Iniciativas sociales hacia la
sustentabilidad en MŽxico y Uruguay
Antonio Sald’var Moreno, Beatriz Bellenda, Alma Palacios Reyes y
Daniella Bresciano
El sur de MŽxico
(Chiapas) y el de LatinoamŽrica (Montevideo, Uruguay) fueron escenarios de dos
encuentros ligados al proyecto "Comunidades de Aprendizaje para la
innovaci—n social hacia la sustentabilidadÓ. Huertas comunitarias, compostas y trabajo
solidario entre mujeres, est‡n entre las tantas experiencias que contienen
semillas para hacer frente a las desgastadas formas de la modernidad, y aunque
sean peque–as, est‡n cargadas de esperanza.
Comunidades
de aprendizaje
ÒEl Sur tambiŽn existeÓ, versa un
famoso poema de Mario Benedetti. Y aunque parecieran dos sures completamente diferentes –el
de Chiapas, MŽxico, y el de Uruguay–, a lo largo de varios a–os de
colaboraci—n entre El Colegio de la Frontera Sur y la Universidad de la
Repœblica se pudo concretar un intercambio vital, creativo y de muchos
aprendizajes para ambos pa’ses.
El proyecto ÒComunidades de Aprendizaje para la innovaci—n
social hacia la sustentabilidadÓ permiti— construir espacios de colaboraci—n y
reflexi—n respecto a las Comunidades de Aprendizaje –Comunidades de Vida
como metodolog’a de trabajo para potenciar experiencias sociales en torno a la
sustentabilidad. Se abordaron pr‡cticas sociales de MŽxico (principalmente en
el sur-sureste) y en la regi—n metropolitana de Montevideo, Uruguay, que representan esfuerzos
de resignificaci—n, fortalecimiento y construcci—n de otras formas de estar en
el mundo e integran dimensiones Žticas m‡s all‡ de la productividad, la
ganancia y el consumo que predominan en el marco del desarrollo y la
modernidad. (1)
Las experiencias que se han revisado en el proyecto no son
posibilidades ut—picas, sino pr‡cticas concretas. Las propuestas de espacios de
esperanza de David Harvey, los contradiscursos al desarrollo de Arturo Escobar,
las nuevas gram‡ticas emancipatorias que plantea Boaventura Santos de Souza o el
trabajo desde las grietas que propone John Holloway, sintetizan las ideas de
que algo nuevo est‡ surgiendo frente a las formas desgastadas y contradictorias
de la modernidad. En tal contexto organizamos dos foros de Òexperiencias
socialesÓ en ambos pa’ses, en torno a la emergencia social por lo ambiental.
Los encuentros estuvieron marcados por el intercambio de vivencias y salpicados
con la literatura de Eduardo Galeano y Mario Benedetti. No habr’a otra manera
de reflexionar sobre c—mo asumir nuestro compromiso con la naturaleza sino es
desde la emoci—n y la pasi—n por lo que hacemos.
Peque–as-grandes
experiencias
El primer encuentro se desarroll— en el estado de Chiapas,
MŽxico, en 2015, y en Žl fue posible compartir varias pr‡cticas
alternativas. Conocimos las bicim‡quinas que generan
electricidad, y supimos c—mo almacenar lluvia y limpiarla con rayos
ultravioleta para disponer de agua limpia en casa. Aprendimos de las mujeres
que trabajan en el rescate del ma’z criollo, pero tambiŽn de su dignidad,
historia e identidad.
Por otra parte, revisamos los esfuerzos de comunidades
aisladas del Soconusco en la clasificaci—n de residuos y producci—n de
compostas y hortalizas, y caminamos en algunas comunidades tseltales y
tsotsiles de los Altos para entender sus estrategias de conservaci—n de suelos.
As’, durante varios d’as valoramos diversas iniciativas que se construyen como
apuestas de vida digna.
En el encuentro realizado en la ciudad de Montevideo,
Uruguay, en 2016, descubrimos c‡rceles alternativas donde se implementaban
hortalizas agroecol—gicas; despuŽs de caminar por varias huertas, entre
explicaciones de estudiantes, personas privadas de su libertad y custodios, nos
dimos cuenta de que no sab’amos quiŽn era quiŽn porque no hab’a uniforme o
traje que nos diferenciara, y era bueno mirarnos as’, sin juicios.
TambiŽn conocimos a la se–ora Elsa, quien junto con el
peluquero plane— iniciar una huerta comunitaria en su pueblo, y fuimos
testigos de c—mo muchos ni–os y ni–as (igual que en Chiapas) siembran, cuidan y
cosechan alimentos en las huertas escolares.(2) Aprendimos de las experiencias
de las ferias org‡nicas (que en MŽxico llamamos tianguis); de los grupos que se
reœnen para comercializar y mejorar su producci—n; de las personas j—venes que
no tienen tierra pero quieren regresar a ella para trabajarla y producir sus
alimentos; de quienes fueron a una residencia de ancianos para cultivar,
convivir y tomar mate; de las mujeres
que construyeron casas de barro con sus manos, cargando la tierra,
acompa–‡ndose siempre. Poco a poco descubrimos que estas experiencias, aunque
peque–as, daban esperanza.
Las semillasÉ
Tenemos claro que es muy complejo cambiar la forma de pensar de las
personas para imaginar un mundo distinto, y los retos son enormes para fomentar
la organizaci—n e impulsar formas de resistencia ante los embates de la
modernidad.
Es importante reconocer que muchas de las pr‡cticas alternativas corren
el riesgo de ser absorbidas por las l—gicas productivistas del modelo
capitalista. No obstante, cada experiencia contiene semillas para el cambio;
semillas con todo lo que representan y el futuro que contienen, por lo que
resisten, lo que aportan y lo que pueden ser.
De este modo hemos identificado los siguientes elementos que
caracterizan la apuesta metodol—gica de las comunidades de aprendizaje-vida:
1.
Podr’an ser la contraparte a las
desacreditadas formas actuales de organizaci—n y participaci—n social, que muchas
veces son mecanismos de manipulaci—n y control.
2.
Se basan en la construcci—n de
racionalidades Žticas fuera de la l—gica consumista y productivista, al
considerar el valor de la dignidad de las personas, la diversidad, la inclusi—n
y el respeto a la tierra.
3.
Ponderan la convivencia y el respeto por la
vida.
4.
Proponen transformar competencia y consumo
por colaboraci—n, confianza e intercambio.
5.
Se basan en la idea de Òpotenciar la
vidaÓ y la diversidad de formas de existencia.
Estas semillas son como aquel pedazo
de baldosa rota en una calle de Montevideo, donde alguien sembr— una peque–a
huerta que resiste en medio de un mundo de cemento y edificios, de
indiferencia, de gente que camina sin darse cuenta que est‡ ah’É ÁEn su
peque–ez radica su fuerza! Parafraseando a Eduardo Galeano: ÒMucha gente
peque–a en lugares peque–os, haciendo cosas peque–as, puede cambiar el mundoÓ
Antonio Sald’var Moreno
es investigador del Departamento de Sociedad y Cultura de ECOSUR San Crist—bal
(asaldivar@ecosur.mx). Beatriz Bellenda y Daniella Bresciano son profesoras
investigadoras de la Facultad de Agronom’a de la Universidad de La Repœblica,
Uruguay. Alma Palacios Reyes es estudiante del Doctorado en Ciencias de la
Sostenibilidad en la UNAM.
(1) En el proyecto y foros participaron
tambiŽn Stella Faroppa, Helda Morales, Silvina Garc’a, InŽs Gazzano, Cecilia
Lim—n, Gabriela Linari, Javier L—pez, Ana Lozano, M—nica Meikle, Bruce
Ferguson, Cristina Viola, talleristas y pasantes del ÒPrograma huertas en
centros educativosÓ, as’ como Arturo Arreola, Cristina Reyes y las colegas del
Instituto para el Desarrollo Sustentable en MesoamŽrica A.C.
(2) Ver Ecofronteras 61, dedicada a los
huertos escolares, http://revistas.ecosur.mx/ecofronteras/index.php/eco/issue/view/157
Ecofronteras, 2018, vol. 22,
nœm. 64, pp. 12-14, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577 (revista
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