Nuestro
iÕinaj (semillas) en la vida
Bernardo Caamal Itz‡
La milpa como un sistema de cultivo ligado al adecuado
manejo de recursos en las selvas de la pen’nsula de Yucat‡n, es resultado del esfuerzo
de las comunidades de la regi—n, a pesar del impacto derivado de fuertes
transformaciones sociales y culturales, eventos naturales y pol’ticas que no
favorecen la soberan’a alimentaria. Las ferias de semillas son fruto de las iniciativas
de resistencia, como parte de la regeneraci—n del tejido comunitario.
Milpa y tradici—n
El iÕinaj se
parece a nosotros –me explicaron un d’a las abuelas y abuelos de esta
regi—n del Mayab–. Algunas semillas caen entre piedras y mueren o con trabajo
brotan, otras caen
en tierras fŽrtiles y dan abundantes cosechas.
–ÀPor quŽ no hay que pisarlas? –preguntŽ.
–ÁHijo! Porque el iÕinaj
tiene vida y nos alimenta –explicaron, mencionando tambiŽn que el kilich ixiÕim, el santo ma’z, contiene nuestra historia y
nuestro futuro.
Como en otras zonas del territorio mexicano, la milpa en Yucat‡n
sigue siendo un eje cultural y socioecon—mico para un gran nœmero de familias
campesinas, la mayor’a de origen
maya. Es un
policultivo de ma’z, calabaza, frijol y
otros vegetales en un esquema de
roza-tumba-quema, ligado al manejo y aprovechamiento de recursos naturales durante siglos en la pen’nsula.
No obstante, en la actualidad enfrenta poderosos embates: pŽrdida de
fertilidad del suelo –sobre
todo por
actividades humanas–,
cambios en el clima que ponen en
riesgo las cosechas, fen—menos naturales agravados, ca’da de los precios del
ma’z, migraci—n creciente a causa de diversos factores (industria tur’stica,
rezago econ—mico, cambios culturales).
No puede negarse que se
ha ido desdibujando el contexto cultural del iÕinaj, como se conoce a las semillas cultivadas, a la par que se fragmenta el
tejido comunitario. Las razones son
complejas y entremezcladas, y uno de los factores fue la introducci—n de
paquetes tecnol—gicos en el campo hace dŽcadas. Al mismo tiempo, desde las
propias comunidades campesinas van surgiendo estrategias de adaptaci—n y
persistencia que garantizan la vigencia de saberes, pr‡cticas y formas de vida,
en sinton’a con organizaciones civiles y otras instancias.
El trabajo en la
selecci—n de semillas realizado desde hace unas dŽcadas en la comunidad de Xoy,
municipio de Peto, es un ejemplo del interŽs por la preservaci—n del iÕnaj, valiŽndose de asesor’as
cient’ficas por parte de la Universidad Aut—noma de Chapingo, pero rescatando
aspectos tradicionales desde la propia experiencia y voluntad de los pobladores.
Cuando
llegaron las semillas mejoradas
Los milperos mexicanos
nacidos en la dŽcada de 1950 vivieron la llegada de un nuevo
modelo para el campo mexicano,
conocido como la revoluci—n verde. El modelo implic— el uso de semillas mejoradas con tratamientos genŽticos (sin alteraciones
transgŽnicas), que a diferencia de sus contrapartes nativas, deben ser ÒmimadasÓ con abundantes insumos
externos, como fertilizantes
qu’micos, insecticidas y otros.
Junto con una din‡mica
de cambios culturales y sociales que ya estaba presente, la
adopci—n de las nuevas
tŽcnicas para mejorar la producci—n contribuy—
a que algunas tradiciones
campesinas se alteraran, por ejemplo, la siembra significaba un manejo
de espacios sagrados e implicaba un conocimiento
preciso de diversos
elementos: tipo de semillas a cultivar, suelos, condiciones del viento para la
quema del ichkool o milpa, ‡rboles, animales y nubes
que predicen buenas lluvias o que traen efectos adversos.
Tanto la vivencia de lo
sagrado como aquellos saberes sufrieron pŽrdidas importantes.
La dependencia hacia la
tŽcnica se vincul— al menoscabo de los conocimientos locales, y el prometido
rendimiento result— un espejismo para muchas familias campesinas, como dejan
ver algunos testimonios: ÒDe las semillas mejoradas solo siembro un poco
para tener algo de cosecha, pues son
precoces; el gran problema es que los granos no duran tanto debido a las plagas, a diferencia de las semillas nativas que tenemos; estas son resistentesÓ, afirman productores de
la regi—n Sur de
Yucat‡n.
Cultivar el iÕinaj implica tener en cuenta
los conocimientos que permiten darle certidumbre a las cosechas de forma
escalonada –rotaci—n– ,
adem‡s de reproducir nuestro acervo de aproximadamente 40
especies. Sin embargo, la sustituci—n por
las semillas mejoradas
–de uso en monocultivos,
una sola cosecha–
impacta la vida de quienes se
mantienen con este sistema, y los
milperos lo saben: al depender de una sola cosecha, con Òun paso en falsoÓ se
pierde la seguridad de contar con alimentos para todo el a–o y se da–a la esperanza de quienes viven
y trabajan en el sector rural.
ÁPara colmo, los huracanes!
En la dŽcada de los ochenta, la revoluci—n verde lleg— con fuerza a Yucat‡n, y las
unidades campesinas empezaron a sufrir ciertas consecuencias.
Por ejemplo, al no cultivar toda su variedad de semillas, escase—
la diversidad de
productos para consumo. Se resintieron los
efectos directos de pol’ticas agropecuarias asistencialistas que no alentaron
la soberan’a alimentaria. Adem‡s,
hubo sequ’as que agravaron la situaci—n y se viv’a un contexto de fuertes cambios
sociales, culturales y econ—micos derivados en parte de la relaci—n campo-ciudad,
de modo que se acentu— la migraci—n y el abandono al campo. Muchos padres
aconsejaban a sus hijos para que trabajaran en otras actividades, estudiaran
carreras Òcon futuroÓ o se fueran en busca de oportunidades, pues no parec’a
haber esperanza para las milpas.
La suma de factores
termin— por vulnerar la econom’a y la forma de vida campesina, y el nuevo
iÕinaj signific— la dependencia a las semillas mejoradas e
insumos para el campo, llenando los bolsillos de las empresas dedicadas a las
semillas, fertilizantes y herbicidas. Por si fuera poco, en 1988
el hurac‡n Gilberto afect— de tal
modo las milpas, que despuŽs del a–o 2000 fue claro que los campesinos estaban dejando
masivamente de cultivar al modo
de sus padres y abuelos. En 2002, el paso del hurac‡n Isidore fue un terrible remate, pero como suele
ocurrir en momentos de crisis, surgieron nuevas iniciativas y actores. En el
contexto de la soberan’a alimentaria, los desastres naturales severos suelen
evidenciar las ventajas de las semillas nativas, por ser un factor de fortaleza
en las culturas locales y un insumo elemental para la diversidad agr’cola.
Ferias de semillas
Varias organizaciones
civiles que trabajaban en el estado plantearon la necesidad de promover las
llamadas ferias de semillas nativas, con el fin de que estas se revaloraran, se
difundieran y se cultivaran nuevamente en las milpas. Las ferias fueron
vistas con buenos ojos por los
milperos, quienes las asumieron como una oportunidad para
intercambiar esas peque–as simientes, muchas de las cuales ya no eran tan conocidas por las
nuevas generaciones (1).
Campesinos
y promotores culturales discutieron la agenda tem‡tica de las ferias y
consideraron necesario que se incluyeran
ceremonias mayas de bienvenida y
agradecimiento, adem‡s de discusi—n
y an‡lisis de temas del momento, como transgŽnicos
y abonos org‡nicos. Se busc— el
respaldo de la comunidad para que las
actividades no decayeran.
Las
ferias del iÕinaj se organizaron casi sin el apoyo de las
instituciones agropecuarias, y varios
funcionarios sosten’an que no era factible promover el cultivo de semillas nativas por no mostrar Òbuenos rendimientosÓ. Al paso de los a–os se empezaron a coordinar eventos desde instancias que antes no los
consideraban importantes, de tal forma que en 2013 se organizaron cuatro ferias en la pen’nsula de Yucat‡n y en
2017 hubo m‡s de
20. No obstante, los encuentros realizados por campesinas y campesinos mantuvieron la agenda original
discutida desde sus inicios, mientras que
los otros tuvieron que incluir actividades
distintas para convocar a la gente y terminaron con programas m‡s institucionalizados.
Custodios de las semillas
En los œltimos a–os se observa un movimiento internacional,
nacional y regional que privilegia el papel de los campesinos como custodios originales del iÕinaj, mediante el manejo de tŽcnicas que permiten mantener
las caracter’sticas genŽticas de las
especies que
cultivan, y as’
evitar los riesgos de degeneraci—n de las semillas. En esta coyuntura cobr—
relevancia la agrupaci—n milpera de Xoy, que hace m‡s de 25 a–os, trabaja diversos
modelos de rescate y mejoramiento genŽtico del ma’z; son los mismos productores quienes manejan y
mejoran sus granos con
asesor’a cient’fica.
Hay que destacar que despuŽs de 2012, las
instituciones agropecuarias y su personal de investigaci—n direccionaron sus
bater’as a las comunidades que trabajan con semillas nativas, de tal forma que Xoy
fue centro de atenci—n con la promesa de que las suyas ser’an resguardadas en un banco de germoplasma del
Centro de Investigaci—n Cient’fica de Yucat‡n (ma’z, calabaza, j’cama, ibe, ajonjol’).
M‡s all‡ de la presencia
de agentes externos, el esfuerzo de las comunidades es lo que ha garantizado la
permanencia de la milpa como un sistema de cultivo acorde con el adecuado
aprovechamiento de las selvas de la pen’nsula de Yucat‡n. El papel
de las ferias de semillas ha sido sustantivo, porque
permiten no
solo valorar el
consumo de productos que
provienen de los espacios campesinos, sino que representan una oportunidad para promover
una cultura que permita vivir de nuevo en comunidad y en equilibrio con la
naturaleza.
De este modo, en las ferias del iÕinaj, el intercambio de experiencias y el an‡lisis de la realidad
ligada al campo,
permiten cultivar de nuevo esas
semillas, ligadas a una filosof’a que
promueve la libertad, que nos permiten ser soberanos respecto a nuestras decisiones en el
territorio donde nos toc— vivir.
Bernardo Caamal Itz‡ es egresado de la
Universidad Aut—noma Chapingo (arux_kat@hotmail.com).
(1) Ver ÒSemillas por la defensa de la
vidaÓ, Ecofronteras 62, http://revistas.ecosur.mx/ecofronteras/index.php/eco/article/view/1780
Ecofronteras, 2018,
vol. 22, nœm. 64, pp. 2-4, ISSN 2007-4549 (revista impresa), E-ISSN 2448-8577
(revista digital).
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