Malnutrición y covid-19
Itandehui Castro Quezada, Elena Flores Guillén y Héctor Ochoa Díaz-López
2020
es el año que nos ha mostrado cómo la alimentación, entre otras cuestiones
básicas, puede marcar una diferencia radical. Nuestra comida diaria es fuente
de energía y de recursos para el sistema inmune, y hay tanto riesgo para la
salud con la obesidad como con la desnutrición y la falta de micronutrientes;
si en la dieta incluimos productos naturales nutritivos y variados, podemos
reducir la vulnerabilidad ante el coronavirus y otros males.
Como probablemente sabemos,
la creciente pandemia por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), que ocasiona la enfermedad covid-19,[1] ha
generado una necesidad urgente de identificar factores de riesgo y posibles
intervenciones terapéuticas que ayuden a los individuos y al sistema de salud a
mitigar sus efectos. La infección afecta principalmente el tracto respiratorio
y puede ocasionar problemas graves (por
ejemplo, neumonía severa)
e incluso mortales (como
el síndrome de dificultad respiratoria aguda).
Se
ha observado que algunos grupos de la población tienen un mayor riesgo, entre
ellos los adultos mayores, pacientes con presión alta y otros padecimientos
cardiovasculares, diabetes, obesidad, cáncer
y afecciones respiratorias crónicas —como el asma y la enfermedad
pulmonar obstructiva crónica—, entre otras comorbilidades.[2] No obstante, el estado nutricional
y la dieta son determinantes de la salud y en el caso de la covid-19, podrían desempeñar un
papel trascendental en la prevención y el desarrollo de complicaciones.
¿Por
qué la obesidad y el sobrepeso aumentan el riesgo de complicaciones?
En las últimas décadas, se han producido diversos
cambios en los patrones de alimentación de las familias mexicanas: poco a poco
se ha ido abandonando la dieta tradicional (basada en el consumo de maíz y sus
derivados, junto con frutas,
verduras y leguminosas) y se ha incrementado la ingesta de alimentos con mayor
contenido de calorías, grasas y azúcares.
Aunado a ello, las
transformaciones socioculturales asociadas con un modelo económico
globalizado, han modificado las ocupaciones y los hábitos de actividad física; las personas en general nos hemos vuelto más
sedentarias y destinamos más tiempo a la televisión y pantallas de dispositivos. Todos estos cambios
producen desajustes que llevan a la malnutrición y sus efectos perjudiciales. El
término malnutrición incluye tanto la
desnutrición y los desequilibrios de vitaminas o minerales, como el sobrepeso y
la obesidad.
De acuerdo con los últimos datos de la Encuesta
Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2018,
en México,
el 75% de los adultos mayores de 20 años tiene sobrepeso u obesidad. En algunos
estados del sureste del país,
como Campeche, Tabasco y Yucatán,
la prevalencia es aún mayor (alrededor del 80%),
lo cual resulta preocupante pues algunas investigaciones han
mostrado que la obesidad es una comorbilidad asociada a complicaciones de covid-19.
En China se evidenció
que quienes padecían la enfermedad del coronavirus junto con sobrepeso
u obesidad corrían
mayor riesgo de presentar neumonía severa, y esto afectaba principalmente a los
varones. En Estados Unidos también se ha demostrado que la obesidad mórbida es
el segundo factor más importante para predecir la hospitalización, después de
la edad avanzada, más aún
si se presentan ambos factores. Otros
investigadores en Francia encontraron que los
pacientes con obesidad eran más susceptibles de necesitar ventilación
mecánica.
Estas complicaciones pueden explicarse por
distintas causas. La obesidad afecta la activación del sistema de defensa del
organismo, mientras que
la grasa almacenada, especialmente la abdominal, libera compuestos que provocan
inflamación crónica en todo el cuerpo. Además, la acumulación de grasa modifica
la función respiratoria: la expansión de los pulmones se reduce, se altera el
intercambio de gases (falta de oxígeno y exceso de dióxido de carbono) y a
menudo se presenta insuficiencia respiratoria y apnea del sueño.
Adicionalmente, la obesidad aumenta el riesgo de
enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus
tipo 2 y padecimientos
renales, comorbilidades que generan una mayor vulnerabilidad ante la
neumonía por covid-19.
Desnutrición
e infecciones
Por otra parte, la desnutrición ocasionada por el
consumo insuficiente de energía (calorías) y proteínas, también podría
asociarse a un mayor riesgo de infección por el
nuevo coronavirus. A nivel nacional, la prevalencia de desnutrición en
niños menores de 5 años se ha reducido en las últimas décadas, no obstante, en
el sur del país aún persisten altas tasas de retraso en el crecimiento en
población infantil (13.4%). El problema afecta más a la población vulnerable del sureste,
particularmente a quienes
residen en comunidades indígenas y áreas rurales.
Las
personas adultas mayores de México también
pueden padecerla. Las tasas de desnutrición ascienden conforme se incrementa
la edad hasta un 7% en mayores de 80 años;
la cifra es mayor en áreas rurales y urbanas marginadas. Debido a que la edad
avanzada ya es un factor de riesgo para complicaciones por covid-19, la
desnutrición es un elemento
añadido capaz
de aumentar la severidad de la
infección.
Entonces, una
persona con desnutrición disminuye
la producción de células del sistema de defensa del cuerpo, lo que implica
mayor desprotección
ante los virus. Una vez que la infección está presente, ocasiona pérdida de
apetito, disminuye la ingesta de alimentos, hay una menor movilidad y cambios
fisiológicos,
como la pérdida de masa muscular; se genera
un ciclo desnutrición-infección y se agravan
los pronósticos de la enfermedad. Por ello,
es necesario identificar la
presencia de desnutrición en todos los pacientes, especialmente en grupos de
riesgo, como adultos mayores y personas que sufren de enfermedades crónicas y
agudas.
Utilidad
de las vitaminas y minerales
La carencia de vitaminas y minerales es otro
problema nutricional que debemos tomar en cuenta, pues son sustancias que desempeñan un papel muy importante
en la respuesta de nuestro cuerpo para prevenir infecciones. En México,
de acuerdo con los datos de ENSANUT, se ha encontrado que el consumo de
vitaminas (especialmente A, D y E) y algunos minerales (calcio y hierro en
mujeres,
zinc en hombres) es más bajo en personas con menor nivel socioeconómico, en quienes viven en áreas rurales y en
residentes del sur de México, debido
a carencias en el acceso y disponibilidad de alimentos sanos y a los altos niveles de marginación.
¿Cómo ayudan estos
micronutrientes? La
vitamina D es útil
en la protección de los pulmones contra infecciones; se encuentra en el salmón, atún, sardina o aceite de
hígado de bacalao, entre otros peces,
y puede ser sintetizada en nuestro cuerpo mediante la exposición a la luz solar.
Diversos estudios han mostrado que las personas con deficiencia de vitamina D
están más predispuestas
a infecciones respiratorias por virus como el de la influenza. Cabe destacar
que aún existe controversia sobre la
suplementación o fortificación de alimentos con tal vitamina, ya que en exceso
puede causar efectos adversos; se
recomienda que se obtenga a través de la dieta y luz solar (5 a 10 minutos de
exposición en brazos y piernas, o
manos, brazos y cara, 2 o 3 veces por semana).
La vitamina A, presente en el hígado, paté,
zanahorias, espinacas, mantequilla y otros
alimentos, estimula la proliferación de células del sistema
inmunológico innato. La vitamina C (guayaba, naranja, pimientos, brócoli) y la vitamina E (frutos secos y aceites), que actúan como antioxidantes, nos
ayudan a disminuir la duración y severidad de infecciones del tracto
respiratorio. Algunos minerales,
como el selenio (hígado, yema de huevo, nueces, cacahuates) y el zinc
(ostiones, hígado, semillas de calabaza, ajonjolí) mejoran nuestra respuesta
ante los virus, impidiendo que se multipliquen dentro de las células, y son importantes para el
mantenimiento y desarrollo de las células inmunitarias.
Por tanto, para tener un buen funcionamiento del
sistema inmune,
protegernos frente a los virus —como el que ocasiona la enfermedad covid-19— y
evitar complicaciones, es fundamental mantener un peso conveniente, realizar actividad física,
lograr una adecuada exposición solar y mejorar nuestra alimentación, eligiendo productos naturales (no procesados) y con
suficiente variedad de acuerdo a la temporada.
Itandehui Castro Quezada es posdoctorante en el Departamento de Salud, ECOSUR San
Cristóbal (itandehuicastro@gmail.com), Elena Flores Guillén es
académica de la Facultad de Ciencias de la Nutrición y
Alimentos, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (elena.flores@unicach.mx)
y
Héctor Ochoa Díaz-López es investigador del Departamento de Salud, ECOSUR San
Cristóbal (hochoa@ecosur.mx).
Ecofronteras, 2020, vol. 24, núm. 69,
pp. 22-24, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista
digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar
reproducciones a llopez@ecosur.mx
[1]
Optamos por el uso de minúsculas en covid-19, como sustantivo lexicalizado o
palabra común por su uso.