De vuelos y otras realidades
Esthefania Mungu’a S‡nchez
Un viaje de ida y vuelta, aunque
nunca se vuelve al punto de partida. Una bœsqueda, una transformaci—n que
demuestra que para la vida no hay escape y todos los caminos llevan a casa.
Piso gris, cielo de infinito azul. Fr’o. Las calles me resultaban
familiares, pero ciertamente no las reconoc’a. Era inœtil buscar ayuda, pues
las puertas de las casas estaban todas cerradas; sin ruidos, sin rastro de
persona alguna. Excepto, claro, mi minœscula presencia.
Mis pies descalzos y sucios apenas sosten’an mi cuerpo tembloroso,
fatigado. El fuego de mi garganta se agudizo y volv’ la mirada en todas
direcciones para asegurarme de que nadie me segu’a, al menos por ese instante.
TratŽ de reponer mi respiraci—n; con las manos en las rodillas comencŽ a
inhalar y exhalar, pausada y profundamente, pero no hubo mucho tiempo para el
descanso.
EscuchŽ pasos a la distancia y supe que ten’a que continuar. AvancŽ muy
deprisa, tanto como me lo permit’a el cansancio. Mis piernas corrieron solo por
instinto. Izquierda, derecha, calles sin rumbo. Solo hab’a que avanzar sin
siquiera pensar ad—nde, hasta que lleg— el momento de rendirme. Seguir huyendo
ya no era opci—n. Todas las calles parec’an iguales. Estaba perdida y extenuada
y no pod’a seguir. ÀY si brincaba un poco, podr’a alcanzar la altura suficiente para ver por encima de
las casas? Corr’ para impulsarme y saltŽ con la fuerza que me quedaba. El
viento arriba era fuerte y me mec’a a su antojo...
El asombro de mi haza–a me
hizo olvidar mi realidad por unos segundos, y cuando mirŽ hacia abajo, vi a
alguien muy cerca del sitio que yo acababa de dejar.
Volvi— la asfixia, la
agon’a. Supe que no se detendr’a hasta alcanzarme.
Poco a poco
fui descendiendo. Cuando toquŽ el suelo me sent’a mareada y aun as’ volv’ a
correr para impulsarme de nuevo. SaltŽ mucho m‡s alto que la primera vez y todo
abajo parec’a tan lejano. El viento me sacudi— y me elevŽ todav’a m‡s.
Sent’ que no ten’a gravedad y que mis
pies ya no volver’an a pisar la tierra. El terror ahora era por lo desconocido,
por perder el dominio sobre mi cuerpo, por lo dif’cil que resultaba respirar.
La brusquedad del viento me imped’a ver con claridad hacia d—nde me mov’a. ÀEs lo que
sienten las hojas ca’das que el aire sacude sin ninguna consideraci—n?
Quise llorar.
Realmente quer’a bajar, sentir mis piernas firmes, correr, caminar, aferrarme
al suelo. Era todo lo que anhelaba; la ansiedad me invad’a y no pod’a contener
las l‡grimas. El deseo de volver empezaba a ser insoportable. RecordŽ que siempre he temido las alturas,
no quer’a flotar ni seguir volando, solo volver.
CerrŽ los ojos y lo deseŽ con todo mi ser.
No sŽ en quŽ momento dej— de haber furia en el viento, de pronto me acunaba y
lentamente empecŽ a descender.
Cuando por fin
pude tocar el suelo sent’ un inmenso alivio, aunque a salvo no estaba. CaminŽ
de prisa entre las calles deshabitadas; me parŽ de tajo al doblar una esquina
pues a pocos metros lo descubr’. El sudor de las manos me advirti— el peligro y la
angustia hizo latir mi coraz—n tan fuerte que creo que ambos lo escuchamos.
ƒl tambiŽn se
detuvoÉ Sonri— descaradamente y se dirigi— a m’ con voz suave:
ÒPeque–a, despierta, ya es tardeÓ.
Esthefania Mungu’a S‡nchez es integrante de Fomento Editorial de
ECOSUR (emunguia@mail.ecosur.mx).
Ecofronteras,
2019, vol. 23, nœm. 66, pp. 39, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN
2448-8577 (revista digital). Licencia CC (no comercial, no obras derivadas);
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