Una posibilidad de futuro. Conversación con Antonio Saldívar Moreno

Laura López Argoytia
 

Resumen: Presentamos para el público lector de Ecofronteras una entrevista con Antonio Saldívar Moreno, director general de El Colegio de la Frontera Sur, a fin de compartir algunas fases de su rumbo profesional enlazadas con las de un centro público de investigación que conmemora 30 años de existencia.


Antonio Saldívar Moreno ha desarrollado una trayectoria profesional en temas ligados a la educación intercultural y ambiental, planeación participativa, organización social y evaluación de procesos educativos, entre otros. Sus labores como investigador y formador de estudiantes fluyen en congruencia con su vida cotidiana, destacando su participación en apuestas de transformación crítica e integración de comunidades de aprendizaje-comunidades de vida. Como actual director general de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), en esta entrevista nos habla de algunos aspectos de su trayectoria, junto con un esbozo de los retos y responsabilidades éticas de una institución fortalecida a 30 años de su creación en octubre de 1994.

U páajtal k jóok’ol táanil. Tsikbal yéetel Antonio Saldívar Moreno

Kóom ts’íibil meyaj: Kek ts’áaik k’ajóolbil ti’ tuláakal máaxo’ob xokik Ecofronteras jump’éel tsikbal yéetel Antonio Saldívar Moreno, u noj jala’achil El Colegio de la Frontera Sur, uti’al u tsikbatik to’on u jejeláas jaatsil u meyaj ich jump’éel kúuchil mola’ay yo’olal xak’almeyaj wáaj investigación tu’ux táan u k’imbesa’al 30 ja’abo’ob káajak u meyaj.


Oy ya’luk ta xlekub tal li k’ak’aletik xtale. Lo’il xchi’uk Antonio Saldívar Moreno

Yalbel smelolal ta jbel cha’bel k’opetik: Li’e ta xka’kkutik ta ilel ta stekelal buch’utik sk’opon li vunetik pasbil ta Ecofronteras ja’ ta xal sk’op a’yej Antonio Saldívar Moreno, muk’ta jvolvanej jtsobbanej Ta Colegio yu’un Frontera Sur, sventa jkomontatik jbel cha’bel k’opetik k’u yelan xanavem ta stael ta spasel yabtel ta snailal ta stekelal sventa spasel bijilal abtelaletik, ti lok’ xa lajuneb xcha’vinik sjabilal oy xae.


¿Qué recuerdos tienes de tu infancia que te hayan marcado hacia tu vida futura?

 

Nací y crecí en la Ciudad de México. Recuerdo una ciudad tranquila; con mis cinco hermanas y cuatro hermanos jugábamos en las calles, caminábamos a la escuela, y también había trabajo y aventuras. Vivíamos en una vecindad, así que convivíamos con otras familias y para mí era importante aquel sentido comunitario que se reflejaba, por ejemplo, en la vivencia de las tradiciones —como las posadas decembrinas— y en cómo nos acompañábamos la vida de diferentes maneras. 


¿Por qué estudiaste Geografía? 

 

El bachillerato fue una experiencia muy significativa en mi vida. Estudié en el Colegio de Ciencias y Humanidades, el CCH, un proyecto educativo que desarrolló el doctor Pablo González Casanova en 1971, siendo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y cuando aún permeaba el movimiento estudiantil de 1968. Se nos impulsaba a aprender de maneras creativas y participativas, así como desde las artes y la vida cotidiana, y gracias a ello me involucré en actividades culturales que se realizaban en la increíble Ciudad Universitaria (CU). Fue como descubrir otro mundo. Durante ese tiempo viajé por diferentes lugares de México y me decidí por Geografía para ampliar mis posibilidades de conocer otras culturas y territorios. 


¿Qué ocurrió después?

 

Casi al terminar la carrera, me invitaron a trabajar en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología en temas de cartografía de las áreas naturales protegidas. Me tocó ir al Estado de México para formar parte de un grupo multidisciplinario que abordaría planes de desarrollo comunitario en las zonas aledañas a la Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca,[1] y así conocí las metodologías participativas. Salir de mi entorno urbano y acercarme a esa vida comunitaria fue impresionante. Me permitió percibir el territorio como algo dinámico, con historia e identidad, inmerso en una serie de procesos de transformación.

 

Otro momento medular se dio cuando más adelante colaboré con comunidades mayas en la Reserva de la Biósfera Sian Ka’an, en Quintana Roo; ahí me acerqué al entorno indígena y entendí que existen otras formas de pensar el mundo y relacionarse con la naturaleza. Finalmente llegué a la Selva Lacandona en Chiapas para trabajar en la Reserva de la Biósfera Montes Azules. Fue cuando conocí a mi esposa, y decidí quedarme y formar una familia en San Cristóbal de Las Casas.


¿Cómo llegaste a ECOSUR?

 

El doctor Mario González, investigador de ECOSUR, me invitó a estudiar en la recién creada Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural, pero el programa exigía tiempo completo y yo no quería dejar mi trabajo en la selva. Entonces opté por la Maestría en Ciencias en Desarrollo Rural y Regional de la Universidad Autónoma Chapingo, en la que no tenía que desvincularme de mi trabajo. Al concluirla pensé en buscar una oportunidad laboral en ECOSUR, justo cuando se estaba creando el programa de vinculación académica con el sector social como otro eje sustantivo junto con los de investigación y formación; me incorporé a ese programa y muy pronto me tocó coordinarlo. Desde entonces la vinculación se volvió un tema central de mi vida profesional. 


Continué mi preparación estudiando un doctorado en España, y al volver me reintegré a la institución como investigador. Actualmente pertenezco al grupo académico de Procesos Culturales y Construcción Social de Alternativas. Como anécdota, antes yo había venido a la biblioteca de la Unidad San Cristóbal de ECOSUR porque era la única especializada en temas de la Selva Lacandona; era una tarde lluviosa y con neblina, se sentía un ambiente muy particular y el lugar me pareció mágico; con un potencial especial. Ahí descubrí que quería ser parte de esta institución y espacio de trabajo.


Cuéntanos sobre otro de tus ejes profesionales: la formación de estudiantes


Durante la maestría me fui dando cuenta de que los proyectos impulsados por organizaciones, gobiernos u otras instancias resultaban más viables si incluían un componente educativo. Me empezó a interesar la dimensión socioeducativa y descubrí que la vinculación no solo es un esfuerzo de diálogo y colaboración, sino una apuesta educativa en sí misma. En ese contexto me relacioné con proyectos que se establecieron en Chiapas después del zapatismo, como la preparatoria de Guaquitepec, promovida por el Patronato Pro Educación Mexicano A. C.; en su modelo, jóvenes de un contexto rural indígena y campesino participaban en la construcción de conocimientos totalmente ligados a su vida cotidiana. 


Posteriormente realicé un doctorado en Comunicación, Cultura y Educación que amplió para mí las posibilidades metodológicas, y entré de lleno a lo educativo. Un momento clave fue mi colaboración con el maestro Rolando Tinoco en el curso Pobreza y Desarrollo Sustentable en el posgrado de ECOSUR, en donde fomentamos una apuesta educativa cargada de creatividad, participación y sentido crítico. Más adelante fui coordinador del posgrado en la Unidad San Cristóbal y posteriormente dirigí esa área en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (ahora Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías), para lo que me fui a la Ciudad de México y pude hacer un ejercicio de diseño de política pública para mejorar los procesos formativos a nivel nacional, siempre tratando de convertir el posgrado —ese espacio en el que la gente joven llega y se va— en un entorno de reflexión y transformación. Estuve poco más de dos años ahí y volví a ECOSUR, donde finalmente tuve la oportunidad de ocupar la Dirección General.


¿A qué se refiere la “construcción social de alternativas” en el nombre de tu grupo académico?


Estamos atrapados en una lógica discursiva que nos muestra al desarrollo como el camino único por el cual avanzar. Pero el desarrollo no es el punto al que debemos llegar sino del que tenemos que salir. Es decir, no es una meta, sino la consecuencia de una racionalidad indolente que nos ha conducido a las actuales situaciones de violencias, deterioro ambiental, pérdida y negación de identidades, enfermedad permanente... El reto es construir alternativas para transitar hacia condiciones de “vida buena”, dignidad, bienestar y salud, con respeto y aceptación gustosa de las diferencias como un mecanismo que enriquece la propia experiencia. Ni siquiera deberíamos buscar un desarrollo alternativo o sustentable ni con cualquier adjetivo que lo suavice, sino que necesitamos construir algo diferente. ¡Y resulta que sí es factible y existen posibilidades infinitas! Eso nos quita una camisa de fuerza, favorece la libertad y la creatividad; nos permite buscar una nueva ética de la existencia en donde haya una responsabilidad por nuestras acciones relacionadas con nuestros cuerpos, con el medio ambiente y hacia las demás personas.


Desde luego, no podemos simplemente decirle a la sociedad que debemos ser sustentables, tolerantes, interculturales, actuar con perspectiva de género… ¿Cómo abordamos estos temas con coherencia y no solo con discursos? La construcción social de alternativas implica una ruptura, un cuestionamiento hacia el desarrollo que ha generado contradicciones, con el fin de erigir otras formas de estar en el mundo. Tenemos ejemplos, como los tianguis orgánicos, las cooperativas de comercio local, el trueque, monedas alternativas, partos humanizados, medicina tradicional, la permacultura o las ecoaldeas, que han surgido por el hartazgo de la sociedad ante un modelo en crisis. Nos encontramos en una coyuntura para lograr un mundo más coherente si queremos contar con una posibilidad de futuro. 


¿Cómo percibes a ECOSUR a 30 años de su creación? 


ECOSUR tiene posibilidades de jugar un papel muy importante en la coyuntura que vive la región y el país. Podemos desarrollar y marcar directrices factibles de considerarse en las políticas públicas. Podemos fortalecer mecanismos de colaboración con organizaciones sociales y productivas, con instituciones e instancias diversas para construir alternativas que nos permitan enfrentar diferentes problemas. Podemos ser laboratorios de creatividad para la transformación social en temas fundamentales, de modo que el cumplimiento del derecho humano a la ciencia tenga sentido. No solo se trata de generar conocimiento, sino de que sea un conocimiento pertinente, con posibilidades de futuro y para la transformación social, con la intención de aplicarse en contextos y territorios específicos.

 
¿Cuáles serían las problemáticas más apremiantes que pueden abordarse por instituciones como ECOSUR?


Debemos preocuparnos y ocuparnos por dos grandes temas que se ligan a muchos otros. Uno es el deterioro de los recursos naturales, que se refleja en las condiciones actuales de estrés hídrico por el incremento de la temperatura, y que tiene que ver con la pérdida de biodiversidad, deforestación y diversas situaciones ambientales, así como con cuestiones de salud y alimentación. El otro gran tema es la crisis humanitaria que se vive en términos de migraciones masivas, violencias en todas sus dimensiones, pérdida de identidad, falta de comprensión hacia la transculturalidad y diversas cuestiones culturales y socioeconómicas. El aniversario número 30 de ECOSUR nos brinda una oportunidad para mostrarnos no solo como institución que ha realizado investigaciones y aportes, sino para revisar cómo estamos asumiendo un papel responsable, ético, y cómo contribuimos a las transformaciones sociales ante las crisis que enfrentamos en la región y el país.


La institución opera con el paradigma del desarrollo sustentable, ¿cuál podría ser el rumbo a futuro con una meta distinta al desarrollo?


Hay una contradicción entre el desarrollo y la conservación. O nos desarrollamos y crecemos, o bien, conservamos y le damos oportunidad a la naturaleza. Aunque nos lleve un tiempo cambiar el paradigma del desarrollo sustentable, la apuesta es construir nuevas éticas de la existencia que ya se dan en nuestro entorno, por ejemplo, en la reivindicación de planteamientos de las culturas indígenas asociados a “la vida buena”, que es una vida digna, más enfocada al equilibrio que a la obsesión de crecer o acumular. ¿Qué es lo que nos hace personas dignas? Seguramente tiene que ver en cómo vivimos con respeto y en equilibrio y cómo nos relacionamos con la naturaleza, las demás personas y nosotros mismos, y no en la reproducción de los patrones de consumo actuales ni en cómo atendemos las exigencias sociales para “ser alguien en la vida”. ¡Ya somos alguien en la vida! Somos seres diversos con identidad e historias que merecen ser respetadas y valoradas, y no negadas y violentadas por estereotipos que afectan nuestra existencia y al entorno.


¿Cuáles son tus satisfacciones y retos desde la Dirección General de ECOSUR?


Me siento afortunado de haber llegado hace tantos años a una biblioteca de ECOSUR y haber percibido la magia y el potencial de este espacio. Es satisfactorio contribuir a la solución de diferentes y complejos problemas, así como a la formación de jóvenes (hombres y mujeres) que apuesten por la transformación y la vida digna.


Desde la Dirección General he buscado asentar elementos que dignifiquen los espacios laborales y que la institución se reconozca como coherente con sus discursos. También me queda claro que las transformaciones son procesos, pero si establecemos los fundamentos, las nuevas generaciones podrán completar el panorama. Para mí es muy importante aportar al legado de los directores y directoras anteriores, quienes sentaron las bases que se van enriqueciendo desde perspectivas críticas y constructivas. Estamos en una institución madura y podemos enriquecerla con responsabilidad y creatividad en estos momentos de crisis. Tenemos la convicción de que se requieren cambios importantes en la institución, en el contexto en el que vivimos, en la región donde estamos y en nuestro país.

ECOSUR se ubica en un contexto geográfico enmarcado en una gran riqueza étnica y cultural junto con una destacada biodiversidad, a la par de fuertes rezagos en las condiciones de vida de la población. Su historia comenzó el 19 de octubre de 1994 a raíz de su Decreto de Creación (sin olvidar a su institución antecesora: el Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste, y a la que poco después se le unió: el Centro de Investigaciones de Quintana Roo). Cuenta con cinco unidades en los estados que hacen frontera con Centroamérica y el Caribe: Campeche, Chiapas, Quintana Roo y Tabasco, así como con una oficina de enlace en Yucatán. 

Los ejes principales de ECOSUR corresponden a la investigación, la formación de recursos humanos y la vinculación, con las líneas temáticas pautadas por sus ocho departamentos académicos: Agricultura, Sociedad y Ambiente; Ciencias de la Sustentabilidad; Conservación de la Biodiversidad; Ecología de Artrópodos y Manejo de Plagas; Observación y Estudio de la Tierra, la Atmósfera y el Océano; Salud; Sistemática y Ecología Acuática; Sociedad y Cultura.

El posgrado se integra por la Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural, la Maestría en Ecología Internacional, la Maestría en Agroecología, así como por el Doctorado en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable y el Doctorado Nacional en Ciencias en Agroecología. Además, se cuenta con áreas de divulgación científica, publicaciones, educación continua, gestión tecnológica, sistema bibliotecario, laboratorios y colecciones biológicas, entre otras, junto con un plan ambiental y una Unidad de Igualdad de Género e Inclusión.

Ecofronteras, 2024, vol. 28, núm. 82, pp. 33-37, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx

 

Laura López Argoytia es técnica académica de El Colegio de la Frontera Sur, Unidad San Cristóbal (México) | llopez@ecosur.mxhttps://orcid.org/0000-0002-3314-1112


 


[1] Los decretos en torno a reservas de la biósfera incluyen esta palabra sin tilde (biosfera); no obstante, dado que en Ecofronteras la acentuamos por convenir a la divulgación, también lo hacemos en el nombre oficial para unificar el término.