Retazos de memoria con traguitos de café
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Resumen
Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo.
S. Aleksiévich
Nota de arranque
En diciembre de 2008 entrevistamos a ocho cafeticultores de los ejidos Agustín de Iturbide (6) y Alpujarras (2) del municipio de Cacahoatán, ubicados en el corazón de la región cafetalera del Soconusco, Chiapas. La familiaridad de sus respuestas fue fruto de la confianza establecida durante nuestros trabajos con la organización Productores de Café La Central SSS (PROCACEN).1 La mayoría eran adultos mayores, testigos y protagonistas del acontecer de la región, con quienes platicamos de manera individual con el objetivo de recoger sus palabras, pensamientos y percepciones sobre los acontecimientos detrás de la creación de estos ejidos cafetaleros.
Recopilamos respuestas de las entrevistas, las agrupamos por temas y las intercalamos para brindar un testimonio grupal; omitimos nombres por respeto a la privacidad y para privilegiar la memoria, es decir, lo humano, lo vivencial, lo afectivo: esas subjetividades que relacionan a las personas con su medio circundante. Como se podrá apreciar, sus sentimientos han estado intrínsecamente unidos a La Central –hoy ejido Agustín de Iturbide–, finca cafetalera expropiada y repartida durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940)2 ¡Venga pues! Disfrutemos de estos retazos de memoria con traguitos de café.
El origen
– Yo nací en 1918. Mi mamacita era de Tuxtla Chico3 y mi padrastro de Tapachula. Viví en San Vicente cuando era de los alemanes.
–Mis papás eran de Guatemala y los de mi esposa, de Oaxaca. Ellos vinieron a Agustín de Iturbide en 1935 porque el presidente de Guatemala era muy malo y decidieron escapar.
–Mis abuelos eran originarios de Acapulco, Guerrero, y mis padres nacieron en Cintalapa. Ellos llegaron aquí, a la finca vieja, en 1938.
–Yo nací en San Vicente en 1939. Llegué de cuatro años a Agustín de Iturbide. Aquí crecí y conocí a mi esposa; ella nació en Huixtla y su padre era de San Cristóbal de Las Casas.
–Nací en San Vicente en 1939. Mi mamá era de Motozintla y mi papá trabajaba en Tapachula. Ellos vinieron a Agustín de Iturbide de La Florida, Tonintaná.
–Mis papás eran de Oaxaca. A mis abuelos los mataron durante la Revolución; por eso al terminar el conflicto armado, mis papás vinieron a Agustín de Iturbide a buscar fincas de los gringos.
Finca La Central
—Don Enrique y don Alejandro Braun vinieron de Alemania y se volvieron finqueros. Ellos obtenían grandes cosechas de café con trabajadores contratados en Tenejapa, San Juan Chamula, San Cristóbal de Las Casas y Guatemala.
—Los señores Braun eran dueños desde el río Suchiate hasta el río Coatán, una región que abarcaba las fincas La Alianza, San Vicente, La Central, El Progreso, Santo Domingo, San Jerónimo, San Rafael, Los Alpes, El Desengaño, Eureka, Monte Perla y El Platanar.
—La finca La Central tenía una gran casona de tres pisos, con ventanas de cristal. Se divisaba desde Ahuacatlán y Salvador Urbina. Las oficinas eran de dos pisos y “las galleras” [lugar donde vivían los trabajadores temporales], hasta de tres.
—Hoy día La Central es el ejido Agustín de Iturbide. La casa grande, donde vivía don Enrique, fue demolida para edificar la clínica del Seguro Social. Solo queda lo que fueran las oficinas.
—A la casa grande algunos le decían “El castillo azul”. Era una casona muy bonita y distinguida que tenía dos miradores.
—La finca contaba con una red hidráulica que servía para el beneficio4 del café y los servicios domésticos.
—Había un beneficio que procesaba el café de primera y de segunda. Todo lo que se cosechaba se canalizaba desde los cafetales hasta el beneficio por medio de tuberías con agua.
—El agua se tomaba desde El Águila y corría en dos tubos de seis pulgadas. En el sifón [dispositivo que recibe el café y lo distribuye a los pulperos] del beneficio entraban hasta mil cajas de café uva [café con pulpa].
—Había recibidores de café uva. Eran de cemento y mampostería y servían para que el café cosechado se transportara hasta la finca, a través de tubos, desde los cafetales en lo que hoy es el ejido El Águila, a unos cuatro kilómetros de distancia.
La vida en la finca
—En la finca La Central existían tiendas de raya que vendían al trabajador las cosas [abarrotes] que necesitaba, a cambio de jornales.
—La tienda de raya era propiedad del dueño de la finca; ahí se daban unas fichas cuadraditas con las que se compraban cosas. Cada ficha tenía el costo de un jornal. A mi papá, que era el administrador, le pagaban un peso por jornal.
—Había dos galleras: una alojaba a los jornaleros chamulas y otra a los guatemaltecos. Siempre había más gente de Guatemala porque rendían más en el trabajo, además que casi siempre venían con toda su familia.
—En las galleras vivían como 300 trabajadores entre chamulas y guatemaltecos.
—Había un molino de nixtamal para moler el maíz y servía para preparar las tortillas de toda la gente.
—A los trabajadores les daban tres comidas: la primera era el desayuno a las 8:30 de la mañana; la segunda a mediodía y la tercera era la cena, a las 6:00 de la tarde. Les daban frijol con tortillas –a veces arroz– y café. Cada quien tenía que llevar su plato o lata de sardinas para el frijol y su vaso o lata de chile para el café. Las mujeres se levantaban a las 4:30 de la mañana a preparar la comida.
—Los trabajadores eran tratados muy mal y la comida no era nada buena. Los frijoles se cocían en los peroles de cobre, con todo y piedras y basura.
—Las variedades de café que se sembraban eran márago [Maragogype] y árabe [Typica]. Los árboles de sombra eran chalum de montaña, guayabos, tepemiztle, chiri y chicharro; estos últimos eran usados para vigas en la construcción de puentes y casas.
—Recuerdo que el patrón me regaló un paquete de cigarros Danubio por matar a una culebra venenosa, porque eran animales que causaban perjuicio. Una vez, un trabajador chamula fue mordido por una de estas serpientes y el doctor le cortó la pierna con una sierra.
—La Central tenía pulperos y retrillas. El pulpero servía para quitar toda la pulpa de los frutos maduros. El retrillador procesaba el café de pergamino a oro.
—Había trabajadores que separaban el café caracol y márago, actividad que les permitió ganar primeros lugares por la calidad del grano.
—Mi papá trabajó de mecánico arreglando las máquinas y también cuidaba de los silos para guardar el maíz, traído de la costa.
—El “remate” de cosecha, la gran fiesta de la finca, se celebraba al finalizar los cortes de café. Se llevaba marimba y había mucha comida y licor. En esas fiestas había hasta diez jueces con garrote para vigilar el orden.
—En ese tiempo los patrones eran muy estrictos con los trabajadores, y egoístas con su café. Mandaban revisar las casas para ver quién despulpaba café y al que sorprendían, lo despedían sin pagarle. Para que nosotros tomáramos tantito, mi difunta mamá cocía un poco y lo molía en su piedra [metate] por las noches, cuando todos dormían. Todo era muy vigilado por soldados. Recuerdo una anécdota sobre dos jornaleros que se querían ir de la finca sin ser sorprendidos; uno le decía al otro: “Oí vos, vonós por esta vereda onde no pasa la soldadada…” [Oye, tú, vámonos por esta vereda por donde no pasan los soldados]. “¡Qué no va a pasar la soldadada, pues!”. Ahí nomás se los pescaban a los pobres.
El movimiento agrarista
—Desde la finca La Alianza hasta Cacahoatán estaba el movimiento agrario. En La Alianza había un sindicato fuerte, compuesto de 11 líderes que organizaban todo el movimiento.
—Mi abuelo conformó un grupo de trabajadores a escondidas del patrón para adjudicarse las tierras de este ejido e hicieron las gestiones y viajes a la Ciudad de México. Se dice que los patrones quisieron comprar el movimiento, pero el grupo no quiso vender la lucha.
—Cuando los líderes agraristas estaban gestionando la tierra en la Ciudad de México, los señores de la finca les llevaron comida y hasta licor al hotel donde se hospedaban, pero a cambio de un favor. A mi padre, quien era el líder principal, le propusieron que cuántos ceros quería en un cheque si hacía perderizos [si perdía] los papeles de la gestión de las tierras. Mi padre tomó el cheque y lo rompió en pedazos, diciéndoles a los presentes que si querían dinero, que cada quien cobrara un pedazo del cheque.
—Se dice que don Enrique Braun retó a don Lázaro Cárdenas con una oferta de dinero con tal de que no le quitara sus tierras. El presidente dijo que aceptaba la oferta, pero que llenara con el peso de canto [moneda colocada por el borde] el camino de México a Tapachula.
La llegada de don Lázaro
—La visita de don Lázaro Cárdenas se confirmó para el 2 de abril de 1938. Se anunció por la bocina de la comunidad que el presidente iba a llegar a Ahuacatlán [antes pertenecía a la finca La Alianza], y todos nos movilizamos para su recibimiento. Recuerdo muy bien que le sirvieron pollo, pero por mera casualidad se dirigió a mí para pedirme que fuera a traerle dos latas de sardinas, porque temía que lo envenenaran.
—Un hecho que se recuerda es el de doña Victoria Culebro. Ella misma pidió a los músicos que tocaran “La chiapaneca” para bailar con el presidente. Así fue que Lázaro Cárdenas bailó con ella.
—El baile de Ahuacatlán era un suceso histórico muy reconocido en nuestra festividad de la dotación de tierras. En esta fiesta, ejidatarias vestidas con el traje de chiapaneca hacían el simulacro del baile de doña Victoria con el presidente. Se ofrecía mole y asado con refresco y cerveza. Se recuerdan los “chocomiles” de don Cayetano, las loterías atendidas por don Felipe y los vendedores de cenas de garnachas, enchiladas y caldo de gallina de rancho, con el famoso ponche de agua hirviendo con leche, huevo y licor de la marca Venecia –llamado “cabeza colorada” por el color rojo de su tapa– que era comprado en la única vinatera, llamada Cinco Estrellas.
La dotación de tierras
—Cuando se gana la lucha agraria, ya dentro del marco de legalidad, llegaron los ingenieros al deslinde de las parcelas para la repartición de tierras. Llamaron a la gente, que eran guatemaltecos, chamulas y los que estuvieron al pie de la lucha.
—En 1939, La Central dejó de ser finca y mi papá vino a recibir aquí su dotación de tierras.
—Inicialmente, los beneficiados con la repartición de las tierras de la finca La Central fueron 70, pero con el censo se registró gente de Cacahoatán, El Águila, La Azteca, Piedra Parada y El Progreso.
—Nos tocaron 90 cuerdas de 20 por 20 metros a cada uno [3.6 hectáreas]; de estas, 60 eran de cafetal y 30 con árboles de montaña sin cultivo de café.
—El 16 de marzo de 1939, cuando los campesinos tomaron posesión de las tierras, ya no quisieron poner el mismo nombre de La Central. Recuerdo que un profesor dijo: “Señores, si le van a cambiar el nombre, pónganle Agustín de Iturbide, ya que fue el primer hombre que mandó aquí en México”.
—En los festejos de la dotación de tierras, cada 16 de marzo se rememora el acontecimiento leyendo la lista de los ejidatarios fundadores, la gran mayoría ahora fallecidos.
—Benditos aquellos que lucharon y derramaron su sangre por el bien de la gente. Por ellos, hoy somos afortunados y por eso se pasa lista a esos luchadores.
Reflexión final
Actualmente Agustín de Iturbide y Alpujarras, pero también San Vicente, Salvador Urbina, El Platanar, El Progreso, El Águila, Ahuacatlán, Faja de Oro, Santo Domingo, entre otros tantos ejidos y comunidades cafetaleras del Soconusco, son prueba fehaciente de un pasado común aún vivo en la memoria de sus viejos.
Memoria que reafirma esa idea de “tierra de café”, donde seres humanos y cafetales se han unido indisolublemente. ¿Somos conscientes de la importancia de estas memorias –como lo señala el académico Enrique Coraza– para comprender y entender por qué es así, cómo se vive, cómo se siente y cómo se percibe la identidad de la región? Al menos la nieta de uno de nuestros entrevistados parece estarlo, cuando nos dijo: “Nos da mucho orgullo que mi abuelito, en cada desfile de fiesta, lea la lista de los fundadores fallecidos, y lo admiro por todo lo que ha guardado, como fotos y libros. Yo prefiero que me regale historia y no tierra, porque yo quiero seguir la tradición de conservar estas reliquias como prueba de nuestro pasado.”
Agradecimientos
Con profundo agradecimiento y respeto a los cafeticultores entrevistados por compartir sus memorias. A Enrique Coraza, Obeimar Balente Herrera y Miguel Ángel Díaz Perera por sus valiosas sugerencias y comentarios. Porque tal vez así haya sido, se agradece a Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas A., por la inspiración.
1 “Historias para tomar café”, Ecofronteras 34 (2008), p. 34-37, http://revistas.ecosur.mx/ecofronteras
2 Para saber más sobre este periodo histórico: Renard, M.C. 1993. El Soconusco. Una economía cafetalera. Universidad Autónoma Chapingo. México, p. 99.
3 A menos que se diga lo contrario, las comunidades son del estado de Chiapas, México.
4 “Beneficio” es el proceso que consiste en transformar el café con pulpa en granos de café; también se denomina así a las instalaciones donde se realiza dicho proceso.
Juan F. Barrera es investigador del Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente, ECOSUR Tapachula (jbarrera@ecosur.mx). Conrado Martínez y Pedro Ramírez López (ejambre@hotmail.com) fueron técnicos en ECOSUR San Cristóbal, y Joel Herrera en ECOSUR Tapachula; los tres siguen participando en proyectos de investigación o desarrollo cuando se presenta la oportunidad.
Ecofronteras, 2017, vol.21, núm. 59, pp. 22-25, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx