¿Qué es la biotecnología?
Blanca Estela Barrera-Figueroa y Julián Mario Peña-Castro
Desde
los orígenes de la fabricación de cerveza con procesos de fermentación, hace 5
mil años, hasta las modernas técnicas de edición genética, la biotecnología ha
estado presente en la historia de la humanidad, tanto en elementos de la vida
cotidiana como en innovadoras fórmulas de alto impacto social, con
repercusiones evidentes en temas de salud. Como es de esperarse, la ética es la
mejor herramienta para regulaciones y consensos.
El piquete milagroso
En la historia de la humanidad hay múltiples narraciones sobre
profetas, seres míticos y personajes literarios que poseen un toque mágico o
místico que cura enfermedades. En nuestro entorno cotidiano, estos seres
existen, aunque no cuentan con cualidades sobrenaturales y su toque es más bien
un piquete.
El individuo con el piquete "milagroso" más citado es Jonas
Salk, un médico neoyorkino que decidió enfrentar, mediante conocimiento
científico, una enfermedad terrible de su tiempo: la poliomielitis. Después de
muchas investigaciones, no pudo encontrar una cura, pero sí una forma de
prevenir que las personas sanas no fueran susceptibles a la polio, que no
presentaran malformaciones permanentes en las extremidades ni sufrieran sus
efectos paralizantes que pueden, incluso, ocasionar la muerte.
El doctor Salk integró un equipo multidisciplinario de médicos e
investigadores biológicos, y movilizó a la sociedad norteamericana para
recolectar fondos y buscar una vacuna.
Descubrieron que si se colectaba al virus que causa el padecimiento,
se le hacía replicarse en el laboratorio en cultivos aislados de células de
riñón de mono, y se inactivaba con un tratamiento químico, se podía producir
una vacuna. Al inyectarse en tres dosis, la población infantil adquirió inmunidad
a la poliomielitis y a sus graves consecuencias. Cabe mencionar que Jonas Salk
no patentó su invención, la mantuvo de uso público para permitir su
licenciamiento y rápida distribución por el globo. En 1955, la vacuna se empezó
a aplicar masivamente, y gracias a ello y a los subsecuentes avances de
investigación inmunológica, la poliomielitis es una enfermedad prácticamente
erradicada en el siglo XXI.
Esta historia constituye un buen ejemplo de lo que es la biotecnología: el uso de seres vivos o
de sus moléculas para obtener productos o servicios útiles a la sociedad. Se
trata de una ciencia milenaria, aunque su denominación actual es relativamente
reciente. Durante mucho tiempo se le llamó selección artificial, ingeniería
biológica, bioquímica industrial o microbiología aplicada, pero dichos
conceptos resultan muy estrechos.
La clasificación clásica del conocimiento en medicina, biología,
química o física, es un método artificial para ordenar lo que sabemos e
intentar especializarnos en alguna área; no obstante, la naturaleza en realidad
no tiene áreas y todos sus procesos se entienden de manera multidisciplinaria.
Esto es clave en la biotecnología, porque agrupa los esfuerzos de personas con
distintas formaciones académicas para entender la aplicación de los seres vivos
en el desarrollo de tecnologías. En tal sentido, la investigación del doctor
Salk requirió personas ligadas a la medicina, epidemiología, virología,
biología celular, química de proteínas, epidemiología y estadística de
poblaciones. Todos los esfuerzos se dirigieron a utilizar seres vivos para
desarrollar una aplicación útil a la sociedad: la vacuna contra la
poliomielitis.
Con el paso del tiempo, disciplinas clásicas, como la agronomía, la
medicina, la ciencia de los alimentos y la química, han incorporado a sus
esquemas la definición de biotecnología, formando una red de conocimiento más
integral para entender el funcionamiento de la naturaleza e incidir en ella buscando
un beneficio común.
De maestros cerveceros a secuenciadores de ADN
En retrospectiva, hay certeza documental de que la biotecnología ha
estado presente en la humanidad desde las primeras civilizaciones y tal vez
antes. La cerveza es uno de los productos biotecnológicos clásicos de la
antigüedad; hace más de 50 siglos, su fabricación estaba perfectamente
sistematizada y se contaba con insumos estandarizados en China. Aunque aquellos
maestros cerveceros no sabían que el microorganismo Saccharomyces cerevisiae era el responsable de transformar los
azúcares de las plantas en alcohol a través de una ruta bioquímica llamada
fermentación, fue obvio para ellos que en sus vasijas había un proceso de
transformación que generaba un producto nuevo.
Si bien nos pueda resultar difícil encontrar una arista social a la
fabricación de cerveza, vino y otras bebidas alcohólicas, la fermentación
aumenta la vida útil de los jugos y extractos de plantas, asegurando reservas
energéticas durante más tiempo. En el mismo sentido de asegurar recursos,
existen otros desarrollos biotecnológicos igual de antiguos que llegan hasta
nuestros días. Algunos ejemplos y sus fundamentos biotecnológicos son la
producción de quesos (precipitación de proteínas para alargar su vida útil),
yogurt (fermentación y acidificación de la leche para su conservación) y
pigmentos (extracción de metabolitos como colorantes y conservadores). También
destacan la domesticación de plantas y animales (selección de mutaciones para
aumentar la productividad), uso de plantas medicinales (extracción de
compuestos químicos con actividad farmacológica) o la vestimenta (manipulación
de fibras vegetales o matrices extracelulares para la protección corporal).
Todos estos usos clásicos de los seres vivos son la base fundacional
que impulsó a investigar cómo mejorar los procesos y profundizar en las causas de
las transformaciones de las materias primas. En el siglo XIX, tal esfuerzo
involucró a varios de los científicos más famosos de la humanidad, como Louis
Pasteur (microbiólogo), Gregor Mendel (botánico) y Charles Darwin (naturalista),
quienes nos sumergieron en el conocimiento de los microbios, la genética y la
evolución. Sus investigaciones tuvieron un fondo práctico: optimizar la
producción del vino, conservar características deseables de los cultivos y explicar el proceso de domesticación de plantas y
animales; por lo tanto, sin que así se nombraran, eran biotecnólogos.
Ya en el siglo XX, mientras buscaba en la arquitectura de las
moléculas la explicación de su función natural, la doctora Rosalind Franklin
pudo fotografiar el patrón de difracción de rayos X del ADN y descifrar su
famosa estructura de doble hélice. James Watson y Francis Crick, con base en el
conocimiento previo, propusieron el mecanismo que explica cómo toda la
información de construcción y funcionamiento de los seres vivos es almacenada, leída y ejecutada. De
esta manera, nació una nueva ciencia: la biología molecular.
La era molecular
Al saber que el ADN es la molécula que se había estado seleccionando y
optimizando a través de los siglos por los primeros agricultores, maestros
cerveceros, ganaderos y demás biotecnólogos originales, se abrieron las puertas
a la era molecular de la biotecnología. Los
institutos de investigación de varias partes del mundo comenzaron a estudiar
moléculas de ADN de forma masiva, y se desarrollaron métodos para leerlas
eficientemente (secuenciación), almacenarlas (clonación molecular), copiarlas
(reacción en cadena de la polimerasa), observarlas (electroforesis),
modificarlas (mutagénesis) y finalmente, intercambiarlas (transformación
genética).
Así, la biología molecular se ha combinado con la biotecnología en la
búsqueda de los organismos más útiles para satisfacer necesidades de alimentación,
salud y vestido. Ya no tenemos que rastrear durante largos periodos al mejor
organismo en la naturaleza, sino que podemos conocer dónde está almacenada esa
información y acelerar su disponibilidad. La nueva biotecnología molecular ha
cumplido muchas de sus promesas originales, como que gracias a la lectura de su
información genética, los virus causantes de epidemias (ébola o influenza, por
ejemplo) son rápidamente detectados, analizados y contenidos, o bien, que de forma
rutinaria se estudia la secuencia de ADN de los humanos para diagnosticar
enfermedades, diseñar terapias o incluso resolver crímenes. (1)
En el campo de la agricultura, al asociar lecturas de ADN con
características deseables de las plantas, y a través de métodos clásicos como
cruzas y retrocruzas, se puede seguir de forma fina su transferencia natural a
través de las generaciones y su asociación con el aumento de la productividad. Muestras
de esto son el arroz SUB1 que es tolerante a la inundación y se cultiva por
miles de agricultores en Bangladesh, o el maíz BH661 que resiste los fuertes
periodos de sequía en Etiopía. Dado que la transferencia de información
genética se realiza forma natural, como se ha hecho por milenios, no está
sujeta a ninguna regulación ambiental. Por otra parte, solo funciona en la
misma especie o entre especies que aún conservan compatibilidad sexual.
Existen varias biotecnologías de transferencia de la información
genética que rebasan la barrera de la compatibilidad sexual; en conjunto se
denominan transgénesis y a sus
productos se les llama organismos
genéticamente modificados (OGM) o transgénicos.
Gracias a la transgénesis, las bacterias producen proteínas humanas, como
la insulina o los inhibidores TNF que aumentan la calidad de vida de los
pacientes diabéticos o con artritis.
Además de bacterias, existen células animales, levaduras y hongos
transgénicos que generan proteínas usadas en detergentes, medicamentos y
procesos industriales desde hace tres décadas.
Recientemente, las capacidades de lectura de la información genética y
por lo tanto, de la búsqueda y moldeado de nuevas cualidades en los seres vivos
que nos proveen de materias primas, han llegado a niveles sorprendentes. Por
ejemplo, la edición genética de alta precisión, conocida como CRISPR-Cas9,
permite hacer cambios muy finos en las secuencias de ADN sin dejar cicatrices
transgénicas, con enorme potencial para aumentar nuestras capacidades
biotecnológicas. Se pueden remover mutaciones causantes de enfermedades mortales
—como fibrosis cística—, evolucionar glóbulos blancos preparados para reconocer
virus, propagar mosquitos resistentes a la malaria o al dengue u obtener
plantas resistentes a la sequía.
La ética de la biotecnología
A las plantas transgénicas se les ha considerado
"artificiales" por varios sectores de la sociedad; no obstante,
existen desde hace miles de años sin la intervención humana. Entre los
múltiples organismos vegetales que son naturalmente transgénicos y poseen genes
microbianos en sus genomas, encontramos variedades de plátano, camote,
camelias, tabaco y ñame. El problema real de los eventos de transgénesis no es
la metodología, sino la característica específica que se transfiere; la más
polémica es la tolerancia a herbicidas en plantas, principalmente el maíz, pues
el paquete tecnológico que se comercializa incluye obligatoriamente el uso
simultáneo del herbicida.
Además de este tema, se han expresado preocupaciones sobre las
consecuencias del poder de alterar la naturaleza con nuevas tecnologías. Al
respecto, la ética es la mejor herramienta, ya que no hay tecnología humana
inocua, hasta la electricidad se ha utilizado para iluminación común o para elaborar
armas de electrocución. La biotecnología, desde la clásica hasta la moderna, se
podría usar para crear virus superinfecciosos o para desarrollar una vacuna muy
eficaz. La sociedad debe confiar en que la generalidad de la comunidad
biotecnológica mundial gira alrededor de principios fundamentales de precaución
y de bioseguridad, y se cultiva una solidez ética y profesional sustentada en
leyes y consensos.
Adicionalmente, hay que considerar que la capacidad de modificar la
naturaleza ha acompañado siempre a la humanidad. Todas las plantas, animales y
microorganismos cuyos derivados empleamos a diario, fueron seleccionados por
los primeros biotecnólogos desde hace decenas de siglos. Nos proveen protección
(pinos), alimento (vacas, maíz), salud (plantas medicinales y proteínas
recombinantes), entre otros beneficios. Sin duda, la biotecnología es una vieja
compañera.
Blanca
Estela Barrera-Figueroa (bbarrera@unpa.edu.mx) y Julián Mario Peña-Castro (julianpc@unpa.edu.mx) son profesores-investigadores del Instituto de
Biotecnología de la Universidad del Papaloapan, Laboratorio de Biotecnología
Vegetal, campus Tuxtepec, Oaxaca.
(1) Ver “Herramientas genéticas para proteger a la
naturaleza”, Ecofronteras 66, http://revistas.ecosur.mx/ecofronteras/index.php/eco/article/view/1862
Ecofronteras, 2019, vol. 23, núm. 67, pp. 2-5, ISSN 2007-4549
(revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no
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