La vida es muy variada y heterógenea. Los seres vivos muestran una gran diversidad
de formas, tamaños, colores y estructuras, con características particulares en
sus historias de vida y estrategias para reproducirse y sobrevivir. Esta gran
diversidad no solo se refiere al número de especies descritas, sino también a
los procesos ecológicos y evolutivos, junto con las interacciones que se presentan.
A los organismos los hemos agrupado
en una forma jerárquica y evolutiva mediante niveles de organización. Así se
facilita su estudio y se entiende mejor esta diversidad, que va desde las
criaturas microscópicas unicelulares (procariontes), como las bacterias que
pueden medir unos pocos micrómetros, hasta los animales vertebrados con la
especie más grande: la ballena azul (Balaenoptera musculus), de unos 30 metros, pasando por el reino
vegetal, donde se ubican los seres más altos de la Tierra, como la Sequoia sempervirens,
de más de 110 metros de altura.
En este número de Ecofronteras celebramos
la vida heterogénea de nuestro planeta. Los artículos publicados son tan solo una
pequeña probada de tan amplia biodiversidad. Iniciamos con las bacterias y las
arqueas, abundantes organismos microscópicos con los que se inició la vida, los
cuales son imprescindibles para muchos ciclos biogeoquímicos, como el del
carbón, nitrógeno y fósforo. Alejandra Sepúlveda y María Mercedes Castillo
escriben sobre tales grupos en ambientes acuáticos, reconociendo su importancia
en las redes tróficas.
Los organismos eucariontes constituyen
otra gran clasificación; cuentan con un núcleo verdadero en sus células e incluyen
las formas de vida más conocidas y complejas: protistas, hongos, plantas y animales.
Las plantas sintetizan su propio alimento, y para ejemplificar su importancia
se ofrece el artículo de Rubén Martínez y Derio Jiménez, quienes exploran los
árboles más altos de la cuenca del Usumacinta. Los árboles, “esos gigantes
añosos”, diría Eduardo Galeano, son más escasos de lo que suponemos, aunque su
estructura es primordial para las miles de interacciones
que tienen lugar en los ecosistemas.
Por otra parte, los animales han
logrado distribuirse prácticamente en todos los ambientes y su variedad es
inimaginable. Vanessa García, Lázaro Guevara y Laura López describen una especie
de mamífero como sencilla muestra de la riqueza del grupo: los tlacuaches o
zarigüeyas (Didélfidos), únicos marsupiales
americanos, que al igual que sus parientes australianos poseen una bolsa donde
los embriones concluyen su desarrollo. En México se han descrito ocho especies,
pero los autores se enfocan en una muy particular: es acuática, destaca en
algunos estados cercanos a la frontera sur y está en situación de riesgo.
Los hongos pertenecen también a los
seres eucariontes; pueden ser microscópicos o macroscópicos. René Andrade y
José E. Sánchez presentan este grupo numeroso y variado tanto en apariencia y
tamaños, como en sus formas de reproducción. Cumplen importantes funciones en la
naturaleza, pero también en lo económico y cultural, como se evidencia en los
diversos usos con los que la etnia mam los aprovecha (Chiapas, México, y
noreste de Guatemala).
Finalmente, el artículo de Héctor
Javier Sánchez abarca a un grupo difícil de definir porque las entidades que lo
integran no se consideran organismos vivos: los virus. Se constituyen de
material genético encapsulado con una cubierta proteica, y necesitan un ser
vivo (células) para reproducirse y mutar; les debemos varias pandemias, entre
ellas las de viruela, sarampión y recientemente la enfermedad covid-19, que han
influido en la transformación de las sociedades y seguramente en el curso de la
historia.
Paula L. Enríquez,
Departamento Conservación de la Biodiversidad.