Guillermo
Alejandro Pérez Flores y Paola Sofía Reyes-Morales
Es relajante observar las orquídeas
naranja en el paisaje, que por cierto también se usan como calmante y antiinflamatorio
en algunas regiones; son plantas silvestres que podrían ser clave para la
conservación de otras especies, y su peculiar ciclo de vida marca el otoño con
sus colores. ¿Hacen falta más motivos para preservarlas?
Unas flores muy peculiares
Con la palabra
“otoño” se produce en nuestra mente una imagen de hojas caedizas inmersas en el
color amarillento de la hierba que cierra su ciclo de vida, y no esperaríamos toparnos
con elegantes flores naranja-rojizo entre el pasto seco; sin embargo, sucede.
Se trata de unas orquídeas terrestres o litófitas que adoptan el nombre de su
color: orquídeas naranja. Son silvestres y el resto del año permanecen vivas
bajo el suelo a la espera de su evento reproductivo, el cual anuncian con
vistosas inflorescencias que revientan unas semanas antes de iniciar el otoño
(las inflorescencias son múltiples flores muy pequeñas). Alcanzan 70 centímetros
de altura y sus flores dan la impresión de ser una espiga que se adelgaza
gradualmente a lo largo de 15 cm, para contener de 40 a 60 botones de color
naranja a rojo intenso que encienden llanos y campos.
La mayoría de las orquídeas son plantas
epífitas; esto significa que crecen sobre sobre troncos o ramas de árboles para
usarlos como soporte, pero sin parasitarlos; no obstante, también hay especies
que se desarrollan directamente sobre el suelo, como ocurre con la orquídea naranja.
Su nombre científico es Dichromanthus cinnabarinus,
aunque se le conoce de muchas otras formas: corazón de gallina, corba gallina,
espiga naranja, palillo, palo blanco, palo estaca, tarabilla, vidrillo, chautle
y zapatilla escarlata; en
náhuatl: cutzis,
y en inglés: scarlet ladie’s tresses, que significa trenzas
de dama escarlata y alude a la disposición en espiral de las flores, que
parecen cabello trenzado.
Quienes estamos relacionados con el Campus
Ixtacuixtla de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, en el municipio de Ixtacuixtla
de Mariano Matamoros, solemos notar cuando estas orquídeas aparecen a finales
del verano en los linderos de las tierras de cultivo y a las orillas de los
caminos. También se han documentado en el Pedregal de San Ángel, en la Ciudad
de México, gracias a lo cual conocemos su diversidad biológica —información que, por otra parte, hemos aprovechado para este artículo—. Una característica destacada es que sus flores son visibles a
distancias considerables, lo que atrae a estudiantes curiosos, a pobladores que
las cortan enteras para llevarlas a casa, y a aves e insectos polinizadores que
con zumbidos y aleteos magnifican su encanto.
La orquídea naranja se distribuye en Estados
Unidos, gran parte del territorio mexicano —sobre todo en
el sur— y en Guatemala. Crece en llanos y páramos elevados, y es notable su
tolerancia a la perturbación, puesto que la vemos proliferar en camellones de
avenidas, en caminos muy transitados y hasta en construcciones de concreto. A
pesar de que se le ha estudiado, solo unas cuantas personas saben que se trata
de una orquídea y casi nadie la reconoce en el campo antes de que florezca.
Usos y aprovechamiento
Las orquídeas ya eran
conocidas y utilizadas entre los pueblos prehispánicos. Los aztecas las usaron con fines medicinales, ornamentales,
alimenticios y como especias. Era muy importante
el mucílago de numerosas especies, una sustancia viscosa procedente de algunas partes
de la planta (cormos y pseudobulbos), que se aprovechaba como pegamento en la
plumaria, arte de gran
desarrollo entre los mexicas para elaborar o adornar penachos, vestimentas y
otros objetos. Aún hoy, en la Ciudad de México y otros estados del país, el
nombre común de varias orquídeas es “chautle”, vocablo que deriva del náhuatl tzauhtli
o tzacuhtli y que significa pegamento o engrudo.
Su uso medicinal es el que más ha
sobrevivido. Mantiene ese propósito en Chiapas, y en Yucatán sirve de antiinflamatorio
y calmante, además de que se le atribuyen propiedades refrescantes.
Flores, polen y colibrís
A diferencia de sus
parientes epífitas de los bosques tropicales que lentamente van desarrollando
vástagos (nuevos tallos), las orquídeas chautle u orquídeas naranja tienen un
crecimiento vegetativo que ocurre entre agosto y octubre, un breve lapso en el que,
luego de la floración, mueren tallos, hojas y flores de la planta, para
permanecer en estado latente como raíces que rebrotan al siguiente año.
Sus inflorescencias presentan
simetría bilateral, o sea, que al hacer un corte por la mitad quedan dos partes
iguales. En sus flores individuales, de afuera hacia dentro, se distinguen tres
secciones: tres sépalos, tres pétalos que incluyen el labelo, y un pétalo
modificado y diferente a los laterales en tamaño, forma y color, muy útil para atraer
a los polinizadores. Este complejo arreglo influye en la reproducción sexual que
asegura el intercambio genético entre individuos.
En general, los
polinizadores de la vegetación suelen ser insectos y aves, además de algunas
especies de murciélagos y en raras ocasiones otros mamíferos. En cuanto a las
flores de la orquídea naranja, hay rasgos del síndrome de ornitofilia, es
decir, un conjunto de características de color, forma, textura y néctar, que
facilitan la polinización por aves, en este caso, los colibrís. La forma
tubular facilita que estos accedan al néctar, y una muestra de su eficacia como
polinizadores es que una gran proporción de las flores del chautle produce frutos.
En Ixtacuixtla,
Tlaxcala, se ha observado que estas orquídeas
reciben las continuas visitas de tres tipos de colibrís: el berilo (Amazilia
beryllina), que al
volar simula destellos por su cuerpo verde esmeralda y el café rojizo del reverso
de sus alas; el oreja blanca (Hylocharis leucotis), cuyos machos se distinguen por las plumas iridiscentes púrpura-azul en
su frente y barbilla, y sus hembras, por ser verde esmeralda; y el lucifer (Calothorax
lucifer), que identificamos porque las plumas de la garganta de los machos tienen
iridiscencias rojo carmín-fucsia, y el pecho y vientre de las hembras es beige.
A la belleza visual se agregan las vocalizaciones de estas aves que, aunque no
son canoras, emiten sonidos que se repiten mañana y tarde para reclamar los
territorios de alimentación.
Semillas con alas
Los frutos de la orquídea no son comestibles debido
a la falta de una pulpa jugosa; son más bien una cápsula
que resguarda los propágulos recién formados o semillas. Las cápsulas son
dehiscentes, lo cual se refiere a que presentan tres o seis ranuras
longitudinales que se abren al llegar el momento oportuno para liberar las
semillas; estas contienen los embriones de la planta y quedan expuestas al
ambiente, que en las condiciones adecuadas de temperatura, humedad y luz, habrán
de germinar.
Sin embargo, antes de
eso necesitan dispersarse, llegar a otros lugares en condiciones óptimas para nacer.
Al respecto, estas numerosas y diminutas semillas tienen una ventaja evolutiva:
la capacidad pasiva de “volar”, gracias a que la naturaleza las dotó de una membrana
a manera de ala. El viento se vuelve importante en el proceso, porque
dependiendo de su intensidad puede desplazarlas desde una corta distancia hasta
cientos de metros. Debemos decir, cuestión aparte, que si hay un lugar del
altiplano mexicano con fuerte viento en invierno, ese es Tlaxcala.
Las semillas alcanzan
sitios muy distantes. Son muchas las que se dispersan para compensar que la
germinación es escasa y, en consecuencia, la supervivencia de las plántulas también
lo es. Aun así, en toda la región centro del país, en cada final del verano se reinicia
la magia de la reproducción de estas orquídeas, que comienza con la floración y
termina con las semillas revoloteando en el aire.
¿Por qué conservar la orquídea naranja?
Debido al estado actual de perturbación de
los ecosistemas, conocer y proteger a las orquídeas naranja puede
significar el mantenimiento de otras especies de plantas, pues atraen
polinizadores generalistas, como los colibrís, que favorecen a más especies en
floración (por ejemplo, Loeselia mexicana).
Son plantas que también contribuyen a la conservación del suelo, ya que sus
estructuras subterráneas lo mantienen unido y su asociación con los pastos
evita la erosión eólica. Como valor agregado, es un disfrute mayor contemplar un
paisaje de flores rojo-naranja rodeadas por colibrís.
Debemos
considerar que su persistencia a través del tiempo depende de las áreas de
vegetación nativa, o al menos de áreas verdes. Aunque no es muy conocida a
causa de su corto periodo de floración, es fundamental descubrir los detalles
de su etapa reproductiva, enriquecer la documentación de su biología en las fases
tempranas de su desarrollo bajo tierra, así como sus implicaciones ecológicas.
Mientras
tanto, es una planta que no dejará de atraer la atención de los paseantes en
los campos en donde se conserva.
Guillermo
Alejandro Pérez Flores es académico de la Licenciatura en Biología de la
Universidad Autónoma de Tlaxcala (gaperezf@gmail.com).
Paola Sofía Reyes-Morales es estudiante de la misma licenciatura y universidad
(chofis_reloj@hotmail.com).
Ecofronteras, 2021, vol. 25, núm.
71, pp. 25-27, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista
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