¡Invasión! Y no de marcianos
Eder Ramos
Hernández, Blanca Patricia Castellanos Potenciano y Carlos Fredy Ortiz García
Existe un diminuto pero letal enemigo
de las palmas, y la posibilidad de que continúe expandiéndose es una
preocupación latente entre los productores de las zonas tropicales, donde el
coco es muy apreciado. Esto es una simple muestra de la lucha por la
sobrevivencia, en donde los “nimios microorganismos” parecen llevar la
delantera, ¿podemos controlarlos?
Los humanos, que fuimos
capaces de resistir el ataque de gigantescos alienígenas, que para nuestro
beneficio hemos domado a cuanto animal salvaje hemos encontrado, ¿seríamos
capaces de sobrevivir a la invasión, no de marcianos con una tecnología
superior, sino de un nimio microorganismo?
H. G. Wells, La guerra de los mundos, 1898.
¿Estamos,
como cuestiona Wells, preparados para enfrentar las invasiones de seres
diminutos? ¿Qué pasaría si la producción de alimentos fuera arrasada por plagas
microscópicas y cuál sería el impacto en nuestras sociedades? En realidad, no
hay nada raro en estas “invasiones”. Cuando vemos que el follaje de las plantas
muda del verde al amarillo-naranja y pensamos que se trata del paso de las
estaciones, para los cocoteros puede ser el síntoma de una batalla en la que la
palma enfrenta una muerte próxima, sin oportunidad alguna frente al parásito
que la invade.
El cocotero, Cocos nucifera (Linnaeus, 1753), es una de las plantas más emblemáticas y
útiles de los climas tropicales; botánicamente no es un árbol al
no tener corteza ni ramas y a su tronco se le llama tallo. De ella se
obtienen fibras, madera, pulpa, aceite y bebidas. ¿Quién no ha probado una
refrescante agua o un helado de coco, y qué decir de las innumerables
cualidades de su aceite? Es un cultivo muy importante en el mercado mundial y
su aportación económica es innegable.
Fitoplasmas y vectores
Los fitoplasmas son bacterias que en 1967 fueron llamadas
“organismos tipo micoplasmas”, pero más tarde, en 1994 y gracias a las técnicas
de identificación molecular, se rebautizaron como fitoplasmas.
Estos seres producen enfermedades en las plantas, las cuales se reconocen por
diferentes síntomas, como el cambio de color del verde al amarillo en las hojas
(amarillamiento), flores verdes en lugar de su color característico (virescencia) y crecimiento de ramificaciones en un solo
sitio de modo similar a una escoba (escoba de bruja).
Las bacterias
habitan y se multiplican en la savia de las plantas hospederas; transitan en su
floema, que es una red de microtubos en los tallos y hojas, equivalente al
sistema circulatorio de los animales, y terminan por obstruir el flujo de nutrientes
hasta producir una especie de colesterol, que en este caso es letal.
Su capacidad para
enfermar a las plantas depende de las características genéticas de los vectores
y los hospederos, en lo que se llama efecto Dawkins, nombre derivado de la
publicación El fenotipo extendido (1982), en donde el académico Richard
Dawkins, desde un enfoque evolucionista, sostiene que el fenotipo[1] de un
organismo abarca e impacta a su medio ambiente, incluyendo el cuerpo de otros
organismos, es decir, que el éxito de propagación de las bacterias parásitas no
radica en ellas mismas, sino en la facilidad de reproducción y capacidad de
sobrevivencia de los organismos que las transportan de una planta a otra.
El fitoplasma que provoca el amarillamiento letal del cocotero
(ALC) se transmite con ayuda de un insecto vector llamado chicharrita pálida (Haplaxius crudus), el
cual habita en las plantaciones de coco del continente americano, incluyendo
las islas del Caribe. Para alimentarse, perfora el tejido de las plantas con un
estilete de su aparato bucal y succiona la savia. Así, el fitoplasma
presente en la savia de una planta enferma llega al intestino del insecto
vector, donde se absorbe y se incorpora a su “torrente sanguíneo” o hemolinfa, para
luego terminar en sus glándulas salivales. El ciclo se completa cuando la
chicharrita, al alimentarse de nuevo, contagia a las palmas sanas con las
bacterias que lleva en su cavidad bucal.
Y comienza la invasión
El primer registro
de una enfermedad identificable con los síntomas del ALC es de 1834 en Gran
Caimán, en las Antillas. Posteriormente, en 1891, apareció en Jamaica y casi 70
años después hubo una muerte masiva de cocotero que devastó casi el 90% de las
palmas del lugar (más de 7 millones). Más adelante hubo diagnósticos en Florida
y Miami, con severas consecuencias.
En México se observó
por primera vez en la zona hotelera de Cozumel, Quintana Roo, en 1977. En 1981
se presentó otro reporte en Cancún, Puerto Juárez e Isla Mujeres, en donde murió
casi el 70% de la población de palmas. Para 1984, la invasión abarcaba a
Quintana Roo y Yucatán, entidades que sufrieron pérdidas en 3 mil hectáreas de
cultivos de coco. Al siguiente año se detectó en el extremo noroeste de la península
de Yucatán y se fue propagando en la zona. En 1995 surgió en Tabasco, en el
municipio de Centla, y en 1997 en el de Cárdenas. Para el año 2000 se
registraron las primeras plantas con la enfermedad en Tonalá, Veracruz, y continuó
su avance en el estado.
Más tarde,
las infestaciones en Tabasco ya no se restringían a cultivos de palma de coco;
en 2018 se confirmaron en la planta de ornato llamada kerpi
(Adonidia merrillii) y
en la especie corozo (Attalea butyracea).
Haciendo un recuento, en un periodo de 34 años, la plaga ha invadido las zonas
cocoteras de la región Golfo de México y ya se encuentra diseminada en otras
especies de palmas.
El hormiguero…
Marte prestó la misma
atención a la gente que corría de un lado a otro, que la que habría puesto una
persona ante la confusión provocada en un hormiguero tras haberlo pisoteado.
H.G. Wells
En las costas
del Pacífico mexicano, en Oaxaca y Guerrero, en 1997 y 2000, respectivamente,
se reportaron plantas con síntomas similares, aunque un análisis molecular
demostró que el causante era un patógeno diferente al que ha invadido la
península de Yucatán y el golfo. Esto significa que los fitoplasmas
tienen buena distribución más allá de en donde se originan, en especial si en
la nueva área existen insectos transmisores y vegetación similar.
Parece que el
nivel de especies vegetales que pueden ser infectadas lo determina mayormente el
número de especies vectores, que cada vez encuentran más condiciones favorables
para su desarrollo y dispersión con los cambios en el clima, las rutas de
comercialización y la movilidad de las zonas térmicas en diferentes regiones
del mundo. Por eso se han desarrollado estrategias para monitorear y controlar
la propagación de los insectos transmisores; es el caso de la modelación de nichos
ante escenarios futuros y de la restricción para comercializar ciertos
productos o limitar regiones geográficas, además de medidas controversiales como
el uso de organismos transgénicos para frenar la expansión de algunas plagas. Pero
estamos tan distraídos con los beneficios de la apertura de mercados y por
generar ingresos, que cabe cuestionar si estamos prestando suficiente atención
al hormiguero que hemos pisoteado.
Amenaza potencial para otras palmas
Hemos explicado
cómo esta plaga ha invadido y aniquilado muchas plantaciones de cocotero, cómo
los factores ambientales favorecen la dispersión del insecto vector y cómo la
enfermedad ya se presenta en otras especies. En tal sentido, en México existen palmas
con gran valor comercial, por ejemplo, la palma de aceite (Elaeis guineensis Jacq).
De origen africano, su cultivo se ha extendido a varias regiones tropicales y
subtropicales del mundo, y si bien ha generado polémica en algunos sectores, se
trata de un producto forestal importante con tres focos alerta: la presencia de
fitoplasma causante de ALC en palmas de coco, corozo
y kerpi; grandes cantidades de chicharrita pálida en
las plantaciones de palma de aceite en Tabasco y norte de Chiapas, y que en
otros países hay registros de muerte masiva de esa vegetación (Colombia, India,
Mozambique y Malasia).
La lucha por
la obtención de recursos es un acto de supervivencia y debemos considerar cómo todo
ello impacta el entorno, desde la destrucción de las palmas por parte de
microorganismos, hasta la invasión de otras plantas para garantizarse la vida. Se
trata de competir por la supervivencia en relaciones tripartitas: plantas,
vectores y fitoplasmas, siendo estos últimos uno de
los grupos de organismos con mayor diversidad evolutiva. Por ahora nos compete
amortiguar los efectos colaterales mediante su monitoreo permanente y proponiendo
alternativas para controlar su expansión y frenar epidemias; o bien, como en La
guerra de los mundos de Wells (cuando los alienígenas fueron vencidos por
microorganismos que habitaban en los seres humanos), esperar un salto evolutivo
y que los fitoplasmas sucumban ante una nueva defensa
biológica de las plantas.
Eder Ramos
Hernández es investigador del Campo Experimental Huimanguillo, INIFAP (ramos.eder@inifap.gob.mx). Blanca Patricia Castellanos Potenciano es investigadora de Valles
Centrales Oaxaca, INIFAP (castellanos.blanca@inifap.gob.mx). Carlos Fredy Ortiz
García es investigador del Colegio de Postgraduados, campus Tabasco (cfortiz@colpos.mx).
Ecofronteras,
2021, vol. 25, núm. 71, pp. 11-13, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas);
notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
[1]
Fenotipos son las características relacionadas con el aspecto físico de
cualquier organismo, como el color, altura, número de patas o alas, entre
otras.