Experiencias en Tabasco. Integración de estudiantes al “estilo ecosureño”
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Resumen
Comenzar un curso con una salida de campo es una buena estrategia educativa para integrar a un nuevo grupo de estudiantes. ´Resultó una experiencia enriquecedora y estimulante al emprender el reto de un doctorado, y por eso decidí compartirla´.
Puedo afirmar orgullosamente que soy afortunada de pertenecer a la generación de doctorado 2016 de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR). Reconozco el esfuerzo de las carismáticas personas llamadas “cátedras CONACYT” y quienes participaron como ponentes en el seminario avanzado de Agroecología y Sociedad, por compartirnos sus experiencias y por hacer de cada conversatorio un espacio de intercambio abierto al diálogo. Pienso –y hablo también por mis compañeras y compañeros de la orientación– que empezar un curso con una salida de campo es una buena estrategia educativa para integrar a un nuevo grupo de estudiantes. Resultó una experiencia enriquecedora y estimulante al emprender el reto de un doctorado, y por eso decidí compartirla.
Nuestro viaje comenzó con el traslado desde la Unidad San Cristóbal de ECOSUR hacia la comunidad Zapotal segunda sección, en el municipio de Comalcalco, Tabasco. Allá nos recibió un grupo de personas que trabajan con la doctora Miriam Aldasoro (Unidad Villahermosa) en el rescate de saberes tradicionales para la producción y reproducción de las abejas criollas (abejas sin aguijón: Meliponinae). El trabajo de ECOSUR se ve reflejado en cómo las personas se expresan de las abejas y en cómo enfatizan su importancia ecológica. El diálogo que tuvimos con este grupo nos llenó de emoción, pues estábamos ante un proceso fundamental y de largo plazo para fortalecer prácticas culturales ancestrales que repercuten en la conservación de la biodiversidad.
Al día siguiente fuimos a visitar una milpa y un par de cacaotales con manejo orgánico. La gente del lugar nos dio un recorrido y nos compartió la historia de cómo la comunidad pasó de tener una vasta vegetación de selva y cacaotales, a unas cuantas milpas y potreros abiertos debido a la plaga de moniliasis que no pudieron combatir en la década de 1970.1 Gracias a su empeño y con el soporte de diversas capacitaciones que han recibido, están retomando la actividad cacaotera, además de haber mejorado su organización social. En la actualidad venden chocolate orgánico en diferentes presentaciones directamente al público consumidor, mientras que antes la semilla de cacao era acopiada por empresas recolectoras a precios injustos; por eso buscaron su propio mercado.
El tercer día de nuestro viaje recibimos una plática por parte de algunas personas que forman parte del grupo de las abejas, pero también del grupo de “cayuqueros”. Se han organizado para brindar viajes a turistas (en su mayoría de la región) a través de un manglar en el que se puede observar una amplia diversidad de aves. Los cayuqueros son una prueba pura de una experiencia exitosa de resiliencia social. Antes se dedicaban al campo, sembrando maíz y pastizales en una zona pantanosa de la cual apenas habían logrado conseguir su dotación de tierras de tipo ejidal. Todo parecía marchar favorablemente, sin embargo, poco tiempo duró el gusto de cultivar aquellas tierras, pues el mar empezó a ganar terreno y la salinidad terminó por desplazar pastos y milpas a causa de la degradación de los manglares que habían ocupado parte de la zona.2
Fue un momento crítico y desesperanzador para muchas personas que ya habían padecido el problema de la moniliasis en los cacaotales.
Pero alguien pensó diferente y se le ocurrió sembrar árboles de mangle, ya que al parecer era la única “mata” que aguantaba la salinidad del terreno en época de secas y soportaba el exceso de agua durante las lluvias. Fue así que empezaron a conseguir subsidios para iniciar un proceso de forestación y restauración de manglar en el ejido Playa Larga. Después de algunos años, los ejidatarios empezaron a observar cambios en los patrones de flujo del agua, además de que las aves nativas y migratorias aumentaron su población. Hoy en día la gente de Zapotal está organizada y entusiasmada por realizar un proyecto de ecoturismo para aprovechar el potencial del manglar. También han planeado un museo comunitario que muestre la importancia ecológica de las abejas criollas y buscan opciones para potencializar el cultivo del cacao orgánico.
Como estudiantes de doctorado que tuvimos la oportunidad de conocer su experiencia y admirarnos con sus estrategias productivas llenas de historia, saberes y con una fuerte carga emocional, sentimos el compromiso de dejar algo valioso a la comunidad y que nuestra visita no pasara como un evento sin importancia. Así que nuestro viaje terminó con un taller lúdico dirigido a jóvenes estudiantes del tercer grado de secundaria.
Durante las noches del viaje tratábamos de retomar lo más valioso del día y planeábamos las actividades que pensábamos que tendrían impacto en la población. De esta manera diseñamos un circuito con tres actividades. La primera consistió en elaborar un juego de tarjetas con el que jóvenes de la comunidad podrían participar por equipos en dos ciclos diferentes: uno en escala geológica respecto al uso del petróleo en la vida diaria y sus repercusiones ambientales, y el otro con contenidos vinculados al ciclo de nutrientes desde la selva hasta la elaboración de chocolate y café. La segunda actividad fue la proyección de un video editado y exhibido de forma participativa sobre nuestras acciones en su comunidad y lo que aprendimos de las personas que viven allí. Por último trabajamos en el planteamiento de una red de interacciones entre las abejas criollas y las amenazas naturales y antropocéntricas que enfrentan diariamente.
Al finalizar el circuito, tuvimos una reunión y algunas personas expresaron sus reflexiones. Este momento fue muy emotivo, pues como investigadoras e investigadores en formación nos dimos cuenta de que es importante la creatividad para que la divulgación de la información sea significativa e impacte al público.
A mi parecer, la integración de grupos de trabajo en campo –en lugares en donde hay precedentes de investigaciones incluyentes– facilita la formación de lazos profesionales, pero más allá de eso, se ganan amistades sinceras y se promueve el compañerismo.
1El principal problema fitosanitario que presenta el cultivo del cacao es la moniliasis, enfermedad causada por el hongo Moniliophthora roreri, que ataca al fruto, reduce su valor comercial y ocasiona pérdidas económicas cuantiosas.
2Los manglares son muy importantes, ya que permiten la acumulación de sedimentos, con lo que se gana terreno al mar y se estabiliza la línea costera; sin ellos, se acentúan las condiciones del proceso erosivo del mar hacia el continente, así como el aumento de la salinidad de los suelos.
Ingrid Abril Valdivieso Pérez es estudiante del Doctorado en Ecología y Desarrollo Sustentable de ECOSUR (iavaldivieso@ecosur.edu.mx).
Ecofronteras, 2016, vol.20, núm. 58, pp.38-39, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx