Plantas, conocimiento
y cultura
Mariana Vázquez
La población mam en
México ha visto su cultura cambiar y ha sentido que se está perdiendo. En
general, las personas ya no portan la vestimenta tradicional ni se reúnen para
celebraciones antiguas, pero cualquier día, en sus actividades cotidianas echan
mano de un elemento de la identidad más arraigada: el conocimiento de la
diversidad de plantas que en sus distintas altitudes ofrece el volcán Tacaná.
Aunque el volcán Tacaná está dividido por los límites
entre Guatemala y México, existe una continuidad cultural marcada por el estilo
de vida de las comunidades con población mayoritariamente mam (más extensa en
Guatemala). Desde luego, también existe una continuidad ambiental que se
refleja en flora y fauna compartida, entre otros aspectos.
La altitud de un terreno influye en sus formas de vida
y claramente en la vegetación, factor determinante al ser el Tacaná uno de los
puntos más altos de ambos países (4,060 metros sobre el nivel del mar (1)).
En las faldas del volcán hay relictos de lo que fue una selva alta con árboles como
el zope negro (Vatairea lundellii), que
pueden medir más de 40 metros; algunos solo permanecen como sombra de los
cacaotales. Más arriba, los árboles son de menor altura hasta el límite de los
600 a 700 metros, donde aparecen helechos arborescentes que denotan el cambio a
un bosque mesófilo, reconocible por la neblina. Esta vegetación, albergue de
lianas y orquídeas, se conjuga con los cafetales que son el principal sustento
de las familias. A partir de aquí inicia la
Reserva de la Biósfera Volcán Tacaná, en donde el
bosque de neblina empieza a incluir pinos y encinos conforme aumenta la altitud.
Una franja superior está cubierta por pino (Pinus
hartwegii) antes de llegar al páramo de altura en la cima.
La zona fue declarada como reserva en 2003 y su
extensión es de 6,378 hectáreas. Más de la mitad se encuentra en los terrenos
de uso común de los ejidos en los municipios de Cacahoatán y Unión Juárez, que
se consolidaron sobre todo en lo que fueran fincas cafetaleras expropiadas
durante el reparto agrario. Recordemos que los ejidos son tierras sin dueños
individuales; los terrenos se fraccionan para que las familias puedan cultivar
y construir viviendas, manteniendo espacios de uso común.
En la actualidad, no todos se dedican a la
agricultura, sea por falta de tierras o porque las personas jóvenes prefieren
estudiar o buscar algún oficio. Sin embargo, la forma de vida de muchas
familias mames sigue ligada al campo, como lo resume Martha Pérez, habitante
del lugar: “Sembramos maíz, café, tenemos un vivero, y en el espacio cerca de
la casa hay matas de chile, chayote, algunas verduras”.
La relación que tienen las personas con las plantas es
diferente si estas son cultivadas o si se encuentran en su ambiente natural,
silvestres, y las comunidades mames conocen ambas.
Ejemplos del uso de
plantas
Un comentario constante que refleja preocupación en la
población mam es que su cultura “se está perdiendo”, que “ya no es como antes”,
lo cual se liga a una serie de imposiciones históricas y difíciles
circunstancias que han mermado sus tradiciones. Es evidente que, en general, no
portan la vestimenta o no se reúnen para las celebraciones antiguas. No
obstante, lo que permanece es muy poderoso aunque no se perciba fácilmente,
quizá por ligarse a los ámbitos más privados como la casa o la cocina. En este
sentido, el uso de plantas en la vida cotidiana es parte de la cultura más
arraigada.
La milpa es más usual en las partes altas del volcán y
se destina básicamente al autoconsumo. “Sembramos maíz penul, blanco y amarillo. Penul
es el negrito y al amarillo le llamamos tehua;
hay otra clase, el trapiche o trapichil, pero esta semilla se perdió”,
señala Juan Pérez. En las zonas frías se cultivan flores en macetas y en
parcelas, destinadas al mercado regional. Para venta local se generan productos
no nativos, como papa, trigo, haba, algunas hortalizas –rábano y zanahoria–,
además de durazno y pera que se siembran en pequeñas parcelas o en los patios. También
se aprovechan diversas especies silvestres, como menciona María Elena Miguel: “Tenemos
muchas itzaj (verduras) en las
montañas [monte, tierras sin cultivo]: la candelaria, que hay bastante y es
rica; el cletidulce, que en mam lo llamamos kawaii
y muchas más”.
Existe vegetación que no se siembra, pero se
deja crecer porque ofrecen beneficios, por ejemplo, los árboles maderables en
los cafetales. Lo mismo ocurre con el chichicaste y otras plantas medicinales en
patios y caminos; la gente conoce sus potencialidades y por eso las conservan,
aun cuando no las usan. En cambio, la aplicación medicinal de otras plantas sí
es frecuente, como la flor de muerto (Tagetes
erecta), que ayuda en casos de salmonela y dolor de muelas. “Para la
salmonela se muelen tres hojitas de verbena y tres de flor de muerto, y se toma
en ayunas”, afirma Isabel Bartolon. Hay otras prácticas importantes, un caso es
el isopo (Phytolacca icosandra), con
el que se puede lavar ropa; “la planta es morada, igual que la mazorquita [conjunto
de frutos]. Se agarra la mazorquita y se talla; espumea bien” (Teodosia
Morales).
Es general, resulta notorio el conocimiento colectivo
asociado a la vegetación. Las personas reconocen un ze (árbol) desde que es una plántula, por el tallo o el color de la
savia. Saben a qué pájaros alimentan sus frutos. Recuerdan en dónde era
abundante en otras épocas y cuándo deben aparecer ubech (flores) al comenzar las lluvias. Conocen los usos antiguos
de las plantas… Compartir sus saberes ha contribuido a que el conocimiento
tradicional no se pierda, al tiempo que la comunidad se fortalece.
Agradecemos a las 18
comunidades de los municipios de Cacahoatán y Unión Juárez que han trabajado
con nosotros, y a las asociaciones Raíces de Nuestra Cultura Mam y Conciencia
de la cultura Mam, por su interés en la documentación de sus tradiciones.
(1) En este número de Ecofronteras consideramos que la
cima del Tacaná es de 4,060 metros sobre el nivel del mar, aunque hay fuentes
que hablan de 4,092 o 4,120 metros.
Mariana Vázquez es
estudiante de posgrado de la Universidad de Cincinnati
(vazquemr@mail.uc.edu)
Ecofronteras, 2018, vol. 22, núm. 63, pp. 10-12, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx