Tierra, gente y proyectos de vida. Conversación con Omar Felipe Giraldo

Laura López Argoytia

 

Merecedor del prestigioso Premio de Investigación 2021 en el área de Ciencias Sociales, otorgado por la Academia Mexicana de Ciencias, Omar Felipe Giraldo es un ejemplo de cómo se aborda la ciencia “desde el sur”, con un indisociable contenido social y político. Aunque actualmente es investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, al momento de realizar esta entrevista se desempeñaba como investigador Cátedra del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, adscrito a la Unidad San Cristóbal de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR). En su conversación nos guía por los caminos de la agroecología, la filosofía ambiental y el reconocimiento a los saberes de los pueblos originarios, como estrategias para construir caminos en los que las utopías sean alcanzables.

 

¿Dónde naciste y cómo llegaste a las cuestiones sociales en México?

Nací en Bogotá, Colombia, en el seno de una clase media urbana con muchas dificultades económicas, pero con mucho amor. Hubo posibilidad de que yo pudiese estudiar, y con gran esfuerzo saqué adelante la carrera de Medicina Veterinaria. Más tarde estudié una maestría en Desarrollo Rural y un doctorado en Sociología Rural. Este último lo estudié en México, en la Universidad Autónoma de Chapingo. En realidad, siempre me han interesado los problemas sociales. Incluso la medicina veterinaria estuve indagándola desde cuestiones sociales y políticas, buscando dar servicio en zonas marginadas. La vida me fue llevando por un conocimiento y experiencias laborales más transdisciplinarias, y viví un periodo muy formativo cuando por tres años trabajé con comunidades campesinas para la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Eso me impulsó a formarme en ámbitos cercanos a la sociología y la filosofía, que me brindaron un componente teórico importante. En ECOSUR aprendí que lo que estudiamos no nos condena, pues en el curso de la vida se nos pueden presentar trayectorias impensadas que nos abren nuevas posibilidades.

En cuanto a mi quehacer en la ONU, colaboré en programas que buscaban la sustitución de cultivos ilícitos y así descubrí los enormes problemas de las políticas públicas en el tema rural. Me sumergí en la Colombia profunda y me relacioné con personas que viven en condiciones de mucha violencia; fue un gran aprendizaje como investigador, pero sobre todo, en términos humanos. Cuando llegué a México, arrastraba muchos dolores de mi país, los cuales pude encauzar en un ambiente de impresionante riqueza teórica en el área de la filosofía política; se me abrieron oportunidades vitales, entre ellas, el doctorado, el posdoctorado y el trabajo en ECOSUR, en donde empecé a participar en un proyecto de enorme relevancia: la masificación de la agroecología. Aunque me enamoré de México, sigo vinculado con muchos procesos de mi país natal, en universidades, colectivos y organizaciones ligadas a procesos ambientalistas. Colombia es una continuidad del territorio mexicano en términos de corazón y lucha.

 

¿Cómo defines la agroecología?

Entendemos la agroecología como aquella agricultura que tiene sus referentes en los saberes milenarios de los pueblos y comprende a la tierra en su diversidad, intenta reproducir condiciones ecológicas de la vida en el cultivo y se nutre de los saberes científicos contemporáneos. Todo junto constituye un proyecto político que se opone al agroextractivismo, lo que los pueblos llaman “un proyecto de muerte” porque socava las condiciones que hacen posible la vida.

Existen muchas experiencias interesantes de organización comunitaria y cada día aumenta el número de personas y colectivos que se articulan a la lucha, lo que ha facilitado la puesta en marcha de un discurso político y espiritual poderoso que entiende la agroecología como un camino a ser recorrido. Por una parte, se ha ido asimilando que la riqueza más grande está en los pueblos y se han tejido redes organizativas que permiten la circulación de saberes, productos y símbolos, a veces en entornos favorables o con aliados estratégicos. Por otra parte, las graves crisis que atravesamos provocan que muchas personas busquen alternativas, y todo esto facilita que la utopía se haga posible.

 

¿Qué es la masificación de la agroecología?

Es un concepto creado por el grupo de trabajo transdisciplinario e interinstitucional en el que participo junto con varias personas en ECOSUR, el Grupo de Masificación de la Agroecología. El término da cuenta de los procesos que hacen que la agroecología crezca en sus distintas dimensiones, que abarque más familias, más territorios, y que los productos derivados de su práctica lleguen a más gente. Pero yo prefiero definirla como un proyecto de vida que busca la reconstitución de los territorios y la regeneración de los ámbitos de comunidad. En el grupo hemos buscado experiencias exitosas en diferentes naciones, así que con nuestros estudiantes de posgrado hemos hecho investigación en 12 países y 4 continentes, con organizaciones campesinas de distintas latitudes y variadas dimensiones. Nos interesa entender cómo muchas de ellas han logrado impulsar la agroecología como proyecto de vida, y hemos destacado experiencias emblemáticas. La primera se desarrolla en Cuba, donde 170 mil familias practican la agroecología y contribuyen con un alto porcentaje de alimentos para la población de la isla. Otras experiencias son la del café orgánico en Chiapas, que incluye a 31 mil familias, principalmente mayas, y la del movimiento Campesino a Campesino (CaC) en Centroamérica. Por otra parte, una estudiante de maestría hizo una sistematización del caso de la Agricultura Natural de Presupuesto Cero en la India, y reporta que podría haber cerca de 4 de millones de familias articuladas en este movimiento. Finalmente está la red Ecovida, la cual agrupa a 27 mil familias. Estos son solo algunos casos que involucran a una mayor cantidad de personas, pero hay muchos más.

 

¿Destacas alguna de estas experiencias?

El café orgánico en Chiapas es una experiencia única en el mundo. No existe un territorio similar que agrupe a tantas familias a través de una multiplicidad de cooperativas. En general, son integrantes de los pueblos mayas tseltales, tsotsiles, tojolabales, choles, entre otros, quienes están produciendo café orgánico para exportación. Es un producto agroecológico porque implica subsistemas agroforestales, es decir, café bajo sombra, lo que se refiere a que lo acompañan cultivos diversos: árboles maderables y frutales, acahuales y en ocasiones el sistema milpa. El proceso para certificar al café como producto orgánico quizá resta a las familias un poco de autonomía, pero al mismo tiempo es muestra de cómo las familias campesinas e indígenas se autoorganizan en modos cooperativos para transformar la agricultura y crear procesos de vida digna en sus territorios.

 

ECOSUR ya cuenta con una Maestría en Agroecología…

Se abrió recientemente y es resultado de un esfuerzo colectivo en la creación de procesos pedagógicos para fortalecer la formación de las personas en sus ámbitos de desempeño, que son, principalmente, colectivos y organizaciones campesinas. Se cuenta con diversos aliados y hay convenios con la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-La Vía Campesina) y la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA). No existe otro programa educativo similar. Aunque hay maestrías profesionalizantes y programas académicos centrados en la investigación, no hay otra maestría que destaque el fortalecimiento de los procesos de territorialización agroecológica en las organizaciones. Busca trascender el enfoque en el individuo que tienen otros programas, para abordar el tema desde lo colectivo y la educación popular.

 

Háblanos de tus publicaciones sobre filosofía ambiental

He realizado trabajos de carácter teórico, epistemológico, particularmente desde el pensamiento ambiental y la ecología política, buscando darle un sustento conceptual al trabajo activista y militante que realizamos, con un pensamiento global en cuanto al gran problema civilizatorio en el que estamos envueltos. He publicado tres libros al respecto. El primero es Utopías en la era de la supervivencia. Una interpretación del Buen Vivir, desarrollado a partir de mi tesis de doctorado. En él planteo la necesidad de comprender una apuesta esperanzadora de los pueblos, ligada a un proyecto político que busca establecer relaciones complementarias basadas en el principio según el cual para vivir bien se necesita que los demás vivan bien. También publiqué Ecología política de la agricultura. Agroecología y posdesarrollo y hace unos meses edité, junto con Ingrid Toro, el libro Afectividad ambiental. Sensibilidad, empatía, estéticas del habitar, que busca repensar la manera como habitamos la Tierra, haciendo énfasis en la dimensión estética, afectiva, y emocional de nuestro estar en el mundo. La apuesta es construir una afectividad ambiental, es decir, entendernos sensiblemente como seres que habitamos con otros seres mediante relaciones estéticas y poéticas. Entre otras cosas, ese trabajo buscó hacer una reflexión sobre el cuerpo, la intensidad de las percepciones de los sentidos, la empatía, los saberes ambientales de los pueblos y las estéticas de los patrones de vida. Una de las conclusiones de un abordaje así es que la salida a la crisis ambiental no implica manterse “al margen de los ecosistemas”, sino una ética del contacto que implica saber transformar de acuerdo a las condiciones ecológicas y culturales de cada territorio.

 

¿Esto es contrario a la lógica de las áreas naturales protegidas?

El problema no es que no existan áreas preservadas, sino que estas se perciben como separadas de los seres humanos. Se considera que somos intrínsecamente destructores, pero no es siempre así. La mayor riqueza de la biodiversidad del planeta ha tenido una coevolución natural con comunidades humanas, como en la Selva Lacandona, la península de Yucatán y el Petén guatemalteco. Cuando los primeros pobladores llegaron hace unos 8 mil años a esta inmensa región, encontraron una sabana seca que transformaron en una especie de jardín forestal maya; o sea, que la selva es una creación humana. Algo muy parecido ocurrió con la mayoría de las selvas tropicales en el mundo.

El pensamiento de las áreas protegidas nos separa de lo que llamamos naturaleza, pero quizá sería mejor apostar a otro tipo de ética en donde, por decir algo, se busquen bosques conservados con matrices agroecológicas; en lugar de “no tocar” habría que transformar alimentando y nutriendo a la Madre Tierra. Y si el tema de las áreas naturales protegidas es complejo, ¡imagínate las no protegidas! Muchos territorios destinados a megaproyectos se vuelven “zonas de sacrificio”, simbólicamente ofrendadas al progreso económico. 

 

Lo cual se liga a la crisis civilizatoria

Así es, y vamos hacia el colapso de este sistema devastador, explotador de la fuerza de trabajo humana, con personas desposeídas de sus capacidades y adictas a necesidades creadas por el mismo sistema. La civilización industrial, capitalista y patriarcal, que se fundó desde mediados del siglo XVIII acompañada de la energía fósil, está llegando a su fin. Es imposible sostenerla en términos ecológicos y sociales. Con la pandemia de covid-19 hemos constatado cuán dependientes somos de instancias sobre las que no tenemos control, de un sistema en el que hemos perdido la autonomía. Con el cambio climático y el agotamiento de los combustibles fósiles, es probable que hacia 2030 nos encontremos ante una situación irreversible, así que las experiencias alternativas cobran sentido; implican una decisión política para crear algo diferente, habiendo nacido de los pueblos, organizaciones y colectivos populares, y no en las estructuras institucionales.

En este sentido, he estado trabajando en un proyecto con los bienes comunales de la Selva Lacandona, para crear un Plan de Vida de un territorio que ocupa la octava parte del estado de Chiapas. Es una herramienta de trabajo comunitario en contraposición a los planes de manejo impuestos desde el exterior, para habitar en compatibilidad con la selva en lugar de mantenerla como si se tratara de una vitrina; en otras palabras, se busca preservar los espacios naturales sin excluir a las personas. Es un plan a largo plazo para la coexistencia de las comunidades humanas con la tierra, para superar el concepto de conservación de la biodiversidad y cambiarlo por la noción de alimentar la biodiversidad, enriquecerla a través de la regeneración biocultural.

Este proceso me parece parte de un pensamiento poético, artístico... Estoy convencido de que los esfuerzos por enfrentar la crisis actual están vacíos si no hay poesía, que no solo se refiere a las expresiones artísticas, sino al asombro hacia la vida, a una actitud ante el mundo que alcanza todas las esferas de nuestra actividad y nos facilita establecer vínculos entre personas y entornos, como proyectos de vida.

 

Laura López Argoytia es responsable del área de Publicaciones Científicas y Fomento Editorial de ECOSUR (llopez@ecosur.mx).

 

 

Ecofronteras, 2021, vol. 25, núm. 73, pp. 32-35, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx