Microbios acuáticos: diminutos protagonistas de
historias gigantes
Alejandra
Sepúlveda Lozada y María Mercedes Castillo Uzcanga
Hicieron la vida posible hace millones
de años y siguen siendo indispensables, ya sea que nos enfoquemos en su relación
con el oxígeno, el carbono o el nitrógeno, o bien, en su papel en las redes
tróficas y en que procesan casi cualquier tipo de materia orgánica en este
enorme territorio de transformaciones que es nuestro mundo. Las bacterias y las
arqueas son aún materia de estudio, pero lo que ya sabemos es asombroso.
Microorganismos y el
origen de la vida
Supongamos
estar en un auditorio para presenciar una representación acerca del origen de
la vida. En medio de un silencio y oscuridad expectantes, se abre el telón para
mostrar al planeta Tierra hace unos 4 mil millones de años.
Entonces,
la atmósfera presentaba altas concentraciones de metano, vapor de agua,
amoniaco y un poco de hidrógeno. El oxígeno no abundaba, de modo que no había
vida posible en aquel orbe convulsionado. Los mares primitivos o “caldos
nutritivos” empezaron a formarse mediante la condensación paulatina del vapor y
la formación de agua líquida, mientras que varios kilómetros abajo había un
territorio de hierro y azufre caliente, con alta presión.
Estas
fueron las condiciones precursoras de la vida en nuestro planeta. En el agua
líquida se desarrollaron reacciones bioquímicas que dieron lugar a las primeras
moléculas orgánicas, a partir de las cuales surgieron los antecesores directos
de las células vivas. ¿Y cuáles fueron las primeras células? Las arqueas y las
bacterias: organismos procariontes que aparecieron hace unos 3,400 millones de
años. La palabra procarionte proviene
de las raíces griegas pro, antes, y karyo, núcleo; se refiere a organismos
cuyas células no tienen núcleo.
Ya
hacia finales del siglo XVII se habían observado las bacterias, y en el siglo
XIX se descubrió que carecen de núcleo y de otros compartimentos internos con
membrana, rasgo que comparten con las arqueas. Estas últimas fueron
clasificadas durante
mucho tiempo como bacterias, con el nombre de arqueobacterias;
no fue sino hasta 1977 que se asignaron a otro grupo, debido a que su material
genético es muy alejado del bacteriano y también es muy distinta la composición
química de sus paredes celulares. Aunque se les encuentra en varios hábitats,
son más conocidas por su resistencia en ambientes extremos, como aguas termales
o lagos salados.
Volvamos
al escenario terrestre de hace millones de años, cuando las arqueas y algunas
bacterias se mantuvieron adaptadas a un medio carente de oxígeno, y obtenían su
energía de compuestos químicos a partir de la quimiosíntesis. También había
bacterias que fueron adquiriendo la capacidad para emplear la luz solar como
fuente de energía y comenzaron a producir oxígeno como un material de desecho a
través de la fotosíntesis (proceso no exclusivo de las plantas). De tal modo,
esos seres minúsculos y antiquísimos resultaron fundamentales en el gran cambio
en la Tierra, mediante el incremento de los niveles de oxígeno en la atmósfera.
No está por demás recordar que sin el oxígeno, no habría vida como la
conocemos.
Es
muy claro que los procesos evolutivos necesitan tiempo. Así, desde su origen en este planeta, las bacterias y las
arquea fueron sus únicos habitantes por cerca de 2 mil millones de años, han
colonizado rincón por rincón, perfeccionando sus estrategias metabólicas y
siendo testigos de la aparición de los eucariontes (organismos cuyas células
tienen núcleo, del griego eu, verdadero, y karyo, núcleo), que incluyen a otros microbios —protozoarios y hongos microscópicos—,
además de plantas y animales.
Es
innegable que la aparición de diversas formas de existencia, así como la
integración de los ecosistemas y su transformación, han estado ligados a la
presencia de los microorganismos desde siempre. ¡Qué sería de los ecosistemas
sin estos pequeños gigantes y sus funciones!
Redes vitales
Los
microorganismos procariontes (bacterias y arqueas), esos inconspicuos habitantes del planeta, han ocupado casi todos los
nichos tanto en el mar como en los continentes, y su importancia es de
dimensiones monumentales pese a su diminuto tamaño.
Se
les encuentra suspendidos en el agua como parte del plancton, o bien, en el
lecho de los arroyos o en los sedimentos de ambientes marinos y dulceacuícolas.
Pueden habitar a miles de metros sobre el nivel del mar en lagos alpinos, pero
también en los mares más profundos donde resisten una presión hidrostática
extraordinaria (presión de los fluidos). Los hay en ambientes hipersalinos,
además de los que están adaptados a muy altas temperaturas (termofílicos), por
ejemplo, en algún géiser o en la ventilas hidrotermales de las profundidades
marinas (fisuras del fondo marino que expulsan agua calentada geotérmicamente),
donde el azufre suele ser su fuente de energía. Otros se encuentran en
condiciones aún más difíciles de imaginar, tal cual sucede en los líquidos de
descarga de los reactores nucleares.
A
pesar de su importancia, la ciencia no siempre ha puesto su mirada en algunas
particularidades vitales de los microorganismos; los estudios relacionados con
ellos como parte de los ciclos de nutrientes y en las redes tróficas o
interacciones alimenticias es relativamente reciente. Pasaron casi tres siglos
desde que las bacterias fueron observadas por vez primera en 1676 por el
cazador de microbios Anthonie van Leeuwenhoek, hasta la década de 1970, cuando
diversas investigaciones comenzaron a revelar el sustantivo papel de las
bacterias y los protozoarios (organismos unicelulares) en las redes tróficas
oceánicas. El trabajo de Lawrence R. Pomeroy titulado The Ocean’s Food Web, A Changing Paradigm fue un parteaguas al
recalcar, por primera vez, la importancia de estos diminutos actores en tales
redes. La ruta en la que participan se conoce como el “loop microbiano”, concepto formalizado por Farook Azam y
colaboradores en 1983.
Convencionalmente,
las interacciones alimenticias en los mares incluían al fitoplancton como
primer eslabón trófico (que depende de la luz solar y del dióxido de carbono o
bicarbonato para efectuar la fotosíntesis, así como de nutrientes disponibles
en el agua), seguido del zooplancton, pequeños peces y depredadores tope. En
cambio, en la ruta del loop
microbiano, algunas bacterias aprovechan la materia orgánica producida por el
fitoplancton, además de residuos animales,
y los transforman en compuestos susceptibles de ser reutilizados por el
fitoplancton. Las bacterias pueden ser, entonces, consumidas por protozoarios
flagelados diminutos, que a su vez constituyen la dieta de protozoarios
ciliados un poco más grandes (zooplancton chico). Estos protozoarios son una
fuente de alimento para organismos mayores del zooplancton (como los copépodos,
cladóceros, anfípodos y otros crustáceos diminutos), que a su vez son
consumidos por diversos invertebrados y peces pequeños, seguidos por criaturas
de niveles tróficos superiores, como peces carnívoros (figura 1).
Ciclos de nutrientes
En
cualquier ecosistema podemos apreciar ciclos de nutrientes que le brindan salud
y estabilidad, como el del carbono, nitrógeno y fósforo. Los ciclos implican el
continuo intercambio de nutrientes entre el ambiente y los seres vivos; por
ejemplo, las plantas absorben elementos útiles del suelo, que luego pasan a los
animales que consumen los vegetales; esos elementos útiles vuelven a la tierra
mediante los excrementos o con la descomposición de fauna y flora tras su
muerte, gracias a la acción de hongos, artrópodos o bacterias, entre otros
organismos.
Las
interacciones alimenticias van de la mano de los ciclos de nutrientes, y los
microbios desempeñan funciones importantes. Como muestra, las bacterias no
fotosintéticas intervienen en la liberación y reciclaje de sustancias
esenciales mediante el proceso conocido como mineralización, el cual se lleva a
cabo durante la descomposición de la materia orgánica. En el proceso, los nutrientes
en forma de compuestos orgánicos son convertidos a sus formas inorgánicas, que
pueden ser reutilizadas por organismos fotosintéticos, como plantas y algas.
Cuando
se encuentran activas, las bacterias presentan un enorme potencial metabólico
para obtener energía y los componentes necesarios para su subsistencia. Además
presentan una elevada tasa de reproducción y biomasa (masa total de material
vivo) en ambientes favorables que contribuyen a su importante función en las
transformaciones químicas y flujo de nutrientes en los ecosistemas acuáticos.
Para tener una idea de su importancia, Lawrence Pomeroy y otros académicos, en
su artículo Microbial Loop, indican
que si juntamos el peso de todas las bacterias y arqueas del océano, se
integrará una cantidad mucho mayor que el peso combinado del zooplancton y
peces.
Las
bacterias participan de forma destacada en el reciclaje del carbono, dado que
varias especies son fotosintéticas: consumen dióxido de carbono y expulsan
oxígeno. Hay otras que procesan casi cualquier tipo de materia orgánica, por lo
que junto con los hongos, son fundamentales en la descomposición de hojarasca,
material orgánico que existe en grandes cantidades en una amplia gama de
ecosistemas acuáticos, entre ellos, arroyos, lagos, áreas inundables, pantanos,
lagunas costeras, manglares o marismas.
La
descomposición de hojarasca es uno de los procesos clave en el funcionamiento
de los ecosistemas. Al entrar al medio acuático, las hojas son rápidamente
colonizadas por hongos y bacterias, que tienen la capacidad de aprovechar y
transformar los compuestos de las células vegetales e ir ablandando y
acondicionando las hojas para que los organismos trituradores, como insectos
acuáticos y crustáceos, logren consumirlas y contribuir a su fragmentación. El
resultado de esta actividad, aparte de la liberación de CO2 a la
atmósfera, es la liberación de elementos minerales en formas que pueden ser
usadas por los productores primarios (algas y plantas) y por las mismas
bacterias nuevamente.
Además, la materia orgánica procesada y
enriquecida por la actividad microbiana es consumida por diversos organismos
que se alimentan del detritus: material con un alto contenido energético,
generado a partir de la descomposición de materia orgánica de origen vegetal y
animal. Cabe mencionar que varias pesquerías de importancia comercial, como la
del camarón rosado en la costa del Golfo de México, dependen en gran medida del
detritus.
Los
microorganismos también son clave en el ciclo del nitrógeno, donde las
diferentes transformaciones de este elemento son mediadas por bacterias, las
cuales toman el nitrógeno del aire y lo convierten en nitratos, amonio y otros compuestos
asimilables que son aprovechados por algas y plantas, incorporando así el
nitrógeno en ecosistemas acuáticos y terrestres. De igual modo, el proceso se
realiza a la inversa y formas sobrantes de nitrógeno, como los nitratos, pueden
reintegrarse a la atmósfera por bacterias desnitrificantes, luego de reducir y
metabolizar estos compuestos a gas nitrógeno.
Asimismo,
las bacterias intervienen en la mineralización del fósforo, pues procesan
moléculas orgánicas y lo liberan en forma de fosfato que otros organismos
asimilan.
Por
otra parte, las arqueas extraen energía de compuestos químicos reducidos en el
agua, como metano, ácido sulfhídrico o amonio, rememorando a un mundo
primitivo, pero muy actual. Realizan una acción vital al mitigar su impacto por
tratarse de gases tóxicos (ácido sulfhídrico) y de efecto invernadero (metano),
así como compuestos nitrogenados que contribuyen a la eutrofización de los
ecosistemas acuáticos (amonio).
Los
avances y aportaciones para sumergirse en el conocimiento de estos
colonizadores del planeta, transformadores incansables, sobrevivientes del
tiempo y pioneros para el establecimiento de nueva vida, han sido enormes. No
obstante, falta mucho por hacer para obtener una visión más integral de su
función desde micro a macroescalas y cómo los cambios en el ambiente afectan su
función en los ecosistemas acuáticos, con efectos cascada. Es incuestionable la
trascendencia de los ecosistemas acuáticos en la vida humana, así como los
gigantescos aportes de los microorganismos en el funcionamiento de los mismos,
por lo que se deben revisar los impactos de las actividades antropogénicas y
actuar en consecuencia.
Figura
1. Simplificación de interacciones alimenticias marinas y el loop microbiano. Elaboración propia con
imágenes individuales de C. Collier, J. Thomas, C. Chenery, D. Kleine, T.
Saxby, K. Kraeer y L. van Essen-Fishman, Integration and Application Network,
University of Maryland Center for Environmental Science
(ian.umces.edu/imagelibrary/). CO2, dióxido de carbono; HCO3-,
bicarbonato; N, nitrógeno; P, fósforo.
Alejandra Sepúlveda Lozada es doctora en Recursos Naturales (aleja.sepulveda@gmail.com). María Mercedes Castillo Uzcanga es investigadora del Departamento de
Ciencias de la Sustentabilidad en ECOSUR Villahermosa (mmcastillo@ecosur.mx).
Ecofronteras,
2020, vol. 24, núm. 69, pp. 2-5, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas);
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