Educación intercultural para nuestro futuro común. Voces chujes

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Fernando Limón Aguirre Griselda López Rivas Cristóbal Pérez Tadeo

Resumen

Cuando se habla de interculturalidad normalmente existe la necesidad de aclarar a qué se refiere uno, sobre todo si se debe hacer una diferencia respecto de la multiculturalidad.



La multiculturalidad: ámbito de discriminación y dominio

Cuando se habla de interculturalidad normalmente existe la necesidad de aclarar a qué se refiere uno, sobre todo si se debe hacer una diferencia respecto de la multiculturalidad. No hay un entendido común al respecto; cada quien tiene una idea distinta. Así como cuando se habla de género se piensa en “algo de las mujeres”, lo mismo ocurre en el caso de la interculturalidad en México y se le vincula con “algo para los indígenas”. Estos retorcimientos no son buenos y solo generan huecos que aplazan la atención hacia el tema y su ejecución justa, deseable y transformadora.

Es importante reconocer que las propias dinámicas de la globalización han implicado que el asunto de la multiculturalidad sea de alcance planetario. Prácticamente no hay país en el mundo en donde las interacciones entre culturas no estén poniendo en jaque a las lógicas establecidas desde una situación cultural específica y dominante. Cada vez es más evidente la prepotencia de unas culturas sobre otras, pues basándose en la diferencia cultural se establecen jerarquías que no tienen motivo alguno de existir ¡No hay una sola cultura mejor o superior a otra! Lamentablemente la mentalidad generalizada no lo asume así.

Estos hechos de discriminación y dolor que caracterizan a la multicultural real se verifican con mayor contundencia en donde existen relaciones entre culturas colonizadoras y pueblos originarios o grupos minoritarios. Se hace sentir que por ser indígena se es menos; y lamentablemente esta realidad se remarca de forma continua. Tal idea aberrante y vacía de sustento debe ser transformada con urgencia, y esta es precisamente la pretensión de la interculturalidad, como principio de equidad e igualdad entre culturas, con más claridad en la relación entre personas con culturas diferentes.

La disposición hacia la interculturalidad no debe estar vacía de memoria y ha de sustentarse en la justicia, así como concretarse en la operacionalización de acciones afirmativas tendentes a reivindicar lo negado y a deshacer toda forma de menosprecio y discriminación. Una de estas acciones afirmativas debe implementarse en el ámbito educativo.

La educación intercultural: un campo en debate

El asunto de la educación intercultural es verdaderamente un campo en debate. Existen las políticas oficialistas y sistémicas que plantean programas de educación para los pueblos indígenas (muy lejos siquiera de aplicarse entre todos los pueblos originarios), cuyo trasfondo real sigue siendo la ideología perversa que busca “incorporarlos” al respectivo proyecto de Estado nacional, en el caso mexicano: mestizo y moderno. Por otro lado hay una amplia gama de experiencias entre pueblos y comunidades, basadas en sus propias culturas y que se desbordan como verdaderas prácticas de beneficio abierto; es decir, dispuestas favorablemente a la interculturalidad.

Para proponer una oferta educativa tendente a la interculturalidad, resulta fundamental que en primer lugar los pueblos trabajen en su interior reflexionando: ¿cuál es la herencia de nuestro pueblo que puede y debe ser compartida con el resto de personas en derredor, que dé contenido a una verdadera propuesta de interculturalidad? Esta reflexión no debe ser ingenua, sino en la conciencia sociológica de las lógicas institucionalizadas e institucionalizantes.

En el trabajo que hemos venido realizando con comunidades del pueblo chuj en México (ubicadas en la región de las lagunas de Montebello en Chiapas), hemos abordado el tema de la educación. Al respecto, la gente nos ha compartido ideas de cómo vincular sus conocimientos culturales con aquellos otros conocimientos que se “enseñan” desde los programas oficiales (como intentando construir puentes).

Hay que aclarar que cuando hablamos de conocimientos culturales hacia fines educativos no nos referimos solamente a las cosmovisiones, sino a la amplia constelación de saberes y prácticas, articulados en el entrelazo de la memoria y la esperanza, con una lectura de la historia que se hace en clave propia (es decir, a contrapelo) y relacionando valores, espiritualidad, territorialidad (relaciones vividas con la naturaleza y enfáticamente con la tierra), así como las formas de recreación artística, derechos, idioma y los modos de entender el tiempo. Todo esto como comprensión alterna a las fórmulas dominantes.

Opiniones para articular conocimientos culturales a la educación formal

La educación intercultural entre la gente chuj con la que hemos interactuado se configura como un anhelo que demanda modificaciones sustanciales dentro del sistema educativo, evidenciando la visión crítica que se tiene del mismo y a la vez el anhelo que les representa. ¿Qué es lo que nos han expresado? A nuestra primera pregunta obvia de si consideran conveniente que su conocimiento chuj lo aprendan otros niños que no sean chujes, don Juan nos responde: “Claro que sí, es bueno para todos, así respetaríamos mejor a la madre tierra”. Por su parte, doña Elena contesta: “Cómo no, así nos entenderíamos mejor y nos respetarían, pues si no nos conocen no nos respetan”.

En respuesta a nuestro cuestionamiento de cuál sería el posible camino para articular los conocimientos culturales de su pueblo a la educación formal, don Baltazar consigna: “Organizarlo otra vez. Porque si se piensa hacer así como están las cosas ahorita, de nada va a servir. Al contrario, solo echan a perder nuestra cultura”. Y doña María sentencia: “Que se haga como se debe: con compromiso, porque mi cultura no es cualquier cosa para echarlo así nada más”.

Don Andrés y don Miguel plantean la necesidad de que haya quien vigile “que nuestra cultura se enseñe como es” y que quien transmita saberes “sepa lo que está enseñando, que comprenda el sentido y su significado”.

En cuanto a la importancia de enseñar el conocimiento de la propia cultura, doña Magdalena y don Felipe como al unísono lo justifican: “Para que nuestros hijos sepan vivir nuestro modo”; en tanto que doña Catarina con claridad de miras dice: “Es muy importante porque si se olvida estamos perdidos.” Como se puede apreciar, este tipo de educación implica la valoración y afirmación de lo propio, y al mismo tiempo rechaza cualquier forma de jugueteo que renueve el desprecio o la minusvalía de la cultura propia.

Tras una serie de justificaciones que la validan, viene la expresión preclara de las muy posibles desventajas: “Si se enseña en la escuela ahí tiene las debilidades que no desarrolla, no supera”; lo que a la vez de advertir, manifiesta la evaluación que se tiene del sistema escolar. Entonces doña Consuelo se remite a quienes van a enseñar: “Que sea un maestro que conozca, que sepa, para que así él pueda enseñar”. Que sea un profesor “que se comprometa y no quiera juguetear la cultura”, dice don Ysidoro, en tanto don Diego remata: debe “saber bien el castellano y saber bien la lengua [chuj]”. Es interesante descubrir que en todo esto no se establece que quien enseña deba ser alguien de fuera o de dentro de la comunidad o del mismo pueblo chuj; lo que se remarca es la cualidad y la actitud.

Con esta posición no se evade el compromiso como madres-padres de familia, pues Ysidoro y Diego también expresan: “Si nosotros desde chiquitos los llevamos por un camino recto, lo aceptan con humildad”, aunque al mismo tiempo reconociendo el hecho de que “muchas cosas ya no sabemos”. En estos casos es donde la confianza se remite a la comunidad. Señala doña Ana: “Para mí, dentro de la comunidad debemos ver cómo estamos viviendo”, y don Andrés remata: “Quiere un día sentarse y planearlo bien, sacar idea, entre todos tomar un acuerdo y ahí se va a ver […] cómo se le puede hacer”.

Es, pues, dentro de las comunidades y en el conjunto de ellas, en el preciso lugar donde se hace y se forja cotidiana e históricamente la cultura, donde se deben confeccionar las propuestas que, llenas de corazón, hagan sentido para la vida de la comunidad, como en este caso lo es la articulación de conocimientos hacia una educación intercultural.

Estas son de manera muy escueta y resumida las posiciones recurrentes que encontramos y que reconocemos en las comunidades chujes, con su crítica al sistema educativo, con la reivindicación de la cultura propia, de la fuerza de la comunidad y lo fundamental de la relación con la naturaleza y con los señalamientos hacia una articulación educativa. En ellas destaca la claridad de la importancia dada a lo propio en contra del olvido, para no perderse y para aprender a vivir acorde al modo cultural.

La interculturalidad como apuesta por un futuro común

Los pueblos están tomando en sus manos y por la vía de los hechos la necesidad de transformación, con los retos que esto implica. Están ejerciendo el derecho de todo pueblo y de todas las personas, absolutamente todas, quienes vivimos en lugares cohabitados por gente con culturas distintas, a tener una educación encaminada al aprecio de las mismas y a su valoración. Esto que sería la educación intercultural requerida para la construcción de un futuro común es también planteado entre los chuj, aunque las experiencias no estén aún al alcance de la mano.

Una educación intercultural para un futuro común parte de la convicción de lo propio ante lo ajeno, del aprecio por ambos, de la certeza de favorecer la comprensión de los sentidos y significados que son herencias de vida y por la vida misma. Es una apuesta contra el olvido para transformar el sistema vigente y establecer un compromiso comunitario. ¡Y comunitario en sentido amplio!

Futuro común es respeto mutuo, es asumir en común el infortunio del debilitamiento de las culturas o por el contrario, el gozo y la satisfacción por el fortalecimiento de lo hoy despreciado y la valoración de lo hoy discriminado. La educación intercultural, mucho más allá de lo que se nos vende, es la construcción del futuro común, es la revitalización del espíritu que anima cada cultura, es hacer frente al mundo homogéneo que se quiere imponer, y es la pasión y el aprecio por la sabiduría de los pueblos en el cuidado de la madre tierra y de la vida toda.

Agradecemos a las comunidades chujes de México y a cada una de las personas con las que hemos conversado, las que hemos referido y también las que no; así como el apoyo del Fondo SEP-CONACYT al proyecto 189575.

Fernando Limón Aguirre es investigador del Departamento de Sociedad y Cultura, ECOSUR San Cristóbal (flimon@ecosur.mx). Griselda López Rivas es socióloga, estudiante de la Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural, de ECOSUR y Cristóbal Pérez Tadeo es un joven chuj, licenciado en lengua y cultura por la Universidad Intercultural de Chiapas.



Ecofronteras, 2016, vol. 20, núm. 57, pp. 28-31, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Palabras clave: multiculturalidad, interculturalidad, culturas, diversidad

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