Todos los días suelen ser iguales hasta que ocurre lo impensable. Nueva plaga del café en México

Juan F. Barrera


Resumen: A manera de fábula se cuenta el arribo de Xylosandrus compactus, el taladrador negro de la rama del café, a tierras mexicanas. Este relato tiene el propósito de alertar a los productores ante una nueva plaga del café en México.


Maayat’aan (maya)Ol tuláakal k’iino’ob keeto’ob aasta kéen téek úuchuk ba’ax ma’atáan u máan tek tuukul. U túumben plaga u páak’alil káapej way Méxicoe’

Kóom tsíibil meyaj: Beey chéen jump’éel chan tsikbale’ ku ya’alal k’uch le yik’el Xylosandrus compactus, boox ba’al jolik u k’ab u che’il káapej, tu noj lu’umil México. Ba’ax ku kaxtik le tsikbala’ u ya’alik ti’ pak’alnáalo’ob ka u kanáantuba’ob ti’ u túumben plaga káapej k’uch México.


Bats’i k’op (tsotsil)Ko’ol skotol k’ak’aletik ja’ to mi oy k’usi chopol xtal ta jbatike. Ach’ chanuletik ta sts’unobal kajve ta México

Smelolal vun albil ta jbel cha’bel k’op: Jech k’ucha’al junuk lo’il maxil ta xal a’yejal x-och talel ta yosilal yu’un México jchop chanul sbi Xylosandrus compactus, ti ja’ jun ik’al chanul ta sjombe sk’obtak ste’elal li kajvee. Xcholel a’yej li’e ta sbijubtas jts’un kajveletik mu xlaj skajvelik skoj ti x-och tal ach’ xchanul kajvel ta México.


A la memoria de Jaime Gómez Ruiz (1961-2021)


Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, 2007, p. 33.
 

[maya] “Beey túun úuch u ch’a’iko’ob u beelil tak tu’ux yaan bolom witso’ob. Jejeláas u etailo’ob José Arcadio Buendía, táankelemo’ob je’ex leti’e’, ki’imak u yóolo’ob ku bino’ob tu’ux ma’ u k’ajóolo’ob, ka tu láaj moolo’ob u nu’ukulo’ob yaan tu wotocho’ob, yéetel ka tu bisajo’ob u yatano’ob bey xan u paalalo’ob ka tu ch’a’ob u beelil tu’ux mixmáak pa’atiko’ob.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, 2007, p. 33.


[tsotsil]“Ja’ jech lik ixanavik ta abnaltik vitsetike. José Arcadio Buendía xchi’uk xchi’iltak, keremetik jech k’ucha’al le’e, xmuyubajik yo’ontonik, la stukiik snaik xchi’uk la jyik’ik batel yajnilik snich’ontakik ta slumal te yo bu mu jna’tik k’u yelan li kuxlejale”

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, 2007, p. 33.


Un nuevo amanecer


Me despierto y bostezo hasta que la quijada me truena. Afuera el sol ya está bien arriba, calculo que serán como las doce del día. Veo que mis hijas e hijos se pelean por los mendrugos que sobraron anoche.


No sé dónde estamos. Por varios días nos hemos ocultado entre contenedores de mercancías diversas. Primero, viajamos todo un día en la góndola de una camioneta desvencijada y el traqueteo nos dejó como polvorones de navidad. Ese día el calor fue insoportable, diría que la temperatura alcanzó los 40 grados. Pero con la noche vino el frío, pues aún nos encontrábamos en la montaña. Para darnos calor, nos hicimos bolita y nos arrejuntamos. Así, con frío y hambre pasamos esa noche y hubo un momento en que pensé que no lograríamos sobrevivir.


Ya de madrugada llegamos a la costa; lo supimos por el calor y la humedad sofocante. A toda prisa nos embarcaron en un tráiler con un gran contenedor; cerraron sus puertas y se hizo el silencio y la obscuridad. Viajamos largo tiempo por carreteras desconocidas e interminables, interrumpiéndose de vez en cuando la monotonía de la travesía por paradas cortas en las que oíamos cuchicheos apenas perceptibles.


Una semana más tarde, creo, llegamos a lo que parece ser nuestro destino final. Huele a tierra mojada. Me asomo por una rendija y escudriño el horizonte. Sé que estamos en un cafetal, porque su olor y el canto de las aves me son familiares. Por lo que veo y percibo, esta tierra augura un nuevo amanecer para nuestra estirpe.


Mi historia


Mi familia y yo somos dignos representantes de la especie Xylosandrus compactus, mejor conocida como el taladrador negro de la rama del café. Somos escarabajos cuyo linaje proviene de una remota región de bosques tropicales y subtropicales del sureste asiático. 

De allí, hace 20 millones de años mis ancestros se dispersaron por la Tierra, colonizando lejanos continentes en una continua emigración que perdura hasta nuestros días. En esta ocasión, a mi familia y a mí nos forzaron a migrar a estas tierras. No importa, nos vamos a adaptar y colonizaremos sus cafetales. 


Podemos habitar en ramas de muchas especies de plantas, pero preferimos las de café robusta. Nuestra madre eligió la rama donde pasamos la niñez y juventud hasta convertirnos en adultos. Voló toda una tarde hasta encontrar un cafeto que olía a etanol porque estaba estresado por falta de agua y buena nutrición. Eligió una rama maciza y flexible, pero aún verde; y con sus poderosas mandíbulas hizo un túnel hasta llegar a la médula. Ya en el interior de la rama excavó una amplia cavidad o galería donde puso los huevos de los que fuimos naciendo. 


En esa galería fuimos una familia feliz y numerosa, alcanzamos a ser como cuarenta. Las labores principales de madre eran poner huevos y cuidar a sus hijos, ampliar continuamente la galería con ayuda de las hijas mayores, sacar el aserrín acumulado y cuidarnos de los intrusos. Recuerdo que cuando éramos pequeñas larvas comíamos los sabrosos hongos que ella cultivaba con paciencia en las paredes. Trajo las semillitas desde casa de la abuela en unas bolsitas especiales que tenemos en el cuerpo. Es porque nos gustan mucho estos hongos que nos llaman escarabajos ambrosiales, y madre nos explicó que la palabra proviene de “ambrosía”, que en la mitología griega se refiere al suculento alimento de los dioses. 


Sé que crecimos siendo unas larvas blancas sin patas y con una cabecita dura de color marrón. Recuerdo vagamente que por toda la galería comíamos y comíamos… Nosotras éramos más numerosas, inquietas y de talla mayor que nuestros hermanos. Les cuento que al cumplir 22 días de vida me sentí somnolienta y comprendí que estaba ocurriendo algo extraño con mi cuerpo. Madre me explicó que al llegar ese momento entraría en un sueño profundo, como la Bella Durmiente, pero que en realidad nuestros cuerpos seguirían muy activos, pues de las larvas regordetas que éramos, en pocos días nos transformaríamos en escarabajos como ella. Yo admiraba a madre y quería imitarla. En especial me gustaban las dos antenitas en forma de pequeños mazos que le salían de su gran cabeza redonda, y me asombraba su caparazón negro y duro salpicado con pelos hirsutos, pero sobre todo me gustaban sus seis patitas con las que me abrazaba.


Por fin, el día que me desperté cumpliendo veintiocho días me había transformado en una hembra adulta de Xylosandrus compactus. Me sentía viva, energizada y con el deseo irresistible de formar mi propia familia. Mis hermanos, que antes me parecían tontos e impertinentes, ahora me provocaban “un no sé qué” que me atraía. Según madre, juntarse entre hermanos para tener hijos es normal entre los escarabajos ambrosiales. Si nuestros huevos eran fecundados tendríamos hijas, mientras que si no lo eran, lo que ocurría a veces, entonces tendríamos hijos. Esta forma de reproducción la comparten también otros grupos de insectos. 


Un mes después de que fuimos pequeños huevos, y ya siendo adultas fecundadas, nosotras estábamos listas para abandonar la rama en busca de una planta apta para establecer nuestro propio hogar. A diferencia de nuestros hermanos, nosotras sí podíamos volar, dijo madre una tarde cuando le pregunté por esas cosas membranosas que tenía debajo de mi caparazón: “Son tus alas”. 


Y el día de volar llegó. Estábamos en plena época lluviosa y, después de llover, el sol brillaba intensamente. Sentí ansias locas por salir de la galería. Me asomé por la perforación que servía como puerta y salí. De pronto, una brisa de viento me arrojó al vacío y automáticamente mi caparazón se abrió, mis alas se desplegaron y, agitándolas a gran velocidad, evité estrellarme en el suelo. “¡Puedo volar!”, gritaba sin parar. Alguien que también volaba por allí emitiendo un fuerte zumbido me miró con curiosidad y otro insecto interrumpió el cri-cri que cantaba cuando pasé a su lado. Yo empezaba a conocer el mundo que me rodeaba, y ese mundo, aún extraño para mí, comenzaba a conocer el taladrador negro de la rama del café. 


En una plantación de café robusta


Tomás era el vivo retrato de su padre y, como él, era un productor de café de la vieja guardia. Se levantaba con el alba y se acostaba al caer el sol, no sin antes limpiar y afilar el machete para cortar la hierba al día siguiente, guardar las gallinas, regar el huerto, alimentar a los perros y ayudar a su esposa a dormir a sus hijos... Sin embargo, si el padre de Tomás viviera, ¡se volvería a morir! Y no era para menos: un día Tomás fue a la parcela y arrancó de la tierra el café arábigo sembrado hacía más de veinte años y en su lugar sembró café robusta. “¿Qué pasa, compadre?, ¿ya acabaste con el cafetal que te dejó tu papá?”, le dijo un día Prudencio. “Es por el cambio climático, los precios del café o la infestación de plagas, como la roya y la broca, que los tiempos del café arábigo en esta zona han terminado”, le explicaba Tomás. “Aquí el café arábigo ya no produce, ya no vale, se lo acaba la plaga… Solo nos queda el café robusta”, les decía enfático. Con el paso de los años otros productores siguieron el ejemplo de Tomás. 


“Todos los días suelen ser iguales hasta que ocurre lo impensable”, le dijo doña Ágata, una anciana tuerta y arrugada, cuando ese día muy temprano Tomás fue a su tiendita de abarrotes a comprar aceite de cocina, sal, azúcar y una lima para afilar el machete. Sin saber por qué, se estremeció ante el dicho de la anciana, quien lo miró intensamente con su único ojo. Más tarde lo recordaría con preocupación, pues en la comunidad había la creencia generalizada de que ella podía leer el futuro.


Tomás llegó a su parcela como a las siete y media de la mañana y comenzó a segar la hierba con el machete, cuidando de cortarla al ras, pero no por debajo de cinco centímetros del suelo para evitar la erosión, como bien sabía. Silbando y secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano se sentía bien, hasta que notó una rama seca en el cafeto… En realidad eran varias ramas secas; contó hasta ocho en toda la planta. 


Clavó el machete en el suelo para revisar con las dos manos otros cafetos… ¡Todos tenían ramas secas! Se le ocurrió cortar una con el machete y al revisarla con atención observó unas perforaciones minúsculas de las cuales salía un poco de aserrín. Procedió a cortar la rama a lo largo y vio unas cavidades como galerías que contenían gusanitos blancos y pequeños escarabajos negros, parecidos a la broca. Pero a la broca no le gustan las ramas, se dijo, prefiere los frutos del café, de eso estaba bien seguro. Repitió la operación en otros cafetos y de casi todas salieron más insectos parecidos. Tampoco podía ser el mal de hilachas, pues las ramas secas que examinaba no tenían los hilillos blancuzcos de ese hongo patógeno cubriendo ramas y hojas, como bien le enseñaron los ingenieros. Pronto concluyó que se trataba de un problema diferente, uno hasta ahora no conocido por su rumbo, y recordó el dicho fatal pronunciado por la anciana tuerta: “Todos los días suelen ser iguales hasta que ocurre lo impensable”. Recogió a toda prisa sus cachivaches y corrió al pueblo para dar la voz de alarma.


Los hechos reales


En noviembre de 2021, técnicos del Comité Estatal de Sanidad Vegetal visitaron la zona afectada por Xylosandrus compactus en la Sierra Negra de Puebla. En busca de asesoría se acudió a José Domingo Roblero, académico de la Universidad Autónoma Chapingo, quien capacitó a los técnicos de la región para cuantificar los daños y delimitar el área afectada. 
Luego, ya entrado el año 2022, la identificación taxonómica de este insecto a partir de especímenes colectados corrió por cuenta de Armando Equihua, profesor investigador del Colegio de Postgraduados. Recorridos posteriores realizados por las autoridades estatales y personal técnico confirmaron la presencia de esta plaga en plantaciones de café de comunidades circunvecinas en Puebla, Veracruz y Oaxaca.


Desde hace muchos años X. compactus es una de las plagas del café robusta más temidas en otros países, y también ataca a más de 250 especies de plantas ornamentales, frutales y forestales en el mundo. Por eso, los productores de cacao, aguacate, mango y árboles forestales, entre otros cultivos, deben estar muy alertas.


A la fecha, una vez que se confirma la presencia del insecto en algún territorio, no se le ha podido erradicar, por lo que es imprescindible que productores, autoridades y academia se coordinen para fortalecer el cerco de contención que retrase su inevitable dispersión por territorio nacional; también es preciso conocer mejor a esta plaga mediante investigación científica y desarrollar métodos de control para disminuir sus daños sin contaminar el ambiente. Sirva este caso para ilustrar nuestra responsabilidad en la movilización de material vegetal (o animal) de manera accidental o deliberada; asimismo, en reconocer la importancia de las autoridades en puntos fronterizos para revisar y poner en cuarentena, si se justifica, el material vegetal importado para prevenir la introducción de organismos plaga.


La intención de esta historia fabulada es alertar a los cafeticultores mexicanos, especialmente a los productores de café robusta, sobre la presencia de Xylosandrus compactus. Quizá nunca sabremos con precisión de dónde, cuándo y cómo llegó el taladrador negro a cafetales de México, pero esta historia aborda una teoría sobre su posible llegada en material vegetal infestado y de la reacción de un productor que por primera vez tuvo que enfrentarse a este problema.

 


Figura 1. Xylosandrus compactus en café robusta: a) Hembra adulta (tamaño aproximado: 2 mm); b) Rama dañada; c) Perforación de rama; d) Galería en rama con inmaduros y hembra fundadora (extremo derecho). 

Créditos de las fotografías: a), c), d) Jassmín Cruz Bustos y Javier de la Rosa Cancino; b) J. F. Barrera.


Agradecimientos


Agradezco a la Dra. Graciela Huerta Palacios, Dra. Norma Zamora Avilés, M. en C. Javier de la Rosa Cancino y M. en C. Jassmín Cruz Bustos, del Departamento Ecología de Artrópodos y Manejo de Plagas (ECOSUR, Unidad Tapachula) y a la Dra. Ariana K. Román Ruiz, posdoctorante de CONAHCYT asignada a este departamento, por su paciencia al escuchar este relato y por sus comentarios valiosos para mejorarlo. También mi agradecimiento a la Dra. Martha Luz Rojas Wiesner, investigadora del Grupo Académico Estudios de Migración y Procesos Transfronterizos (ECOSUR, Unidad San Cristóbal), quien hizo importantes aportaciones a una versión preliminar del manuscrito desde las ciencias sociales. 


Bibliografía

Equihua-Martínez, E., Robledo-Martínez, J. D., y Barrera, J. F. (2023). The presence of Xylosandrus compactus (Coleoptera: Curculionidae: Scolytinae) in the Sierra Negra of Puebla, Veracruz and Oaxaca, Mexico. Florida Entomologist, 106(3), 192-194. https://doi.org/ 10.1653/024.106.0307  

Gugliuzzo, A., Biedermann, P. H. W., Carrillo, D. et al(2021). Recent advances toward the sustainable management of invasive Xylosandrus ambrosia beetles. Journal of Pest Science, (94), 615-637. https://doi.org/10.1007/s10340-021-01382-3 

Túler, A., Valbon, W., Rodrigues, H. et al. (2019). Black twig borer, Xylosandrus compactus (Eichhoff), as a potential threat to the coffee production. Revista de Ciencias Agrícolas, 36(E), 9-20. https://doi.org/10.22267/rcia.1936E.102 


Juan F. Barrera es investigador de El Colegio de la Frontera Sur, Unidad Tapachula (Tapachula, Chiapas, México) | jbarrera@ecosur.mx | https://orcid.org/0000-0002-8488-7782


Ecofronteras, 2024, vol. 28, núm. 81, pp. 36-40, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx