Abejas sin aguijón y legado biocultural en Mesoamérica

Miriam Aldasoro Maya, Yorlis Gabriela Luna Delgado y María Eunice Enríquez Cottón

La relación de los humanos con las abejas nativas en Mesoamérica es muy profunda. La miel y otros productos de la colmena no solo son alimento y medicina, sino que ayudan a restaurar el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu, según se registra en prácticas ancestrales que se preservan por la fuerza de sus raíces y la importancia de su legado a través de las generaciones.

 

La relación de la humanidad con los insectos es tan antigua como nuestra historia evolutiva; es también compleja, hermosa y a veces desalentadora. Sería imposible que no existiera esta interacción, considerando que el grupo de los insectos es uno de los de mayor éxito biológico y evolutivo; existen aproximadamente 900 mil especies conocidas, que juntas representan alrededor del 80% de las especies de animales del planeta (Instituto Smithsoniano, https://bit.ly/3BP11RX).

Y si hablamos de riqueza y diversidad en otros ámbitos, es obligado mencionar la complejidad cultural de los seres humanos, lo que se evidencia con las más de 7 mil lenguas existentes que constituyen distintas formas de mirar, saborear y concebir el mundo. La diversidad biológica y la cultural suelen coexistir geográficamente en una relación que el geógrafo Bernard Q. Nietschmann identificó en 1992, y la sintetizó en el concepto de diversidad biocultural, que es una forma de nombrar un legado significativo para las generaciones presentes y futuras.

 

Abejas y diversidad biocultural en Mesoamérica

Mesoamérica, una de las regiones de mayor diversidad biocultural en el mundo, abarca la mitad meridional de México, Guatemala, El Salvador, Belice, el occidente de Honduras, Nicaragua y Costa Rica, y en ella confluye la multiplicidad étnica y lingüística con zonas de gran valor biológico. Esto refuerza la idea de que esta confluencia es un legado, y un ejemplo notable es la relación que los pueblos han mantenido con las abejas nativas sin aguijón (Familia Apidae: Tribu Meliponini), entre ellas las meliponas y trigonas. La crianza de algunas de las 107 especies conocidas en estos territorios reúne un complejo de conocimientos, prácticas y creencias que se producen y reproducen incesantemente, integrando ciclos naturales, biología, ecología, morfología y etología de las abejas y otros seres vivos, incluida la espiritualidad.

Estos saberes contemporáneos son resultado tanto de la tradición como de los conocimientos nuevos; nacen de las prácticas por ensayo y error ante las cambiantes condiciones de los intercambios globalizados y del contacto de los criadores de abejas con la academia y el sector gubernamental. Tienen un fuerte componente emocional y simbólico, son producto del sentipensar el mundo y es por ellos que distintas culturas indígenas y rurales otorgan un gran valor a las abejas nativas, que además de considerarse sagradas en varios territorios, son compañía, tradición, esperanza y, por supuesto, medicina, tanto por la sola presencia de su colmena como por la miel, cera y propóleos; además, abundan en las zonas tropicales y contribuyen de forma importante a la polinización de las plantas nativas, por lo que los paisajes bioculturales dependen de ellas en gran medida.

 

Crianza de abejas en México y Guatemala

En México se ha registrado la crianza de 18 de las 46 especies de abejas nativas sin aguijón entre los pueblos chinanteco, chol, cora, huichol, maya peninsular, mazateco, nahua, purépecha, tarahumara, totonaca, tsotsil, zapoteca, zoque y muchos otros. Varias de las formas de aprovechar la colmena y sus productos responden a prácticas culturales que en ocasiones buscan restaurar el equilibrio entre mente, cuerpo y espíritu, integrando el entorno ambiental. Esta es la intención de algunas acciones documentadas, como acercar el oído de un bebé a una colmena para curarlo de sordera en Tabasco, o el uso de la cera en este mismo estado y en Oaxaca para proteger a los recién nacidos de las malas energías (mal de ojo), entre muchas otras prácticas. En la península de Yucatán, la abeja de mayor notoriedad es la Melipona beecheii, conocida como xunáan kaab o ko’olel kaab (“señora o dama de la miel”, en maya yucateco); ligada al origen de la vida y el equilibrio en el cosmos, su miel sigue usándose en rituales agrícolas y de sanación.[i]

De las 33 especies de abejas nativas sin aguijón registradas en Guatemala, al menos 13 son criadas artesanalmente. Los meliponicultores poseen un amplio conocimiento de sus características biológicas y etológicas, formas de manejo y de los usos medicinales de los productos de la colmena. La M. beecheii es la especie de mayor importancia comercial; es la que produce más miel y se aprovecha mejor en recetas terapéuticas. Frecuentemente la miel es para autoconsumo, pero quienes cuentan con muchas colmenas sí la comercializan; se cotiza hasta tres veces más que la de Apis mellifera, que es la más común.

En el oriente guatemalteco hay ecosistemas de bosque seco donde se han registrado 15 especies, entre ellas: talnete (Geotrigona acapulconis), magua negro (Scaptotrigona mexicana), cushusho (Trigona nigérrima) y tinzuca (M. yucatanica). Es interesante el uso de la cera para fabricar las baquetas de las marimbas, como ocurre en el sureste de México, lo que mejora el sonido del instrumento. Pero la mayor riqueza de meliponinos destaca en las tierras bajas habitadas por pueblos originarios maya q’eqchi’, donde estos interactúan con al menos 17 de las 22 especies conocidas.

 

Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Honduras

Los saberes sobre las abejas nativas sin aguijón en Nicaragua son un territorio poco explorado, fruto de lo nuevo y lo viejo, del Pacífico y del Caribe. En el Pacífico son resguardadas por familias campesinas que las mantienen en troncos y también en cajas tecnificadas. Las más conocidas son jicote (M. beecheii) y mariolita o chispita (Tetragonisca angustula). La primera cosecha se realiza el 2 de febrero, el día de la Virgen de la Candelaria, una fecha que para el catolicismo y la espiritualidad prehispánica implica los 40 días después del parto de María y las fiestas para pedir por la próxima siembra; los abuelos sostienen que esto garantiza que la miel no salga ácida o amarilla. Las parteras todavía recurren a la miel de jicote para cuidar el posparto de la mujer o para curar la boca y el ombligo del recién nacido. La gente en los mercados y en los barrios populares la recomienda con un trago de licor y limón para cualquier enfermedad respiratoria o para la tristeza.

En el Caribe nicaragüense viven los mayangnas, misquitos, ramas, creoles y garífunas (afrodescendientes), junto con la población mestiza. Los mayagnas —antes conocidos como sumu— son el pueblo más antiguo del país y en su región se crían 12 tipos de meliponinos, cuya miel se resguardaba en trozos de bambú, mientras que la cera se usaba como pegamento para flechas y para elaborar candelas. Algunos nombres de abejas en mayagna son sit sit (Spcaptotrigona mexicana), amtis (T. angustula) y amal (M. beechi), y cada una ofrece usos distintos; así, de la sit sit solo se aprovecha la cera, y la miel de amtis se reservaba para los dirigentes pues se creía que era útil para rejuvenecer.

En El Salvador se conocen al menos 20 especies de meliponinos y se manejan 12; las más comunes, M. beecheii y T. angustula. Son las mismas que destacan en el occidente de Honduras, en donde a la segunda la llaman chumelo o jimerito, y su miel, como en otras partes de Mesoamérica, se usa para tratar infecciones y carnosidades en los ojos. Además de ser valoradas por sus productos, las abejas “adornan” las casas.

En Costa Rica encontramos alrededor de 58 especies de meliponinos, como las tamagas (Cephalotrigona zexmeniae), que se distinguen por ser tímidas si perciben gente cerca y por tener una sola abeja guardiana, que es la encargada de defender la entrada al nido. A las del género Melipona las llaman jicote, gato o estrella (M. beecheii), barcino (M. costaricensis) y congo (M. fallax). De la Tetragona ziegleri obtienen la llamada miel de leche o baba de buey, y de la S. pectoralis, miel de soncuano (por el nombre común de la especie).

 

Práctica milenaria

Sin entrar en detalle respecto a los importantes hallazgos arqueológicos relacionados con la meliponicultura, resaltaremos que en Belice, la península de Yucatán y el norte de Guatemala, se han localizado evidencias de que esa actividad ya se practicaba en el posclásico tardío (alrededor de 300 a. C. a 300 d. C.), como los discos de piedra caliza para tapar los extremos de las colmenas mayas: unos troncos huecos llamados jobones. De Guatemala procede también un cilindro cerámico, con fechas anteriores, que representa un nido tradicional de meliponas y muestra el vínculo cultural con esta práctica desde hace quizá, más de 2 mil años.

Como se puede apreciar, la crianza de las abejas nativas sin aguijón en Mesoamérica representa un legado biológico y cultural de gran valor, que además nos puede ayudar a enfrentar la crisis socioambiental que vivimos. Por ello se requieren esfuerzos para garantizar que las generaciones actuales y futuras disfruten de su existencia. Los retos son muchos, pero confiamos en que con la fuerza de sus profundas raíces históricas, esta práctica hallará la forma de pervivir.

 

Productos de la colmena

Miel. Su producción empieza cuando las abejas consumen néctar en las flores; al volver a la colmena lo pasan de boca en boca a otras compañeras para que le agreguen enzimas y otros elementos; luego lo regurgitan y lo ventilan con sus alas para que se le reduzca el contenido de humedad, y así se va convirtiendo en miel.

Polen. Lo colectan al visitar las flores y lo transportan a la colmena, donde junto con la miel es el alimento inicial de las crías.

Propóleo. Es una sustancia resinosa que las abejas recogen en la vegetación, la mezclan con secreciones de cera y saliva, y sirve para cerrar grietas o barnizar las paredes de la colmena a fin de que las crías tengan un ambiente estéril, entre otros usos.

Cera y cerumen. Son productos usados en la construcción del nido; uno u otro predominan según el tipo de abejas. Ellas secretan cera por unas glándulas particulares, y esta se endurece con el aire; si la mezclan con resinas colectadas durante el pecoreo, se produce el cerumen.

 

Algunas propuestas para la conservación biocultural de las abejas sin aguijón (meliponas y trigonas)

  • Conservación del hábitat y reducción de las tasas de deforestación.
  • Producción agroecológica.
  • Disminución de agroquímicos y del control aéreo de plagas.
  • Prohibición de siembra de cultivos genéticamente modificados.
  • Diseño de actividades para enfrentar el impacto del cambio climático.
  • Colaboración intersectorial para el diseño de políticas públicas.
  • Amortiguamiento de los cambios socioculturales de alta intensidad.
  • Cancelación de megaproyectos (minería, parques eólicos, tren maya) o minimización de su impacto socioambiental.
  • Conservación de la diversidad genética y protección ante biopiratería.
  • Promoción de la crianza de abejas como un legado biocultural, descartando los objetivos puramente mercantilistas.
  • Prohibición del saqueo de colmenas silvestres.
  • Reconocimiento de los saberes contemporáneos.

 

Miriam Aldasoro Maya es Cátedra CONACYT en ECOSUR Villahermosa (ealdasoro@ecosur.mx). Yorlis Gabriela Luna Delgado es estudiante del doctorado en ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable de ECOSUR (yorlis.luna@estudianteposgrado.ecosur.mx). María Eunice Enríquez Cottón es profesora e investigadora de la Universidad de San Carlos de Guatemala (euniceenriquez@profesor.usac.edu.gt).

 

 

Ecofronteras, 2021, vol. 25, núm. 73, pp. 6-9, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx

 

 


[i] Véase “Dulce manjar… Sabores, saberes y rituales curativos en torno a la miel de las meliponas”, Ecofronteras 42, https://bit.ly/3CdnybZ