Covid-19
y Centroamérica. Conversación con Benito Salvatierra Izabá
Laura
López Argoytia
Estamos
inmersos en un cúmulo de mensajes de toda índole, procedentes de diversos medios,
en relación con la enfermedad covid-19. A diario recibimos noticias de lo que
sucede en Estados Unidos, China, varios países de Europa y América del Sur,
¿pero cómo avanza la pandemia y cómo se le ha manejado en
Centroamérica? La pregunta es muy pertinente por aludir a una región
indiscutiblemente ligada a nuestro país, en particular a los estados de la
frontera sur. En esta entrevista encontraremos información relevante sobre el
tema, brindada por Benito Salvatierra Izabá, especialista en rubros de salud e
investigador del Departamento de Salud de El Colegio de la Frontera Sur
(ECOSUR), en la Unidad San Cristóbal.
¿Cuál
es tu formación y experiencia en la epidemiología?
Me formé como médico cirujano en Nicaragua, mi país de
nacimiento, y más tarde me especialicé en Epidemiología Aplicada, en Estados
Unidos y México. Cursé también una Maestría en Ciencias Sociomédicas con
especialidad en Bioestadística y el Doctorado en Estudios del Desarrollo Rural
con especialidad en Políticas de Población. Desde 1993 soy investigador de
tiempo completo. Mi
experiencia profesional en epidemiología me ha permitido analizar un gran
número de situaciones, como mortalidad infantil, embarazo y determinantes en
las poblaciones marginadas, perspectivas sociodemográficas y epidemiológicas de
la muerte materna, enfermedades crónicas —por ejemplo, diabetes mellitus en la
Selva Lacandona— y epidemiología del sarampión, entre otros temas, que me han
brindado experiencia en la evaluación de programas y políticas públicas en
materia de salud a nivel estatal, nacional e internacional.
¿Por
qué es importante esta disciplina?
Porque
nos permite analizar la distribución, frecuencia y determinantes de las enfermedades
actuales y las que emergen a lo largo del tiempo, para que nuestras investigaciones
tengan una aplicación útil en su prevención y control. Desde la epidemiología
social también trabajamos con una perspectiva holística de los fenómenos
biomédicos, tomando en cuenta el contexto social, cultural, político y
económico que repercute en la ocurrencia de ciertas enfermedades; de esta
manera podemos incidir en la ejecución de políticas públicas sanitarias
pertinentes, exigir mejores condiciones de vida y evidenciar la importancia de relaciones
sociales sanas entre humanos, además de relacionarnos de manera respetuosa con
el medio ambiente, como base para favorecer una buena salud.
Poco
sabemos de la situación de la covid-19[1]
en algunas regiones del mundo, ¿cuál es el panorama general en Centroamérica?
Si bien
el SARS-CoV-2 (virus causante de la enfermedad covid-19) tomó por sorpresa al
planeta entero y los países denominados de primer mundo han sido fuertemente
afectados, en Centroamérica el impacto aún no alcanza su efecto más agudo. El
panorama podría ser devastador si consideramos que poco más de la mitad de sus
casi 50 millones de habitantes viven en condiciones de pobreza, inseguridad y
violencia, lo que ha provocado grandes oleadas migratorias en los últimos años.
La
pandemia llega en un contexto en que los sistemas sanitarios, históricamente
deficientes, podrían dificultar una respuesta efectiva ante la emergencia; la
situación política y económica también está determinando la pauta para instrumentar
estrategias sanitarias particulares en cada uno de los siete países que conforman
la región centroamericana (Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua,
Costa Rica y Panamá).
¿Cómo
se ha abordado el confinamiento en México respecto a los países
centroamericanos?
México ha
superado las 17 mil muertes, la cifra está muy por arriba de las registradas en
cada una de las naciones centroamericanas, cuya suma general es de 780 defunciones
aproximadamente, al 8 de junio. Aunque en nuestro país no se reporta un
descenso en las cifras de contagios y decesos, las medidas de desconfinamiento
se han iniciado con la reapertura gradual de las actividades laborales,
económicas y productivas. Así, México, Panamá, Costa Rica y Honduras avanzaron en
el proceso de desconfinamiento a partir del 1 de junio de 2020 con la intención
de reactivar la economía. En Belice se ha vivido una relativa normalidad por el
bajo registro de casos, aunque esa estabilidad no permite hablar del fin de la
“cuarentena”. Tampoco en El Salvador se vislumbra una fecha de apertura, pero esto
se debe a dificultades políticas por las diferencias parlamentarias y
gubernamentales. Guatemala y Nicaragua no han decretado medidas de
confinamiento en ningún momento.
¿Qué
sucede con la movilidad de personas entre los estados de la frontera sur de
México y los países colindantes?
En un
hecho histórico, el pasado 17 de marzo de 2020 Guatemala cerró oficialmente sus
fronteras con México, Honduras, El Salvador y Belice, como medida de seguridad
ante la contingencia internacional, lo cual ha dificultado el tránsito masivo
de migrantes que buscan llegar a los Estados Unidos. La oleada de migrantes que
desde 2018 arribaban a nuestro país mediante caravanas, evidentemente se ha
dejado de registrar, sin embargo, el flujo de personas que cruzan la frontera
no se ha detenido; la porosidad de la misma permite
que el cruce sea permanente y se recurra a rutas clandestinas. Asimismo, el
flujo de personas que a diario cruzan la frontera en viajes de ida y vuelta
para trabajar, también se ha visto truncado por los fuertes controles
fronterizos.
Belice
mantiene cerrada su frontera con México desde el 21 de marzo. El movimiento de
personas en la frontera está sujeto a inspección para nacionales, residentes y
diplomáticos; el ingreso terrestre de transporte de carga es permitido, previo
control sanitario de los transportistas.
¿Cómo
se ha manejado la situación en cada país?
El manejo
de la pandemia remite a una coyuntura política y económica específica en cada
país. Destaca el caso de Nicaragua, que promovió lo contrario a lo indicado por
la Organización Mundial de la Salud (OMS) para prevenir la diseminación masiva
y descontrolada del virus SARS-CoV-2. Mientras que a nivel internacional se
había activado la alarma de la pandemia, en Nicaragua se instaba a asistir a
eventos masivos gratuitos financiados por el gobierno, así como a paseos a los
balnearios y playas. Apenas el 21 de mayo se registraron 254 casos, aunque se
presume una intencionada negación de cifras reales. Por su parte, Panamá se ha
apoyado fuertemente en la inteligencia artificial sanitaria como una estrategia
para facilitar la atención y evitar la sobrecarga del sistema de salud. Se
pusieron a disposición de los ciudadanos algunos mecanismos para diagnosticar y
recomendar cuándo un paciente debe realizarse una prueba de covid-19. Además se han priorizado las pruebas diagnósticas y se tiene
la tasa más alta de pruebas realizadas per
cápita en Centroamérica.
Costa
Rica se diferencia del resto de los países de la región y parte de una base más
sólida, ya que cuenta con un sistema de salud universal que garantiza el acceso
gratuito de las pruebas. La estructura de sus instituciones de salud incluye
pequeñas bases ubicadas prácticamente en cada barrio —los Equipos Básicos de
Atención Integral (EBAIS)—,
lo que permite una identificación inmediata, monitoreo y mayores posibilidades
de aislamiento, y les ha significado una de las menores tasas de mortalidad. En
cambio, Honduras tiene uno de los sistemas de salud más débiles. A pesar de
esto, las autoridades han desarrollado estrategias a las que se atribuye el creciente aumento en la tasa de pacientes recuperados,
entre ellas el
conocido “método catracho”, que consiste en el suministro de medicamentos
protocolarios: colchicina, antiinflamatorios, tocilizumab,
ivermectina, anticoagulantes e hidroxicloroquina, la cual aún está en
fase de estudio por la OMS, pero además la administran desde el primer día, en
lugar del día 6 o 12.
En El Salvador se ha denunciado que las medidas
sanitarias contribuyen a la restricción y vulneración de los derechos humanos
de los grupos tradicionalmente excluidos del sistema político y económico; por
otra parte, es el segundo país con mayor número de pruebas diagnósticas. Belice
se ha enfocado en el monitoreo de casos y la firmeza de sus políticas
sanitarias iniciales, dado que no se ha presentado un crecimiento exponencial
de contagios; hasta el 8 de junio únicamente se habían identificado 18 casos, y
aunque continuamente se hacen pruebas a los pacientes sospechosos, la cifra se
mantiene.
Guatemala no ha decretado una cuarentena total y recién
se restringió la movilidad interdepartamental para reducir los contagios. A más
de dos meses del inicio de la pandemia se ha rediseñado el decreto
gubernamental “estado de calamidad”, debido a que la curva de contagios no se
ha aplanado. Se prevé un mes más de medidas sanitarias estrictas. La falta de
claridad y eficacia en sus acciones ha influido en la reciente creación de una
Comisión Nacional Contra el Coronavirus, para mejorar estrategias, realizar
estudios y predicciones del comportamiento de la enfermedad, construir índices,
y estudiar las formas de transmisión y contagio, evaluando y recomendando estrategias.
¿Cómo
se ha diferenciado el desarrollo de la enfermedad en zonas urbanas y rurales?
Entre las
principales dificultades que las zonas rurales enfrentan, podemos mencionar el
limitado acceso a los servicios de salud, la complicada disponibilidad de agua
para mantener una estricta higiene como medida preventiva, el desconocimiento
de la magnitud de la problemática y la falta de credibilidad de que la covid-19
es una realidad y nos puede afectar a todos. En las zonas rurales campesinas de
alguna manera tienen ciertas ventajas, como la parcial garantía alimentaria que
sirve de soporte para sobrellevar la exigida cuarentena. Por otra parte, en las
zonas urbanas la pandemia agudiza las violencias e inequidades intrafamiliares
de roles de género, la pérdida de empleos, asesinatos crecientes o problemas
psicoemocionales agudos. Vislumbrar un panorama favorable a corto plazo parecería
muy ambicioso, dadas las condiciones actuales y los grandes desafíos que se nos
presentan. Empero, es importante aprender a identificar, dentro de la crisis,
los elementos que nos fortalecen y generar estrategias para adaptarnos
positivamente en esta situación adversa. Con actitud resiliente estamos
convocados a aprender de lo que se hace en otras regiones y adaptarlo, en la
medida de lo posible, a nuestra nueva realidad.
¿Nos
puedes brindar una imagen general de esta pandemia en relación con otras del pasado?
Como
muchas otras enfermedades infecciosas que han aparecido a lo largo de la
historia, la covid-19 es una zoonosis, es decir, que se ha transmitido de
animales a los seres humanos. Las constantes que caracterizan a las pandemias
son el desconocimiento de su origen, la propuesta de hipótesis sin fundamentos
científicos, la desinformación y el miedo. Además, el desconocimiento del
agente infeccioso, la historia natural de la enfermedad y la impredecibilidad
de su evolución clínica desde ser asintomático a morir por esa causa, provoca fuertes temores e incluso conductas sociales
inaceptables, como la agresión al personal de salud, la negación de la
existencia del padecimiento y la falta de responsabilidad de algunos grupos al
inducir los contagios masivos o la destrucción de infraestructura en salud. La
covid-19 no discrimina por posición económica, aunque ha puesto al descubierto
las enormes desigualdades en el acceso a la atención médica y a la educación
para la salud, así como a recursos básicos para la prevención, como es el agua.
Las
cifras de mortalidad actuales no son comparables con pandemias más catastróficas,
como la peste negra o la llamada influenza española. Es claro que no tenemos
una cifra final de la pandemia vigente, por el contrario, las cifras se van
actualizando de manera continua, pero según los pronósticos estadísticos no
será escalable al nivel padecido a principios del siglo XIV: de los 80 millones
de europeos de la época solo sobrevivieron 30 millones, o los millones de
fallecimientos provocados por la influenza española, que entre 1918 y 1920
cobró la vida de más de 40 millones de personas en el mundo; hoy se sabe que la
causa fue la influenza virus A del subtipo H1N1. El sarampión está ligado a la
muerte de 200 millones de personas a escala internacional, según la OMS, antes
de que la vacuna se introdujera en 1963 y su aplicación se generalizara. El
sida, causado por el virus de inmunodeficiencia humana, ha provocado alrededor
de 35 millones de muertes; si bien hoy se conoce más sobre el agente infeccioso,
las formas de transmisión, signos y síntomas, pruebas diagnósticas y
tratamiento, no se ha logrado producir una vacuna preventiva.
Estos
datos nos ofrecen una perspectiva de la magnitud del nuevo coronavirus, que ha
puesto en jaque al mundo entero. Al 8 de junio se han registrado unos 6,287,770
casos y alrededor de 379,940 defunciones en el mundo,
lamentablemente.
Es un virus altamente contagioso que ha llegado para quedarse, nos mantendrá
atentos y ocupados por lo menos dos años más hasta que una vacuna sea creada,
probada y regulada. Confiamos que gracias a los
avances médicos y tecnológicos respecto a anteriores pandemias, los decesos y
afectaciones a la salud humana sean de menor grado ante la amenaza de la
covid-19.
Laura
López Argoytia es coordinadora de Fomento Editorial de ECOSUR
(llopez@ecosur.mx).
Ecofonteras, 2020, vol. 24, núm.
69, pp. 32-35, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista
digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar
reproducciones a llopez@ecosur.mx
[1] Optamos por el uso de minúsculas en covid-19, como sustantivo lexicalizado o palabra común por su uso. Dado que el nombre se integra con la sigla inglesa de coronavirus disease (enfermedad del coronavirus), es más recomendable acompañarlo por el artículo “la”.