La creación, un afirmación desde la vida

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Mariana Bertadillo

Resumen

Para Mujeres y Maíz, quienes con su ejemplo de esfuerzo, trabajo organizado y alegría convocan a otras mujeres, chiapanecas o no, a defender nuestro derecho a la vida.


Son tiempos difíciles. Voy a escribir acá desde mi derecho a la dignidad de la vida como mujer en México. Lo haré así porque es necesario, pero no significa que otras vidas no importen: esta es la que yo vivo, y esta es desde donde yo quiero convocar a seguirlo haciendo.

El tiempo está corriendo y la misoginia que en mi país genera feminicidios y violencia hacia las mujeres ha ido adquiriendo el impacto deseado: desinterés o desánimo, una sociedad “rebasada” por una realidad que cada vez nos hace sentir más acorraladas, menos libres y con ello también, resignadas.

Esto ocurre igual en Chihuahua que en Chiapas, Guerrero, Guanajuato, la Ciudad o el Estado de México; pasa en Honduras, en Guatemala, Colombia o Bolivia: en América Latina entera, en las urbes y en comunidades alejadas de ellas. Es necesario dedicarnos unas palabras para recordar que somos seres que pueden actuar: seguir hablando de resistencias cotidianas, de estrategias para la vida, además de denuncias e indignación.

Lo que quiero transmitir a continuación no es algo nuevo. Lo hacen muchas personas a lo largo y ancho de nuestros territorios. Esto parte, hay que recordarlo, de la idea de que muy frecuentemente nos hemos concentrado en responder y reivindicar valores que las más de las veces obstaculizan, más que alentar, nuestros intentos por sacudirnos lo que nos lastima. Cuando solo respondemos, difícilmente logramos quitarnos las camisas de fuerza.

Pensar en nuestras creaciones diarias como fuentes de vida y liberación es importante: una herramienta dentro de los horizontes de lo posible que dibujamos y, de hecho, construimos a diario. Crear, y hacernos cada vez más conscientes de lo que creamos, nos alivia y al mismo tiempo nos salva de seguir destruyendo… y de ser destruidas.

Mirarse una…

Notar las grandes transformaciones personales producto de reconocer, con cierta distancia, realidades a las que hemos renunciado (¿o nos gustaría renunciar?) por no sentirnos cómodas. Realidades que nos lastiman; eventos donde las certezas que nos hacían estar seguras, después nos hicieron mirarnos vulnerables. Ver ahí donde aprendimos que el acoso es un halago, o ese espacio en el que me dijeron que la violación no ocurre entre personas que se quieren, o que el amor es sacrificarnos por todo el mundo, pero nunca rescatarse a una. Reconocer esas realidades invita, entonces, a pensarse una vida digna, hilvanando junto a otras con historias similares a la mía. En ese momento, recordamos que la sabiduría nos encuentra en el vicio acompañado de querer hablar y aprender a escuchar. Compartir en voz alta nuestras fugas y las alternativas para soltar lo que lastima.

Mirar alrededor…

Volvernos a acercar para escuchar a las otras: lo que produce la creatividad nos enseña que la colectividad nos hace más fuertes. La autonomía es una lucha diaria por un sentido vital que nos permita ser menos dependientes y al mismo tiempo, seres más colectivos. En Chiapas se aprende que autonomía es, antes que cualquier otra cosa, una creación constante de fuentes nuevas de vida. Y que compartirlas permite nutrirlas.

Reír es un recurso para mantenerse despierta y viva. Bailar, escribir, cultivar, tejer, hacer radio, entrenar autodefensa o hacer fotografía, algunos más. Lo anterior sirve como pretexto para algo que también necesitamos: seguirnos organizando y hablar de los temas que nos importan, sobretodo de los que nos lastiman. Cuando no callamos, enunciamos realidades. Aunque sean breves, planteamos espacios distintos para ser: creemos en esas realidades y, al hacerlo, también en nuestra subjetividad para producirlas y mejor aún, para hacerlo junto a otras con historias cercanas a la mía.

Nuestro reto actual quizá consista, entonces, en permitirnos pensar ¿y cómo amplificamos lo que nos hace bien? Hay que ensayar y alimentar propuestas. Tenemos, antes que nada, derecho a la ilusión de nuestras creaciones y a lo que, con ellas, vamos tejiendo.

Cambiar el afuera nos hace imprescindible movernos de todo aquello que nos palpita desde dentro. En El pensamiento heterosexual, Monique Wittig nos advierte que estamos socializadas y socializados en un mundo que lo crea todo poniendo como centro una manera exclusiva de hacer las cosas (ella se refiere a la heterosexualidad como una construcción social, pero algo parecido denuncia el pensamiento descolonial y tiempo antes, el marxismo). Cambiar nuestras condiciones de vida nos invita a pensar ¿a qué sí vamos a renunciar? Nuestras decisiones y consecuencias prácticas son las que probablemente transforman un poco de los espacios en los que vivimos hoy. Pero hay que atreverse y, también, soltar.

No hay que ser artista para crear, pero algo sí: necesitamos crear para conseguir vivir, no sobrevivir como se han empeñado en querernos convencer. Si la vida no está en sus términos, habrá que seguir pensando cómo continuamos construyendo en los nuestros.

Mariana C. Bertadillo es tesista en comunicación política e integrante del equipo de Fomento Editorial de ECOSUR (mbertadillo@ecosur.mx).




Ecofronteras, 2016, vol. 20, núm. 57, pp. 37-38, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Palabras clave: feminicidios, violencia, derechos humanos

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