El desafío de la alimentación en un mundo cada vez más urbano

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Ana García Sempere

Resumen

La tendencia a la concentración de las personas en áreas urbanas nos enfrenta a importantes retos ecológicos y sociales; por ejemplo, es necesario preguntarse cómo nos abasteceremos de alimentos en los grandes núcleos poblacionales que crecen a costa de la destrucción del campo circundante. 



La alimentación en las ciudades actuales

En unas pocas décadas, hemos pasado de habitar un mundo rural a un mundo urbano. Según la Organización de las Naciones Unidas, más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades y se prevé que en 2050 la población urbana sea del 66%. La tendencia a la concentración de las personas en áreas urbanas nos enfrenta a importantes retos ecológicos y sociales; por ejemplo, es necesario preguntarse cómo nos abasteceremos de alimentos en los grandes núcleos poblacionales que crecen a costa de la destrucción del campo circundante.

Este crecimiento acelerado es posible gracias al sistema económico actual, significativamente globalizado, el cual permite que las ciudades crezcan de forma continua sin tener en cuenta los recursos limitados y la capacidad productiva de cada región. En la actualidad, la población urbana no se abastece de alimentos producidos en su entorno geográfico, sino que los importa de lugares cada vez más alejados. Como resultado, se crean ciudades y ciudadanías desvinculadas de su contexto ecológico y sociocultural. ¿Es compatible este modelo de ciudad con el desarrollo de sistemas alimentarios sustentables? Evidentemente no.

Pero el modelo territorial no siempre fue así. En las civilizaciones precapitalistas el paisaje agrícola era predominante y no había una fuerte oposición entre el campo y la ciudad. Existía lo que Marx denominaba el “metabolismo social”. A través de este concepto, el autor definía los procesos de apropiación, transformación, distribución, consumo y desecho de materia y energía, como un conjunto de interacciones entre la sociedad y la naturaleza, que dan lugar a una organización social y a un paisaje determinados.

Un ejemplo de actividad metabólica entre seres humanos y naturaleza es la agricultura campesina, basada en principios ecológicos (diversificación, baja dependencia de insumos externos, compostaje, asociación y rotación de cultivos) y en principios socioculturales (relaciones de reciprocidad, trabajo familiar, conservación de saberes locales). A través de este modelo de producción, se crean diferentes paisajes sociales, ecológicos y culturales. No obstante, estos paisajes agrícolas diversos, destinados a alimentar a la población, se encuentran cada vez más distantes de los núcleos urbanos. En su lugar, encontramos monocultivos orientados a la exportación.

Para construir sistemas alimentarios sustentables, es necesario superar el antagonismo entre el campo y la ciudad y anclar de nuevo las zonas urbanas a su entorno, restableciendo límites ecológicos y sociales a su crecimiento. Los límites ecológicos vendrán definidos, entre otros aspectos, por la capacidad de regeneración de recursos y de asimilación de residuos de los ecosistemas. Dentro de estos límites ecológicos, cada sociedad puede establecer los límites que considere adecuados según sus preferencias culturales y de acuerdo a criterios de justicia social.

La brecha metabólica

Un buen punto de partida para entender el proceso de transformación del espacio geográfico y de las interacciones entre seres humanos y naturaleza durante el avance del capitalismo, es el concepto de “brecha metabólica”, desarrollado por Marx, que hace referencia a la ruptura del ciclo de nutrientes entre el campo y la ciudad.

Durante la revolución industrial, la agricultura pasó de ser una actividad metabólica orientada a la alimentación de la población, a convertirse en una actividad mercantilizada, dirigida fundamentalmente a proveer materias primas a la industria. Los cambios no se limitan a la introducción de una tecnología, sino que se produjo una nueva organización del proceso laboral. Con la división del trabajo entre campo y ciudad, los alimentos producidos en el campo van a parar a las ciudades, pero los restos de estos productos no regresan a su lugar de origen. Al no devolver nutrientes a los ecosistemas, las tierras se van agotando, lo que fuerza al capital a buscar nuevas tierras y se provoca una gran transformación ecológica mundial.

Esta es solo una muestra de cómo el modo de producción capitalista configura un modelo de organización territorial y social caracterizado por la dicotomía entre seres humanos y naturaleza, campo y ciudad, centro y periferia. La brecha sigue profundizándose a través de distintas formas de apropiación y acumulación de bienes naturales, muchas de ellas directamente relacionadas con el sistema alimentario, como el acaparamiento de tierras y la mercantilización de las semillas. Se trata de procesos que destruyen modos de vida y generan condiciones sociales de sometimiento. Un ejemplo es la migración del campo a la ciudad a la que se ven obligados muchos campesinos tras ser desplazados de sus tierras.

La lucha de los movimientos sociales rurales por defender su territorio y su modo de vida se relaciona con la construcción de sistemas alimentarios urbanos sustentables. El movimiento social alimentario, rural y urbano, es indisociable. Si las ciudades no quieren depender de alimentos importados, necesitan restablecer vínculos con su entorno rural y proteger la agricultura campesina de la región.

Agroecología y soberanía alimentaria

El paradigma de la soberanía alimentaria tiene potencial para reconstruir vínculos entre sociedad y naturaleza, y superar la oposición campo-ciudad. Esto es posible porque desafía las leyes que generan y consolidan la brecha metabólica, proponiendo una alternativa a la organización socioeconómica capitalista neoliberal y al actual régimen alimentario corporativo que marca las pautas de los procesos de producción, distribución y consumo de alimentos.

La soberanía alimentaria, más que un planteamiento teórico, es un proyecto político de transformación social, gestado en los movimientos campesinos. Desde este enfoque, se reivindican cambios en las relaciones de poder que subyacen al sistema alimentario, para permitir a las personas recuperar el control de la producción, distribución y consumo de alimentos. La soberanía alimentaria emergió como proyecto político en la década de los noventa, tras ser expuesto públicamente por La Vía Campesina1 en 1996, durante la Cumbre Mundial de la Alimentación; desde entonces, La Vía Campesina ha ido consolidando alianzas con otros actores sociales clave. Muchos movimientos sociales rurales, y cada vez más movimientos urbanos, están adoptado la agroecología como herramienta para avanzar hacia el horizonte político de la soberanía alimentaria.

En general, las iniciativas agroecológicas pretenden llevar a cabo una transición desde un modelo de agricultura industrial, muy dependiente de insumos externos y con énfasis a la exportación, hacia un modelo alternativo en el que se priorice y fomente la producción local de alimentos en manos de pequeñas y pequeños agricultores, teniendo en cuenta los límites sociales y ecológicos de las actividades de producción, comercialización y consumo de alimentos. La organización social y territorial derivada de este modelo se caracteriza por el restablecimiento de vínculos entre los seres humanos y el territorio que les proporciona los bienes necesarios para la vida.

Entonces, hemos de entender la agroecología como disciplina científica, como práctica agrícola y como movimiento sociopolítico. Desde estos tres ámbitos, personas dedicadas a la ciencia y al campo, así como organizaciones civiles de distinta índole, impulsan la transición agroecológica hacia un nuevo sistema alimentario, basado en relaciones más justas y sustentables entre la sociedad y la naturaleza.

Reconstrucción del vínculo rural-urbano desde las ciudades

La ruptura de las ciudades con su entorno rural ha provocado una gran desconexión entre la ciudadanía y los alimentos que consume. Pero en los últimos años están emergiendo iniciativas alimentarias que representan una alternativa al modelo dominante en ciudades de todo el mundo, tales como:
  • Los mercados locales, donde los vendedores son los propios productores.
  • La venta directa en la parcela productiva, a la que los consumidores acuden a comprar y pueden ver dónde y cómo son producidos sus alimentos.
  • Los grupos de consumo, formados por personas que se organizan para realizar compras colectivas directamente a productoras y productores locales.
  • Las tiendas de venta directa, donde el vendedor puede ser la propia persona productora o una intermediaria.
  • La compra pública de productos locales, destinada a comedores escolares, hospitales y otras instituciones públicas.

Uno de los principales objetivos de estas iniciativas es articular los procesos de producción y consumo de alimentos a través de una venta de proximidad. Es importante que esta relocalización del sistema alimentario no caiga en lo que algunos autores han denominado “la trampa de lo local”, centrándose exclusivamente en la producción y consumo urbano; también debe establecer relaciones con su entorno rural para reconstruir vínculos y superar la dicotomía campo-ciudad, protegiendo el modo de vida y el paisaje agrícola de la región. Priorizar el mercado agrícola regional tampoco significa renunciar absolutamente al mercado internacional, pero este último debe darse desde una lógica de justicia ambiental y social.

Otro fenómeno que ha experimentado un gran auge en los últimos años es el de la agricultura urbana, tanto en países del norte como del sur. Esta actividad favorece el acceso y consumo de alimentos sanos, locales y culturalmente apropiados a los habitantes de las ciudades, y fomenta la reflexión acerca de cuestiones éticas del sistema alimentario, generando cambios en los hábitos de consumo.

La formación de redes de agricultura urbana y periurbana, más allá de facilitar el intercambio de conocimiento, experiencias, semillas y herramientas, contribuye a la recuperación de valores comunitarios que se encuentran deteriorados en los entornos urbanos. Además, las redes ayudan a consolidar la práctica agrícola dentro de las ciudades, contribuyendo a la creación de un paisaje agrícola continuo en el gradiente campo-ciudad.

Estas experiencias, por sí solas, difícilmente pueden hacer frente a los cambios requeridos. Por ello, es importante establecer alianzas entre las organizaciones de la sociedad civil y entre gobiernos locales (incluyendo las urbes, sus alrededores y zonas rurales de la región) y reivindicar el desarrollo de políticas e inversión pública que protejan la producción regional y favorezcan la consolidación de los vínculos urbano-rurales.

Desde un enfoque metabólico, las iniciativas urbanas orientadas a la construcción de un nuevo paradigma alimentario han de mantener una mirada biogeográfica y llevar a cabo acciones que trasciendan las fronteras político-administrativas. En definitiva, las ciudades sustentables no pueden existir desligadas de su territorio, por tanto, los problemas del campo son también los problemas de la ciudad.

1La Vía Campesina es un movimiento campesino internacional que agrupa unas 164 organizaciones locales y nacionales de 73 países de América, África, Asia y Europa.



Ana García Sempere es estudiante del Doctorado en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable de ECOSUR (angarcia@ecosur.edu.mx).



Ecofronteras, 2016, vol. 20, núm. 57, pp. 6-9, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
Palabras clave: urbano, ecología, concentración población

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