Sagrada madre tierra
Marcelina Rodríguez Hernández
Un
jueves en la madrugada, Tona[1]
se levantó en su tem[2]; con el cabello
alborotado y mal vestida comenzó a hacer sus quehaceres como todos los días.
Alistó las tortillas y el pozol que don Juan, su padre, acostumbra a llevar
para alimentarse en medio día en su parcela, en la que sembraba maíz y frijol.
Don
Juan también se levantó, se arregló un poco y le dijo:
—¿Está
lista mi comida, Tona?
—Aquí
está, tatiii[3] —respondió con voz tierna.
Al
mismo tiempo, le entregó a su padre la red que contenía una bolita de pozol,[4]
dobladitas de tortillas con frijol, chile para el almuerzo y el tecomate con
agua. En seguida, don Juan alistó su azadón para quebrar la tierra, el machete
para chapurrear, la coa para sembrar la semilla del sagrado ixim[5] y la lima para afilar sus
instrumentos de trabajo. También recogió el mecapal y un sempat[6] para cargar algo de
leña en su regreso. Se despidió de Tona y emprendió el viaje rumbo a su
parcela.
Ella
se acercó a la pared de la casa, que estaba construida de madera; en una
rendija miró a su padre alejarse poco a poco hasta perderse de vista. Salió al patio
y miró que caía una llovizna, ¡pero no la mojaba! Sorprendida giró su mirada a
diferentes direcciones. Con la palma de su mano derecha tocó la piel de su
brazo izquierdo y se dio cuenta que no era agua lo que caía del cielo, sino ¡ceniza!
Regreso rápidamente al interior de su casa, se dirigió a donde su madre estaba
acostada para avisarle lo que sucedía:
—¡Mamá,
mamá está lloviznando ceniza afuera! —expresó con voz afligida.
Doña Rosa escuchó a su hija. Se movió un poco
y se quejó del dolor de reuma que padecía desde hacía mucho tiempo:
—Es
neblina de la madrugada, hija. No te preocupes.
—¡Mamá,
mamá, créeme! ¡Es verdad, levántate, sal a verla! —insistió Tona.
Doña
Rosa se levantó lentamente. Con dificultad se dirigió hasta la puerta para
atestiguar lo que su hija le decía. Con la claridad de la mañana, apenas podía
distinguir que las plantas blanqueaban y que los pastizales se cubrían de
cenizas.
En ese
momento, apareció don Juan por el mismo camino donde hacía rato se le había
visto partir rumbo a su parcela. Llego cubierto de ceniza:
—¡Se
reventó el cerro! ¡Hay erupción del volcán!
La
duda se impuso inmediatamente, porque nadie entendía qué era la erupción de un
volcán. Solo se escuchaban voces que decían: “Yal tan”,”[7]
pero no existía explicación ninguna.
—¡Creo
que es castigo de Dios! Nos prueba para ver si nos arrepentimos de nuestras malicias.
En verdad, estamos en cuaresma. Por eso el viento que corre velozmente casi nos
ahoga con la polvareda —dijo Tona.
Todos se
sorprendieron al escucharla. De pronto se oyó una voz lejana desde el cerro.
Era el agente municipal que hablaba a través del aparato de sonido:
—¡Atención,
atención a todos los pobladores! ¡Pongan mucha atención lo que les voy a decir!
Es algo muy serio. La madre tierra se ha enojado con nosotros y explotó su
coraje.
Don
Juan, con un semblante serio, escuchó atento el mensaje. Reaccionó y de inmediato
dijo que era necesario prepararse para cualquier cosa que pudiera presentarse.
Fijó su mirada en su familia y ordenó:
—¡Es
necesario hacer algo! Repartamos el trabajo: yo iré por leña y ustedes vayan a
tapar el pozo grande y el pequeño. Busquen con qué taparlos, porque es
necesario cuidar nuestra agua.
Obedecieron.
Tona salió apurada y afligida de la casa, ella creía que el ch’ul osil balamil[8] quedaría invadido por
el poder de la noche, que extendía su oscuridad, aun cuando para esto su padre
contaba con la leña suficiente para hacer bastante lumbre. Aunque a doña Rosa
se le dificultaba caminar, por la preocupación y el susto, también ayudó. De
repente se le escuchó quejarse porque cayó embrocada, sin pedir ayuda se logró
poner de pie con dificultad. Caminó lentamente y alistó su bracero con incienso
y unas rajitas de ocote. Comenzó a hacer lumbre, prendió algunas velas que tenía
guardadas desde hace tiempo. Inició con su cántico, rezaba pidiendo protección
para su familia y pedía evitar que los animales entraran a molestarlos en la
casa.
A los
pocos minutos la familia se reunió de nuevo. En ese momento llegaron más
familiares de don Juan, quien, sin perder tiempo, empezó su plática tal como acostumbra hacerlo. Contó que tiempo atrás también se había
oscurecido como en ese momento. En aquella ocasión llego de lejos un pájaro grande,
lo conocieron como ch’och’o'jotoroo':
sacaba los ojos a las personas que encontraba dormidas. Nadie sentía como
actuaba y solamente al despertar se daban cuenta de que ya no tenían sus ojos.
Esa era la razón por la que debían permanecer despiertos. Al terminar de decir
esto, la familia de don Juan tuvo más miedo, el corazón les palpitaba más y
más. Cualquier ruido los asustaba, aunque al prestar atención notaban que eran grillos,
chapulines, ratas o aves que buscaban algún refugio.
Se
sentaron todos alrededor del fogón para sentir calor y controlar el intenso
frío de la noche, y se dispusieron a velar la gran oscuridad hasta que
amaneciera.
—Si quieren
vivir tienen que aguantar —les dijo don Juan.
El
papá de Tona sacó nich pox[9] y el tabaco que tenía guardados. Los repartió
a los mayores junto con la chicha que había preparado para su consumo, lo hizo
con una ch’aco’[10] para que se dieran
valor y así resistir el sueño por la gran velada. El abuelo Sebastián bebió su
trago, pero vencido por el sueño se acostó un rato al lado del fogón. De pronto
una chispa del fuego alcanzó su cobija y comenzó a brotar humo de ella. La
abuela se dio cuenta:
—¡Viejo,
se está quemando tu chamarra! —le gritó.
Al mismo
tiempo lo jaló del cabello para que despertara. Se levantó asustado y desde ese
momento sus ojos tuvieron que estar abiertos toda la noche. Por el susto de
aquel gran pájaro maligno que sacaba los ojos, ya nadie quiso dormir. Prefirieron
velar la gran oscuridad hasta que amaneciera de nuevo.
Pasaron
varias horas, y luego varios días. Poco a poco fue aclarando, hasta que se
escuchó otra vez en el aparato de sonido la voz del agente que decía:
—¡Compañeros, gracias a nuestro gran sueño ya amanecerá la claridad.
¡No tengan miedo!
Al
escuchar lo anterior todos se acercaron a la entrada, trataron de abrir para
asomarse afuera. Pero no pudieron porque la ceniza que se acumuló durante
varios días había tapado la puerta. Con mucho esfuerzo empezaron a quitarla para
poder salir, y cuando lo lograron supieron que la situación ya no era la misma.
Tona comenzó
a retorcerse de dolor y tristeza; su llanto se escuchaba de lejos, su lamento
era para el gran señor preguntando del porqué de ese castigo, ya que toda su
cosecha se había acabado. No sabía qué iba a comer.
Todos
caminaron alrededor de la casa, y un poco más allá en el campo podían ver que
las huellas se marcaron sobre las cenizas, y a lo lejos uno que otro pájaro
tirado. Tona recoge a las aves de tsumut[11] para comérselas después.
Regresó rápido a su casa para desplumarlas y las ahumó en el tizón. Se acercó
al árbol frondoso, en donde amarraba su telar para tejer, las ramas que se
veían cubiertas de ceniza estaban a punto de quebrarse. Después, de la
preocupación y tristeza se miraron entre sí. Solo entonces descubrieron que ni
ellos mismos eran normales: sus ojos estaban sumidos por el sueño y por el
calor del fuego; sus cabellos se sentían rígidos y enredados. Para dejar de
estar sucios y olorosos a humo tuvieron que bañarse y limpiarse.
Pasaron
varios días y meses, la fuerza de su ch’ulel[12] poco a poco se fue
recuperando. Las casas, los pozos y manantiales fueron limpiados poco a poco.
La
gente del pueblo tuvo que organizarse, planearon lo qué debían hacer. Acordaron
que era importante ofrendar a los lugares sagrados: agua, tierra, cerros, aire,
para pedirles perdón a los seres supremos, los jpetvanej jk’elvanejetik. Convocaron a los
"pasados", a los músicos, los rezadores, a hombres y mujeres, adultos
y niños. Se reunieron en la casa grande del abuelo para hablar de lo que
harían. Al llegar, cada uno saludaba al abuelo inclinando ante él la cabeza; le
hablaban con mucho respeto.
Las
mujeres prepararon la comida en ollas gigantes, donde varios pollos fueron
sacrificados para la celebración. Las enormes tortillas hechas a mano no
faltaban, ni tampoco las memelas en comal de arcilla.
El
abuelo ofreció su chi’il pox para
compartir, era el guardadito que una ocasión compró en un sábado en la plaza.
Hablaron
de lo que debía hacerse para mostrar respeto al sagrado universo, a la madre
naturaleza. Creían que lo que había sucedido pudo ser consecuencia de los malos
actos que tenían como seres humanos, de ya no saber respetar a los ojovetik[13] y a la madre tierra.
Así fue como se pusieron de acuerdo para ofrendar a los espacios sagrados del
lugar, planearon que se irían primero a la Nich k’ak’anab,[14]
laguna florida, poderosa, y luego a los manantiales, cerros y cuevas sagradas.
Poco a
poco Tona comenzó a juntar las ofrendas necesarias: una servilleta tejida que
quería regalar a su madre, una toca blanca, blusa, faja, enagua y una red. Doña
Rosa le entrego collar brillante de color dorado y un par de listones rojos para
la trenza, que solamente utilizaba en las fiestas del jteklum[15] de cada año. Así
juntaron una canasta colorida llena de ofrendas.
Así fue
como un día, con mucha alegría, salieron en peregrinación con música, tambores,
flautistas, cantantes, todos coreaban: jme’tik, jme’tik, jme’tik,[16]
rumbo a la sagrada laguna de Nich k'ak'a nab, al pie del Balan tun. Los hombres, mujeres, ancianos
y niños danzaban bajo el intenso calor del mediodía, sin descansar, hasta que llegaron
al lugar indicado. Al llegar al misterioso lugar, inmediatamente alistaron las
ofrendas, velas, incienso y el pox. Al son de la música pidieron perdón de sus malos actos,
de no saber ofrendar a los jpetom jkuchomtik, seres protectores y a la madre tierra. Tona
entregó la canasta de ofrendas a la laguna sagrada, se acercó al agua y se puso
de rodillas; se persignó e introdujo al agua la canasta. Con la fuerza de su
mano la sumergió a la profundidad, esperó un momento a que se hundiera para ser
recibida, pero la canasta regresó a la superficie. Intento nuevamente, pero fue
recibida hasta el tercer intento. En ese momento comenzó el júbilo, la música, y
los gritos se intensificaron. Inició de nueva cuenta la alegría, como anteriormente
se hacía con los Jtotik Jme’tik.[17]
Tomaron
un descanso para beber pozol, comer memelas y frutas que llevaban. Entrada la
noche regresaron a la casa del anciano, donde descansaron con la alegría de
saber que la madre tierra los había perdonado. Al día siguiente se soltó un
aguacero y aclareó el ch’ul vinajel.[18]
Desapareció la polvareda que casi los ahogaba y se alumbró el jtotik ch’ul k’ak’al.[19]
Este
cuento fue publicado originalmente en Palabra
de jaguar. Antología literaria tseltal-tsotsil-español, Roberto Pérez, Humberto Gómez y
Roberto Sántiz (coordinadores), UNEMAZ.
Las
notas a pie de página incluyen aproximaciones en español a las palabras en tsotsil, que no deben tomarse como traducciones literales,
sino referentes culturales.
Marcelina
Rodríguez Hernández es técnica académica de la Coordinación de Posgrado de la
Unidad San Cristóbal (mrodriguez@ecosur.mx).
Ecofronteras,
2020, vol. 24, núm. 69, pp. 36-39, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas);
notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx
[1] Toña sería un equivalente
en español.
[2] Cama.
[3] Papá (totik o tati, según variantes), escrito
así para reflejar la sonoridad de la palabra en lengua tsotsil.
[4] Bebida nutritiva a base
de maíz. El maíz preparado se puede transportar en bolitas, a fin de echarle
agua y revolverlo al momento.
[5] Maíz.
[6] Cuero usado para proteger
la espalda al cargar bultos.
[7] Cayó la ceniza.
[8] Sagrada tierra, sagrado cielo.
[9] Bebida alcóholica.
[10] Jícara pequeña.
[11] Paloma.
[12] Espíritu o energía vital.
[13] Deidades.
[14] Laguna sagrada cuyo
nombre incluye la palabra flor (nichim) y k’ak (fuego, caliente), a causa del efecto del sol sobre el
agua, como si estuviera florida; “laguna flor de llama” podría ser una
aproximación al nombre.
[15] El pueblo.
[16] Nuestra madre.
[17] Nuestros padres y madres,
los antepasados.
[18] Cielo sagrado.
[19] Nuestro sagrado padre
sol.