Una antropóloga entusiasta, un grupo de
académicos deshonestos y un curandero que comparte una poción extraordinaria, son los personajes de este
cuento que nos conduce por un rumbo en el que la venganza sí que es dulce…
¡además de apestosa!
La antropóloga
invisible
Dalila
Serrana
La antropóloga buscó sus notas en la
veintena de diarios de campo, acomodados en el estante especial del cubículo. Esos
cuadernos eran su tesoro: ahí estaban escritas sus experiencias de contacto con
la otredad. La última temporada que concluyó entre los kanjobales fue
extraordinaria. Después de diez años de etnografía, el anmab[1]
le develó el mayor de sus secretos: el hechizo de la “pócima venganza”. Un
brebaje que ingieren los miembros de la etnia al asomar el sol y que los hace invisibles
hasta que aparecen las estrellas. Gracias a esa poción,
en su historia sucedió lo inexplicable: aparecieron muertos los capataces en la
ladera de los ríos, las muchachas se escondieron del deseo del amo, los jóvenes
huyeron del trabajo forzado, escapando del finquero y de los talamontes sin ser vistos entre la espesura de la selva.
El anmab le dio tres
dosis. “Es para ti —le dijo— por ayudarnos a correr a la minera que nos jodió
la montaña”. Ella sostuvo el presente con solemnidad y lo guardó en su bolsa.
Arrancó el jeep para ajustar las horas y llegar
con tiempo a exponer su plan de trabajo. Cuando arribó a las oficinas, se
acercó de nuevo a la mampara, que no podía dejar de ver desde que se publicó la
terna: había sido elegida por el rector de la universidad como candidata a
ocupar la dirección del Centro de Investigaciones Sociales. Su cara brilló de
emoción y se dirigió a la sala de conferencias, donde los colegas esperaban la
exposición de los aspirantes.
Primero pasó el abogado Zúñiga, a quien solo
le faltaba ese cargo para consumar su carrera. Después tomó el estrado el doctor
Padilla, actual director, quien deseaba renovar su nombramiento. Al final se presentó
ella, la más joven de los tres, entusiasta y con ganas de renovar la vida
académica. Las preferencias no pudieron medirse por aplausos: la audiencia mostró
a todos aprobación similar. Concluido el evento, sin embargo, la antropóloga vio
que los asistentes rodearon a Padilla, incluso aquellos que la motivaron a
participar en la convocatoria. “Algo no está funcionando”, pensó.
El permanecer ignorada en el patio no la
dejó dormir aquella noche, por eso dedicó la mañana siguiente a revisar las
notas. Si pudiera hacerse invisible y entrar a las reuniones de sus colegas, se
enteraría de lo que verdaderamente ocurría. Así lo hizo.
El brebaje funcionaba como la
fotosíntesis. Debía tomar diez gotas de la pócima y esperar a que los rayos del
sol la tocaran para lograr el efecto de transparentarse. Convencida de que
hacía lo correcto, llegó desnuda y sin ser vista al centro de investigación. Primero
visitó al doctor Padilla, quien estaba acompañado de los lingüistas.
—Así es doctor, usted sabe que apoyamos su
designación, pero no podemos desanimar a la colega antropóloga porque si lo
hacemos, ¿quién nos va a conseguir colaboradores nativos en las comunidades? ¿Cómo
podremos hacer pasar como legítima su elección si no tiene oponente?
—La antropóloga es buena persona, pero
carece de espíritu científico —expresó con desprecio otro colega menos
recatado—. ¡Cree en las supercherías de los indios y eso muestra que es
demasiado tonta!
Todos rieron y la antropóloga, desilusionada,
se tragó el coraje. Esos lingüistas eran sus colaboradores más cercanos. Quería
salir, abrumada por la pena, pero alguien cerró la puerta y debió esperar de
pie, arrinconada, a que abrieran para entonces soltar las invisibles lágrimas.
Una vez sobre el pasillo, tomó precauciones
extremas al subir la escalera, cuidándose de no chocar con alguien hasta llegar
al cubículo de Zúñiga. El abogado no se asomó en horas, así que ella aprovechó
para ir al baño. Ahí, una secretaria miró por debajo de la puerta al escuchar un
estornudo sin que nadie ocupara el retrete. La desconcertada mujer abandonó el
baño, aterrada ante el vacío inexplicable. La antropóloga debió escapar,
azotando la puerta, antes de que los curiosos llegaran con gritos y comenzaran
a husmear. En su carrera vio al doctor Zúñiga dirigirse al jardín trasero. Fue
directo hacia él y lo alcanzó en medio de una conversación sospechosa desde el
celular: “Sí, ya te dije —hablaba con prisa—, no ganaré la dirección: eso está
acordado. Pero no te preocupes, seguro tendré como premio de consolación la
Secretaría Administrativa y podremos adquirir todo lo concesionado a nombre de
nuestra empresa. ¡Y a muy buen precio!”
La antropóloga se retiró decepcionada. Y
no era todo. Faltaban cosas por ver con esos invisibles ojos.
La segunda dosis del antídoto la usó cuando
el director Padilla se entrevistó con el rector. En realidad
fue una charla entre amigos, pues se conocían de la infancia; hijos de
intelectuales y científicos, dueños de la universidad... “Ay, Padillita —exclamó
el rector—, quién iba a decir que un día íbamos a estar aquí, al frente de esta
magna casa de estudios. No te preocupes, serás director, como tienes planeado.
Y si quieres después le cambiamos el nombre al centro de investigación por instituto.
Así, aunque ya fuiste director de un programa y ahora eres director de un centro,
después serás director de un instituto: una nueva instancia. ¿Te das cuenta? No
te cambiamos a ti, la que cambia es la institución”. Escuchar aquello fue todavía
más insoportable.
La antropóloga recibió la esperada llamada
días después de la auscultación: “Gracias por su participación. La universidad
se lo agradece. El rector ha convenido designar como director al doctor Padilla”.
No
sobra decir que la última dosis la ingirió cuando el director fue ratificado para
un nuevo periodo. Todos supieron ese día que la secretaria que casi la
sorprendió en el baño tenía razón: ahí espantaban. Y es que cuando se hizo el
nombramiento, dos vasos con un apestoso y desagradable contenido color marrón entraron
flotando al salón, se detuvieron frente a los protagonistas del evento y se
volcaron sobre el rector y el doctor Padilla. Luego se oyó una risa estrepitosa
que parecía dirigirse rápidamente hacia la calle…
Ecofronteras,
2021, vol. 25, núm. 72, pp. 38-39, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
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