y ellos fueron una guía importante en mi forma de pensar y de ser. Jugábamos en la calle, con bicicletas, avalanchas, patines, carritos de carreras y trepando una higuera de nuestro patio. El mundo de los juegos era muy importante. También recuerdo un panteón en plena “ciudad deportiva”… Siempre me ha gustado ese mundo silencioso de los cementerios; es pacífico y lleno de colores y formas.
¿Tienes preferencia por algún cementerio?
Me gusta mucho el Panteón Jardín en la Ciudad de México, donde están enterrados mi abuelo materno y mi tío, también Pedro Infante y Jorge Negrete… Visitar a mis familiares difuntos y rodearme de esa atmósfera peculiar me daba mucha paz. Recuerdo a mi madre mirando la tumba silenciosa del abuelo y mi padre en compañía, limpiándola. Yo conseguía el agua para las flores de los macetones y para buscarla caminaba con tranquilidad, apreciando los retablos, las imágenes, las flores… Las iglesias tienen un ambiente similar que facilita la contemplación, pues son espacios de silencio total en donde cada detalle conlleva una carga simbólica, como resultado creativo de una mente humana.
¿Qué ocurrió cuando te cambiaste de casa?
Nos cambiamos justo cuando mis hermanos y yo íbamos creciendo. Sentí una ruptura, una lejanía de aquella sensación de vitalidad de mi infancia y me volví más tímida. No dejó de interesarme el mundo de la vida, seguramente porque seguí contando con la influencia de mis hermanos. Por ejemplo, el mayor es veterinario y desde chico mostraba un gusto contagioso por los seres vivos; por él, en nuestro patio había conejos, perros, peces y mascotas aún más exóticas: guacamayas, cacatúas, serpientes y hasta una salamandra. Además, tenía enciclopedias y libros temáticos; varios eran de arqueología y antropología, y yo también los disfrutaba.
¿Cómo te decidiste por la antropología?
Me atraían las artes plásticas, quizá porque familiares de mi mamá destacaron en esa actividad, como Antonio Gómez Rodríguez, quien diseñó el escudo de la bandera nacional. Igualmente consideré estudiar arqueología o psicología; no obstante, por aquellos fascinantes libros de mi hermano y la orientación de un par de profesores, me decidí por la antropología física en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Llegué ahí en un momento de crisis y ruptura familiar, así que me sentía definida por la rebeldía y un gran deseo de desarrollar mi vocación. La ENAH me marcó profundamente. Me abrió al mundo del debate y a la importancia de considerar los distintos puntos de vista acerca de algo; aprendí lo que significa la “otredad”, el respeto y la posibilidad de convivir sin enjuiciar a las personas. Conmigo estudiaban tanto monjas y sacerdotes como gente con tatuajes vistosos; había cabida para cualquiera que quisiera aprender. Existía una fuerte influencia marxista y un perfil de rebeldía en los estudiantes, a la par de una política universitaria de formar antropólogos con opciones de insertarse en el mundo laboral sin perder su conexión social. Mi crisis existencial empezó a tener sentido...
¿Seguiste con la antropología en el posgrado?
Sí, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) estudié la maestría y el doctorado; sin embargo, mi mayor influencia profesional viene de la licenciatura, donde me fui orientando al tema de la salud en el contexto de la antropología física. Aunque estudiaba en la ENAH, comencé a trabajar en el instituto de Biomédicas de la UNAM con Rocío Vargas, quien en México fue pionera en la extracción de ADN de los huesos humanos de poblaciones mesoamericanas, a partir de lo cual se pueden realizar estudios más amplios sobre parentesco, migraciones, alimentación, determinación de sexo, enfermedades y muchos aspectos más. En aquellos laboratorios trabajé entre centrífugas, cuartos fríos, geles de agarosa, fenoles y marcadores genéticos. Extraje ADN de huesos de personas de la zona arqueológica de Tula, Hidalgo, y de defensas de mastodonte (los colmillos). ¡Rescatamos material genético en restos de 10 mil años de antigüedad! Eso me emocionaba sobremanera.
¡Trabajabas analizando huesos, como en Bones, la serie de televisión!
¡Sí, algo así! Alguna vez incluso gestionamos en un panteón el acceso a restos humanos no reclamados, pues debíamos aprender a limpiar los huesos para estudiarlos, además de identificar huellas de todo tipo que hablan de lo que esa persona experimentó en vida.
En mi tesis de licenciatura, junto con una compañera, trabajamos con análisis de material óseo de población tolteca, desde la perspectiva de la salud y la enfermedad. La intención era detectar no solo padecimientos que hubieran existido, sino la respuesta de la población a ellos. Por ejemplo, la hiperostosis porótica –una alteración en el cráneo– es signo de anemia, misma que podría corresponder a una estrategia metabólica del cuerpo para defenderse de bacterias que dependen del hierro; es decir, el cuerpo reduce sus niveles de hierro para contrarrestar la infección bacteriana, produciendo anemia. Son formas en las que se responde al estrés ambiental, y es posible detectar estos procesos mediante el estudio de los huesos de un grupo humano, observando lesiones a partir de la edad, el sexo y ubicación ambiental del grupo.
Después obtuve una beca de la Universidad de Ohio para trabajar con colecciones de esqueletos procedentes de todo el país, que se resguardaban en las bodegas (donde también había laboratorios) del Museo Nacional de Antropología e Historia. A través de aquellos huesos tuve la oportunidad de conocer aspectos de la vida en distintos momentos y contextos de la historia prehispánica. ¡Era muy emocionante! A veces me sentía Indiana Jones en la película Los cazadores del arca perdida: una escena muestra a un hombre transportando material arqueológico en un bodegón donde se observan cientos de cajas con evidencias arqueológicas.
¿Trabajaste directamente en sitios arqueológicos?
En Teotihuacan trabajé en dos sitios, tanto en excavaciones como en laboratorio: La Ventilla y el Templo de Quetzalcóatl. En este último había evidencia de sacrificios de hombres y mujeres, acompañados de diversos elementos, como puntas de proyectil y cajetes o vasijas, y todo era una ofrenda al templo. Yo analicé los restos de ocho mujeres que se encontraron hincadas y con las manos atadas por detrás; al interior de una fosa preparada para ellas; era una imagen dura.
¿Cómo diste el giro hacia tu actividad con comunidades actuales?
Desde la licenciatura me interesé por capacitarme en temas de antropología social, lingüística e historia –lo cual se permitía en el programa de la ENAH–, al tiempo que comenzaba a preocuparme por realizar demasiado trabajo de laboratorio y alejarme del mundo vivo. En el doctorado tuve la oportunidad de participar en un proyecto en Maltrata, Veracruz, analizando patologías óseas con gente viva. Me interesaba explorar cómo experimentan las personas los problemas que yo observaba en huesos antiguos. Mi perspectiva se enriqueció leyendo a los filósofos existencialistas, para pensar al cuerpo más allá de su forma y función y entenderlo como el cuerpo de un sujeto, de una persona que existe, siente, se duele; alguien que significa y simboliza lo que vive. Supuse que trabajaría con “hueseros”, pero pronto descubrí que hay otros agentes sociales o médicos comunitarios que atienden situaciones relacionadas con el sistema osteoarticular, pues las caídas, golpes y lesiones causadas por accidentes se ligan a padecimientos como el susto y muchos otros que abarcan a la persona en su existencia. Lo que uno siente se vincula con lo que ocurre alrededor y con la forma en que lo significamos o simbolizamos.
Mi concepto de salud y enfermedad ha cambiado radicalmente desde entonces. Por ejemplo, solemos entender el “accidente” como algo fortuito en el que tuvimos poco o nada que ver, pero en tiempos mesoamericanos todo tenía una razón de ser, hasta la muerte de un viejo, concepción que permea hoy día ciertos contextos. La medicina alópata convencional es curativa y responde al cuerpo en su anatomofisiología; sin embargo, existen otras prácticas enmarcadas en un concepto de sanación: nos enfermamos corporal y existencialmente, así que la salud implica buscar el equilibrio del individuo como persona y como integrante de un hogar, en un ambiente social y un entorno natural con “cargas valóricas” o simbolismos. Por eso, en un libro que coordiné recientemente acerca de los usos de la herbolaria medicinal, esta se aborda como curativa y sanadora.
¿Qué fue lo más difícil de tu transición?
En el laboratorio, yo abría una caja de huesos para estudiar: cráneo, maxila, mandíbula, fémur, tibia, peroné. Los analizaba con todo detalle y me concentraba en ellos durante horas. En cambio, en Veracruz mi trabajo consistía en buscar entrevistas, convivir, esforzarme por explicar cuestiones que no siempre resultaban claras… Había curanderos que se resistían a participar, o a veces, para encontrarlos tenía que cruzar un camino selvático y accidentado. Desde luego, todo fue muy provechoso pues me ayudó a superar mi timidez. Avancé porque quería aprender, y sobre todo porque quería ser.
Has sido impulsora de redes de colaboración…
Cuando me vine a vivir a Campeche, todas mis redes profesionales de apoyo estaban en la Ciudad de México. Duré un buen tiempo tratando de adaptarme y esa presión me permitió buscar contactos en mi nuevo lugar de residencia y punto de partida. Comencé a crear vínculos, y con amigas y amigos de varias instituciones y disciplinas integramos la “Red de antropología e historia de la diversidad cultural y biológica del sureste mexicano” (ADHIVERSUR), en la coyuntura de una convocatoria del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. El patrimonio es uno de los ejes fundamentales.
No importa que las redes no tengan formalidad institucional, siempre son necesarias y basta conjuntar la colaboración con alumnos, profesores y profesionistas afines. Una muestra es el libro Herbolaria curativa y sanadora. La experiencia terapéutica de hombres y mujeres del sur-sureste mexicano, que resultó muy bien en parte porque integramos un sólido y amistoso grupo de trabajo: Diana Cahuich, Nuria Torrescano, Odilón Sánchez, Leticia Cano, Javier Hirose, Rodolfo Mondragón, Gabriela Vera y Armando Hernández.
¿En qué consiste el concepto de patrimonio?
Con la guía del doctor Bolfy Cottom, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, entendimos que patrimonio son las expresiones culturales que perduran a través del tiempo, aun cuando la cultura es cambiante. Y perduran porque son indispensables para la identidad y existencia material de una comunidad. Como nada es estático, el reto académico es descubrir qué elementos de las expresiones de la cultura persisten como parte de un grupo humano y por qué. No se debe considerar como patrimonio únicamente aquello que el Estado establece; hay un sinfín de expresiones vitales que también lo son, sin importar que no tengan un amplio reconocimiento. Por ejemplo, nadie duda que las murallas de la ciudad de Campeche son parte de nuestro patrimonio; en cambio, los rituales agrícolas propiciatorios que celebran los campesinos, se perciben como una simple expresión social aunque significan mucho más: son indispensables para la supervivencia comunitaria. El patrimonio no necesariamente incumbe a todos los sectores: puede ser significativo para quienes lo representan, pero no para el resto.
¿Esto se liga a tu libro sobre herbolaria?
¡Totalmente! Después de análisis y discusiones, decidimos incluir en el libro 20 problemas de salud ligados a las actividades ocupacionales de hombres y mujeres del campo, quienes ostentan, valoran, comparten y usan herbolaria medicinal. Realizamos muchas entrevistas y trabajo de campo, con lo que logramos obtener expresiones de ideas, prácticas y visiones del mundo que explicaban las situaciones de enfermedad y sus remedios para atender a la persona y no solo al cuerpo. Afloran los aires, la vergüenza, el mal de ojo y otros síndromes de filiación cultural que se resuelven con medicina tradicional. Buscábamos el conocimiento extendido a la población –más allá del de los curanderos– por ser un claro recurso patrimonial; la colectividad le permite sobrevivir material y existencialmente porque es parte de su identidad. Optamos por elegir situaciones ligadas a lo ocupacional, no acotadas al ámbito doméstico ni a mujeres de manera predominante, sino abiertas al ambiente de trabajo en la apicultura, la caza, la agricultura, el hogar y las largas jornadas en el campo; espacios donde ellas y ellos muchas veces colaboran.
Cambiando de tema, háblanos de Sociedad y Ambiente. Fuiste su primera directora.
Sociedad y Ambiente es la revista académica de ECOSUR y estoy satisfecha de haber participado en ella. Fue un reto muy interesante. Me gusta pensar que la escritura, como extensión de la mente, nos permite plasmar conceptos, posiciones y perspectivas para comunicar, generar ideas y en este caso, proyectar a ECOSUR desde un sello editorial donde se abordan temas pertinentes a la región de la frontera sur, pero con viva conexión al resto del país y el mundo.
¿En qué proyectos estás involucrada actualmente?
Estoy participando en un proyecto vinculado con el climaterio, menopausia y otras cuestiones de salud en mujeres de mediana edad, en población rural y urbana de Campeche. La mediana edad es una etapa difícil no solo por los cambios físicos, sino porque se suelen presentar divorcios, pérdidas o cambios laborales, enfermedades y muertes de los padres, adolescencia o juventud de los hijos… Trabajamos con mujeres voluntarias y debemos hacerles cuestionarios personales y minuciosos; por eso es importante hacerles sentir que no somos una amenaza y que para entender esta etapa de sus vidas conviene identificar tanto problemas físicos como una serie de preocupaciones y cuestiones anímicas que la medicina alópata no atiende, ni entiende.
También participo en un proyecto que se desarrolla en tres ciudades: San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; Valladolid, Yucatán, y Campeche, Campeche, para analizar aspectos de la medicina alternativa y complementaria en contextos urbanos, desde el enfoque de usuarios, practicantes y población en general. Hemos encontrado mucha riqueza en la investigación y creo que es posible modificar la percepción sobre la santería, la brujería, el uso del tarot, los mercados de yerbas y amuletos... Es importante entender cada situación en un contexto particular, antes de establecer juicios de valor. ¡No somos el centro del mundo y esta es la gran enseñanza de la antropología! Si bien la ciencia brinda una perspectiva de vida, no es la única; son las personas, sus mundos y visiones quienes nos muestran muchas otras facetas, que al final nos ayudan a comprender nuestros cambios y nuestro andar.
Laura López Argoytia es coordinadora de Fomento Editorial de ECOSUR (llopez@ecosur.mx).
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 34-37, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
De literatura y otros asuntos
Elipse
Dulce María del Carmen Delgadillo-Álvarez es académica del Departamento de Biomedicina Molecular, Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional.
Ingenuamente creí que no volvería a este lugar. Yo, que bajo tu guía y tutela imaginé que jamás me alejaría de ese pequeño espacio de tierra que formaba todo nuestro mundo, después de tu desaparición corporal permanente escondí en un rincón de mi cerebro la ruta hacia tu casa.
Con firme decisión desanduve entonces el camino una sola vez físicamente y tantas veces en mi memoria para borrar las huellas que, marcadas en el sendero, parecían surcos que un azadón había formado, y no nuestros pies mal cubiertos por las delgadas suelas de zapatos baratos.
Cómo iba a saber que, años después e inconscientemente, sería yo misma quien echaría todo ese condicionamiento por la borda, pues la memoria me traicionó y mi cerebro jugó una broma con mi cuerpo y lo indujo a caminar, al principio sin un aparente sentido claro y definido, y después siguiendo un itinerario perfectamente marcado, como una pista de carreras, como la vía iluminada de un avión, como una vereda sin virajes, quiebres o dobleces; ni siquiera alguna rama mal puesta que la bloqueara. Una senda directa a tu casa, esa, la que nos albergó durante los preciados años de mi niñez, de tu juventud… Me percaté entonces de que tu casa era un punto en la trayectoria elíptica de mi universo, órbita que, ciertamente, en otra época era muy corta y que con el tiempo se fue alargando, como si una gran explosión hubiera propiciado una expansión constante e impensada aunque mantuvo aquel punto en uno de sus focos, a manera de sol, lejano pero cálido, distante pero luminoso.
Cuando me di cuenta, estaba frente a la puerta que todavía conservaba restos de la pintura aceitosa que una mañana fría esparcimos con poco tiento de pintores y mucho entusiasmo de chamacos. La puerta estaba cerrada y por la basura acumulada en su base, se podía ver que hacía mucho tiempo que no se abría. Su abandono se evidenciaba más por los estragos que el sol y la lluvia habían causado en ella sin que hubiera habido alguien que la protegiera, que le diera mantenimiento. Alcé la mano y con la punta de los dedos toqué algunas de las múltiples heridas que la madera presentaba, los restos de pintura parecían residuos de sangre seca alrededor y dentro de ellos, como heridas aún abiertas en una piel vieja y marchita. Paradójico fue entonces que, consciente de que la madera no es un conductor eléctrico, el contacto con la puerta me hizo sentir un flujo de corriente penetrando por la piel de mis dedos que se transmitió por todo mi cuerpo y se tradujo en un escalofrío que aún ahora, al recordar el hecho, siento de la punta de los pies a la cabeza.
Todavía conectada mediante la yema de los dedos a la puerta, seguí palmo a palmo la ajada madera hacia el marco que la empotraba en la pared y por esta continué hasta dar con el borde de una ventana que, como si en ese momento despertara de su letargo, me atrajo con firmeza lanzando una invitación para asomarme al interior de la casa a través de uno de sus vidrios sucios y rotos, y ya no sentí escalofrío. Fue algo peor. Espantoso. El abandono de esa morada tan conocida casi hace que me desmaye. Había mucho polvo y poca luz.
No puedo decir exactamente qué fue lo que sucedió, pero por el boquete en el vidrio, la ventana entera se transformó en un agujero negro que jaló a mis ojos, a mi nariz, a mis oídos, mi cabeza completa y de un golpe seco me metió en la habitación. Fue entonces, en ese hoyo negro, que las propiedades físicas del tiempo, el espacio y los objetos mismos se alteraron. El universo entero se transformó pues los escalofríos, la tristeza, toda la impresión que tuve en los momentos anteriores a este, desaparecieron. Con mucha seguridad en las manos palpé los utensilios de antaño, los muebles que llenaban el lugar, reconocí el sitio que cada uno ocupaba. Mirando los muros calculé casi milimétricamente sus áreas y el alto techo me sedujo con sus ladrillos acomodados en una cuadrícula que muchas veces usamos como tablero de algún juego inventado en un instante y que no duraba más que eso. Olí el aroma mezclado de velas, flores y medicamentos. Oí las voces de los adultos entremezcladas con las de los chiquillos que éramos.
Cuanto más me adentraba, el espacio se iluminaba y revivía por el simple hecho de que introduje en él evocaciones tan límpidas como si no fueran efecto de la memoria sino una continuación subjetiva de momentos específicos, de situaciones acaecidas y que, lo reconozca o no, están grabadas en mi mente.
Al invocar esos recuerdos puedo decir, sin temor a equivocarme, que en ese momento fui feliz nuevamente. Rememoré las noches en las que, amontonados tres o cuatro niños en la cama, jugábamos con las sombras proyectadas por la luz de la veladora cuyo tímido pabilo encendido iluminaba escuetamente la habitación así, colocada en el piso y en el centro de la misma, lejos de (supuestamente) cualquier cosa inflamable. Quizá a quienes sabían de la improvisada palmatoria les sorprenda el hecho de que no hubiera habido nunca un accidente. Eso tal vez se haya debido a tus bendiciones nocturnas o a que durante esas noches hacía demasiado frío y las mantas en las camas eran apenas suficientes para cubrirnos por lo que difícilmente uno de nosotros se movía, mucho menos pensaríamos en levantarnos. Además, siempre hubo un componente de misterio relatado por un adulto, visitante o de la casa, en un cuento o leyenda; algo enigmático para mantener al grupo de párvulos quietos. Los toques del viento sobre la puerta o la vibración de los vidrios de las ventanas hacían que calláramos, que olvidáramos los juegos y las bromas y cayéramos en un sueño profundo en el que varias veces alguno de nosotros continúo su aventura diurna.
En el muro opuesto a la ventana del vidrio roto que marcó mi ingreso a la habitación, estaba la puerta que la comunicaba con el resto de la casa. Una oquedad que constituía el acceso al patio aquel de nuestros juegos por lo que, instintivamente, tuve la idea de cruzarlo trascendiendo a un tiempo y un espacio desconocido en ese momento, pero dominado en el pasado. Y avancé, uno, dos, tres pasos… cuando estaba por alcanzar la abertura, algo se interpuso entre ella y yo. Fue niebla, fue lluvia, ambas de una densidad tal que cubrieron mis ojos y no pude seguir contemplando el pasado y re-sentirlo. Fue una horrible e impresionante tormenta de meteoritos, rocas cósmicas de distintos tamaños que se precipitaron ferozmente hacia mí, golpeando con tanta fuerza mi memoria, mis sentimientos y mi cuerpo, que detuvieron mis movimientos paralizando mis piernas y sujetando mis brazos.
Envuelta en esa vorágine, igual que a un papel, me desprendieron del piso y, girando vertiginosamente entre la bruma y la tempestad, me sacaron hasta la calle. Me dejaron plantada sobre la acera con el rostro cubierto de lágrimas y el cuerpo temblando de frío frente a una ventana de vidrios sucios y rotos mirando el interior de un cuarto oscuro, lleno de polvo, desierto de vida, vacío de nosotros.
Han pasado algunos años más desde ese día y no he vuelto por aquel camino. Otra vez, creo que no lo volveré a recorrer, mas no sé si logre esa evasión. No lo sé, porque el no hacerlo no significa desconocerlo.
La primera ley de Kepler dice que todos los planetas se desplazan alrededor del sol siguiendo órbitas elípticas y que el sol está en uno de los focos de la elipse. La experiencia acontecida frente a ese predio abandonado y derruido, en un momento infinito en el que coincidieron los recuerdos, las sensaciones físicas y los sentimientos de ayer y de siempre, ubicaron mi ser en la órbita en la que tu casa se reveló como un sol, fue entonces que caí en la cuenta de que no puedo eludir la primera ley de Kepler; si acaso quizá solo pueda alargar la elipse sin salirme de mi trayectoria; ya lo comprobé, puedo recorrerla toda y, con los ojos cerrados, llegar hasta el hogar que habitaste, pero no deseo hacerlo. No quiero ver aquella morada muerta por tu inesperado abandono. Tampoco quiero ver que se extingue por una cuasi-voluntaria decisión de olvidarla. Pretendo recordar ese espacio como era cuando estaba vivo, pleno de la savia que le infundíamos todos quienes lo habitaban y lo visitábamos, henchido de voces y risas, lleno de la energía que desprendíamos por el simple hecho de palpitar dentro de él.
Dulce María del Carmen Delgadillo-Álvarez es académica del Departamento de Biomedicina Molecular, Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (dulmadelca@hotmail.com)
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 38-39, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx