C—mo form— Dios el Tacan‡ y la humanidad
Carlos Navarrete C‡ceres

 

Los relatos de la tradici—n oral de nuestras culturas suelen emanar una fuerza insospechada, al ser un mecanismo con el que las personas se implican con el mundo y las energ’as del cosmos. Para deleite de nuestra audiencia, ofrecemos esta historia documentada en la dŽcada de 1990 por el antrop—logo, arque—logo y escritor guatematelco Carlos Navarrete C‡ceres, Premio Universidad Nacional 2016 en Investigaci—n en humanidades, quien comparte un fragmento para Ecofronteras.

 

Cuando Dios form— la tierra, dej— a los hombres para que la trabajaran y pudieran adorarlo. Ellos no ten’an nombre y no les importaba, porque eran de una sola pieza para el trabajo. Dios se regres— confiado, y no volvi— a o’r lo que dec’an ni quiso volver a verlos, pues estaba seguro de que su obra hab’a sido perfecta. Pero un d’a regres— a visitar a sus hijos y averiguar si lo sab’an adorarÉ Y llor— y se puso triste por el estado en que se encontraban los campos; los j—venes no hac’an caso de los viejos, y nadie resent’a su ausencia. Por eso no lo adoraban m‡s. Les habl— y no lo escucharon, se les hizo presente y no lo supieron ver. Se les convirti— en susurro y creyeron que era el r’o. Se les volvi— de plumas y no lo palparon.

 

Una ma–ana, les dio prueba de su voluntad. Su poder amaneci— arriba de la monta–a, como otra m‡s grande, como un volc‡n sin boca. Los hombres se asustaron, sintieron temor y comenzaron a marchar a sus siembras abandonadas. Iban con la cabeza baja. Iban arrepentidos. Pero un joven osado les habl—: ÒVuelvan, vuelvan, hermanitos, dejen su miedo en el suelo, que toda la tierra es nuestra y quien regala algo no puede volver a quitarloÓ. As’ les habl— y as’ lo escucharon. Y todo bebieron, y se acostaron con mujeres, y se tendieron hasta que el sol quer’a salir de nuevo.

Entonces habl— Dios. Pero no lo hizo con palabras, con voces humanas. Fue con fuego y piedras y terremotos que lo hizo. Todo se incendi—, todo se estaba muriendo.

Los hombres que se metieron en el agua fresca para escapar del fuego se volvieron peces. Los que se subieron arriba de los ‡rboles para escapar del suelo que herv’a, se convirtieron en monos. En p‡jaros volaron los que saltaban a las rocas altas. Y los que se arrastraron o agacharon, o se pusieron en cuatro patas para meterse en cuevas o esconderse, se hicieron culebras, tlacuaches, taltuzas y todos los animales de la creaci—n. Quienes se arrepintieron de coraz—n, quedaron. Volvieron a casarse despuŽs del perd—n, y de all’ nacieron todas las personas que trabajan y aprendieron a adorar a Dios. Por eso el vagabundo muere mal, el malo muere a hierro y la mala culpa se lleva en la conciencia.

Dios se ha quedado para siempre en el Tacan‡, que es el mejor de todos los volcanes, y el que vigila para que los hombres nunca vuelvan a caer.

 

Publicado originalmente en: Navarrete, Carlos. 1966 Cuentos del Soconusco, Chiapas. En Summa Anthropologica en Homenaje a Roberto J. Weitlaner, pp.421-428. Instituto Nacional de Antropolog’a e Historia, MŽxico DF.

 

Ecofronteras, 2018, vol. 22, nœm. 63, pp. 20, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx