Editorial

La pandemia ocasionada por la covid-19 mostró distintas fragilidades de los sistemas sociales, económicos, políticos y ambientales y, notablemente, las del sistema alimentario. También evidenció que los efectos de esas fragilidades no se distribuyen homogéneamente entre la población, pues las vulnerabilidades se intensifican para aquellos sectores que han acumulado desigualdades históricas profundizadas por políticas que desmantelaron los servicios de salud y educación, segmentaron y precarizaron el trabajo, impulsaron los procesos de movilidad regional e internacional y con esto, el abandono de la producción agrícola.

Ante esas condiciones, diversos actores —mayormente de las economías populares, campesinas, indígenas y solidarias— se organizaron para enfrentar las regulaciones sanitarias que emitieron los gobiernos y que llevaron a que el uso de las tecnologías de la información y comunicación se convirtieran en prioritarias para mantener la actividad laboral y cotidiana.

Muchas de tales iniciativas vienen de tiempo atrás y tienen como base procesos agroalimentarios, como la producción, transformación, distribución y consumo, e involucran a distintos perfiles y actores rurales y urbanos. Destacan los mercados agroecológicos locales y alternativos, las cooperativas de producción y consumo, la agricultura de cercanía, entre otras, y su afán de generar redes que fortalezcan los sistemas locales de alimentación adaptados a las condiciones socioambientales y culturales de su región.

¿Cómo enfrentaron estas iniciativas agroalimentarias el sacudimiento de la pandemia, cuáles son sus principales desafíos y cómo se proyectan en un horizonte pospandemia? ¿Qué prácticas y culturas alimentarias expresan? ¿Cuál ha sido el papel de las mujeres en ellas y cómo contribuyen a la soberanía alimentaria, la reproducción social y el cuidado del medio ambiente?

Algunas de estas preguntas circulan en los artículos de este número de Ecofronteras, donde se propone dar a conocer las experiencias protagonizadas por una pluralidad de actores de microrregiones de la frontera sur, y otras regiones de México y Colombia. Buscamos de esta forma mostrar sus respuestas y procesos de innovación social para señalar la importancia de fortalecerlas, pues a pesar de que los discursos públicos reconocen el valor de una dieta sana, las regulaciones y medidas para combatir la pandemia terminaron favoreciendo a las grandes cadenas de distribución de alimentos en detrimento de los productores y consumidores locales.

Es fundamental generar acciones y alianzas entre sociedad civil, academia y gobierno para conseguir que los cambios en el consumo alimentario que se observan entre ciertos grupos puedan extenderse y beneficiar a capas amplias de la población mediante relaciones sociales más justas en términos socioeconómicos y ambientales. Las estrategias de las iniciativas alimentarias que presentamos en este número de Ecofronteras son aprendizajes relevantes que nos dan pautas para orientar dichas acciones.

 

María Amalia Gracia (Departamento de Sociedad y Cultura, ECOSUR), Josefina Cendejas Guízar (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo) y Helda Morales (Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente, ECOSUR)