Aportes de las mujeres a la conservación en una
ANP
Marcela Biviana Rivera Ospina y
Dora Elia Ramos Muñoz
Las
mujeres contribuyen a la supervivencia de la colectividad y el ambiente a
través de numerosas labores poco visibilizadas. Si en espacios de importancia
ecológica, como las áreas naturales protegidas, se generaran políticas
considerando estos aportes, no solo se procuraría la conservación de la
biodiversidad, sino que se reconocería el valor social, ambiental, cultural y
productivo de los mismos, procurando equilibrar el acceso a recursos y toma de
decisiones.
Quintín Arauz, Frontera, Tabasco
Las
personas solemos realizar diversas actividades que asumimos que nos
corresponden. Así, en muchas culturas las niñas aprenden que es importante que sepan
cuidar a los demás, organizar la casa y cocinar, mientras que los niños deben ser
fuertes, trabajar la milpa y pescar. Pero esto no es natural, se trata de una
atribución social que en realidad puede transformarse. En tal sentido, aquí nos
proponemos contestar dos preguntas: ¿Cómo viven las mujeres en un área natural protegida
(ANP)? ¿Cómo se trastocan los horizontes de lo femenino y lo masculino? Son
cuestiones de gran trascendencia, pues la conservación de la biodiversidad depende,
en gran parte, de las prácticas de hombres y mujeres respecto a la naturaleza.
En 2018
llevamos a cabo una investigación en la que visitamos y vivimos con mayas
chontales en Quintín Arauz, en Frontera, Tabasco. La comunidad se asienta a
orillas del río Usumacinta, en lo profundo de un gran humedal, dentro de la
Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla[1] (RBPC) (tabla 1). Ahí conocimos
cómo se vive entre nortes y sures, entre las épocas de abundante agua y las de
escasez (secas), y registramos en qué consisten las actividades femeninas específicas,
mismas que se definen a muy temprana edad. Una madre de 50 años nos explicaba
por qué su hija no había aprendido a manejar el cayuco: “Como yo tuve varones,
tuve y tenía mucho quehacer en la casa y ella era la
más chiquita, por eso me ayudaba aquí y ya no salíamos; los chamacos eran los
que llegaban con su papá a los terrenos y son los que iban en cayuco”. El
testimonio ejemplifica cómo se funda una diferencia, un privilegio, o se fortalece
una desigualdad; en esos pantanos, saber nadar o remar es clave para la
supervivencia, la agricultura y la movilidad.
Tabla 1. Características
generales de la RBPC.
Superficie |
8,366
km2, con un valor para la conservación de 3 (mayor a 1,000 km2).
|
Municipios
que comprende |
Carmen, Centla, Centro, Jalpa de Méndez, Jonuta,
Macuspana, Nacajuca, Palizada, Paraíso. |
Diversidad
ecosistémica |
Principalmente
zonas inundables y manglares (vegetación acuática, manglar, agricultura,
pecuario y forestal y, en menor medida, sabana). |
Problemática
ambiental |
Desecación de humedales; impacto potencial por
extracción petrolera; construcción de hidroeléctricas sobre el río
Usumacinta; desarrollo de granjas camaroneras; explotación forestal;
construcción de la carretera Palizada-Atasta y contaminación de los cuerpos
de agua. |
Población
indígena |
De
las 78 localidades de la reserva, la población indígena representa un 46.8%
de la población total y se agrupan en 19 ejidos; Quintín Arauz tiene la mayor
población indígena, con 1,505 habitantes de acuerdo con el censo de 2010. |
Fuente: Arriaga, L.,
Espinoza, J. M., Aguilar, C., Martínez, E., Gómez, L., y Loa, E. (coords.). (2000). Regiones terrestres prioritarias de
México. CONABIO/CONANP.
Actividades de las mujeres
A continuación
enlistamos diversas tareas de las mujeres, entendiendo que no les son naturales,
sino que se han estructurado con medios como el lenguaje, los ideales, las
instituciones y la religión. También veremos que se transgreden. Lo hemos
documentado buscando incorporar un enfoque de género en las políticas públicas para
la conservación de las ANP. Un segundo fin es discutir la participación de las
mujeres en la toma de decisiones e incidir en una relación armónica
sociedad-naturaleza. Las actividades son las siguientes:
La
salud. Las mujeres mantienen la casa limpia para disminuir
enfermedades, responsabilidad que se multiplica después de las crecientes o inundaciones
que suelen ocurrir en octubre; ellas desinfectan, organizan, reacomodan y
trabajan con más intensidad. Además, dadas las precarias condiciones del centro
de salud (poco personal, pocos medicamentos e infraestructura), son valiosos sus
conocimientos de medicina tradicional, lo mismo que los de las parteras y otras
mujeres que cuidan del bienestar de la comunidad. Todas mantienen plantas y
animales porque saben que son esenciales para la salud y la alimentación;
conocen su valor dentro del ecosistema de pantano, sus ciclos de vida y
reproducción. El resultado es un acervo cultural maya chontal que ha permitido
la supervivencia comunitaria, así como la biodiversidad de esta ANP.
Épocas
de crisis. Por sus conocimientos sobre el clima, en las temporadas
de lluvias saben organizarse para cocinar cuando todo está inundado —aprovechando
la oferta de alimentos—, a la vez que resguardan a sus animales y pertenencias.
En las épocas de secas, en cambio, se levantan más temprano para cocer el maíz
y terminar su trabajo más pronto, pues el calor del mediodía es insoportable; por
esto almacenan más agua para la mayor frecuencia de los baños. Todos son conocimientos
cruciales durante las crisis.
Producción tradicional. El
imaginario social generalizado concibe que las actividades productivas de los hombres
son sembrar la milpa, pescar y cortar leña. Constatamos que las mujeres también
participan en tales actividades; no obstante, ellas conciben su propia labor como
una “ayuda” que brindan y esto invisibiliza su trabajo. Pierden de vista que la
limpieza
del pescado vale tanto como la pesca en el río, por ejemplo.
La transgresión.
Más allá de que el trabajo productivo de las mujeres tiene una escasa
valoración, esta se vuelve negativa cuando se ocupan en cosas “de hombres”,
como la pesca y la milpa. Pese a la crítica que las restringe al ámbito
doméstico, siguen pescando y cultivando. Incluso hay instituciones que
incentivan esa participación y premian a los grupos de mujeres productoras.
Producción no tradicional. Con bastante frecuencia emprenden
actividades de comercio, como la elaboración de comidas de temporada (panuchos,
totopostes, tamales, empanadas y dulces), y la venta de zapatos o cosméticos
desde sus casas, entre otras formas no tradicionales que contribuyen al
sustento familiar. Esto es esencial para enfrentar la sequía, la inundación o las
épocas en que no hay cosechas ni pesca. Muchas veces son los esposos quienes salen
a vender la producción, pero el conocimiento, la elaboración y la iniciativa son
de ellas y se debe reconocer como un aporte productivo.
Reproducción. Se
encargan de la atención en el hogar: cocinar, lavar la ropa, limpiar la casa,
cuidar de niños y niñas, entre muchas otras tareas, todo sin remuneración
económica directa; solo así es posible que los hombres puedan trabajar fuera de
casa e incluso fuera de la reserva. Existe un valor moral y ético de servicio
en las labores domésticas y de cuidado que garantiza beneficios para toda una
colectividad y no para ellas mismas.
El
traspatio. Las mujeres mantienen el huerto o solar limpio y cuidan
de los animales de traspatio. Resguardar a los pollos, guajolotes, patos o
gallinas es clave para sobrevivir y es su responsabilidad; además, las plantas
y los árboles son muy importantes durante el tiempo de calor, dado que
refrescan son el punto de encuentro para la familia. Las actividades en el
huerto contribuyen a la conservación de especies.
Patrimonialización. Las áreas naturales protegidas son una evidencia de la
preocupación mundial por preservar la naturaleza; se justifican a partir de
listados de flora, fauna endémica, recursos hídricos, geológicos o,
recientemente, con oportunidades educativas o paisajísticas. Salvaguardarlas se
ha visto como un triunfo del conocimiento científico, aunque también existe el saber
cotidiano que sus habitantes han adquirido. Las mujeres poseen conocimientos
que no aparecen en los artículos científicos ni en documentos de conservación, pero
que son funcionales para la diversidad biológica y contribuyen a la
preservación y reproducción de la cultura. La Declaración de la IV
Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, China, 1995) enfatizaba que los
conocimientos ecológicos de las mujeres son valiosos en términos del
ordenamiento de los ecosistemas frágiles, que ellas son una fuerza de trabajo
para la producción de subsistencia, y suelen ser los miembros más estables de
la comunidad.
Labores productivas, reproductivas y
comunitarias
Es indudable
el valor de las actividades de las mujeres en la RBPC, en el contexto del
conocimiento tradicional acotado por el horizonte de “lo femenino”, aunque identificamos
dos obstáculos. Uno es que las mujeres cumplen un papel triple: participan en
la producción agropecuaria, pesquera o de transformación productiva; gestionan
y ejecutan actividades reproductivas de cuidado (alimentación, limpieza y
salud); sostienen a nivel comunitario acciones culturales, religiosas y de
salud. De ahí que la opción de ampliar su participación en los espacios de toma
de decisiones les genera sobrecarga y se requiere crear condiciones para
conciliar todas sus actividades.
La
otra gran traba es la desigualdad en el acceso a los bienes naturales, lo que se
evidencia cuando se habla de la propiedad y uso de la tierra. Esto es una de
las causas de que las mujeres sean más vulnerables. En Quintín Arauz, cuando
muere el esposo o migra, las viudas —sobre
todo aquellas que son mayores— no
tienen acceso a las tierras ni a su control. Muchas veces el hijo mayor las
hereda, pero si acaso fueron las cónyuges, es necesario llegar en cayuco al
terreno (donde suele estar la milpa) y eso les puede causar temor por la
lejanía y por ser un espacio masculinizado. Adicionalmente, no aprendieron a
manejar el cayuco ni a nadar. Nos decía una mujer de 60 años: “Yo no me crie en
la orilla del río, yo me crie en la parte de allá atrás, y como antes esas
viejitas eran tan delicadas, no te vayan a ver parado en la orilla del río, ya
te van a ir a buscar, aunque seas una mujer grande. Los hombres sí podían nadar,
pero las mujeres no; algunas sí, pero no todas”.
Esta
condición de desigualdad estructural es origen de muchas otras inequidades que
se refuerzan con las políticas sociales y públicas; como principio de cambio, debe
haber un acceso equitativo a los recursos sin importar el sexo. Así que visibilizar
es un paso a la participación de las mujeres en lo productivo, pero a la vez se
trata de reconocer las actividades domésticas y comunitarias. Sus labores
productivas, reproductivas y comunitarias son esenciales; contribuyen a la
supervivencia y al buen funcionamiento de la colectividad.
De
igual forma, el espacio social femenil comunitario es diverso: participan en la
iglesia, en los coros, en las escuelas (por ejemplo, con los desayunos). Los
hombres tienen los cargos comunitarios de más reconocimiento (como delegados de
la comunidad o ejidales), mas no los cotidianos. Es clave entender que el
conjunto de esas actividades no puede estar solo representado o por las mujeres
o por los hombres, sino que requiere de la participación de ambos. Asimismo, se
debe considerar que las mujeres chontales, al igual que otras en distintas zonas
rurales, trabajan en colectivo para atender a los niños, preparar la comida o
apoyarse en épocas de crisis. Orientar políticas con enfoque de género debe considerar
estas redes de apoyo más allá de la familia nuclear.
Para
finalizar, es probable que los roles que se asignan socialmente a cada género
determinen en gran medida las preferencias, vocaciones y los horizontes de los
seres humanos. En tal sentido, la igualdad de oportunidades tiene que ver con
la apertura de espacios que la costumbre ha vetado para determinado sexo, y con
permitir que todas las personas tengan la libertad de elegir. No obstante, las
políticas públicas no deben irrumpir de manera abrupta en la dinámica cultural.
El objetivo es hallar la forma de incorporar políticas en las ANP que
visibilicen las labores que por tradición son de las mujeres, de tal manera que
la comunidad completa reconozca lo que representan para el bienestar social,
económico, ambiental y cultural de la vida familiar y colectiva.
Marcela Biviana
Rivera Ospina es investigadora de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad,
la Convivencia y la No Repetición en Colombia (marce1183@gmail.com). Dora
Elia Ramos es investigadora del Departamento de Sociedad y Cultura, ECOSUR San
Cristóbal (dramos@ecosur.mx).
Ecofronteras,
2021, vol. 25, núm. 72, pp. 6-9, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas);
notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
[1] Los decretos
en torno a reservas de la biósfera incluyen esta palabra sin tilde (biosfera);
no obstante, dado que en Ecofronteras
la acentuamos normalmente por convenir en términos de divulgación, también lo
hacemos en el nombre oficial para unificar el término.