¿Feliz día de la mujer?

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Laura Lopez Argoytia

Resumen

En el contexto del día internacional de la mujer que se conmemora el 8 de marzo de cada año desde 1975, no es fácil aportar algo nuevo más allá de todo lo dicho, todo lo relexionado y todo lo que día a día experimentan miles de personas… Preferimos ceder el espacio a colegas de El Colegio de La Frontera Sur (ECOSUR), quienes nos obsequian sencillas pero intensas relexiones en torno a tres preguntas: ¿Conoces algún suceso que en México o el mundo haya sido un parteaguas en el tema de la equidad de género? ¿Cómo se dan las relaciones de género en tu ámbito o ámbitos de acción? ¿Cómo percibes el futuro?

En el contexto del día internacional de la mujer que se conmemora el 8 de marzo de cada año desde 1975, no es fácil aportar algo nuevo más allá de todo lo dicho, todo lo reflexionado y todo lo que día a día experimentan miles de personas…

Preferimos ceder el espacio a colegas de El Colegio de La Frontera Sur (ECOSUR), quienes nos obsequian sencillas pero intensas reflexiones en torno a tres preguntas: ¿Conoces algún suceso que en México o el mundo haya sido un parteaguas en el tema de la equidad de género? ¿Cómo se dan las relaciones de género en tu ámbito o ámbitos de acción? ¿Cómo percibes el futuro?

Para dar un preámbulo a estas reflexiones, quedémonos con unas frases mencionadas en páginas de la Organización de las Naciones Unidas respecto a que el 8 de marzo es “la conmemoración de una lucha histórica” y “un buen momento para reflexionar acerca de los avances logrados, pedir más cambios y celebrar la valentía y la determinación de mujeres de a pie que ha jugado un papel clave en la historia de sus países y comunidades”.

La historia detrás de los derechos cotidianos

El reconocimiento del derecho al sufragio femenino, es decir, el derecho a votar y presentarse a elecciones para ocupar cargos públicos, es uno de los mayores logros en temas de equidad de género. Sin embargo, conseguir que se modificaran las leyes e instituciones para que las mujeres fueran incluidas en un mundo totalmente reservado para el sector masculino, no fue un camino fácil para las “sufragistas”. El sufragismo es un movimiento que surgió a mediados del siglo XIX de la mano de un grupo minoritario de mujeres urbanas de clase media con cierto nivel de estudios, que reclamaban la igualdad de derechos entre hombres y mujeres; fue uno de los pasos previos al movimiento feminista.

En los países desarrollados, el auge del sector industrial y el liberalismo no trajeron consigo cambios políticos y sociales que permitieran mejorar los derechos de las mujeres, quienes seguían relegadas a trabajos con bajos salarios o pésimas condiciones como obreras en fábricas, y sin posibilidad de acceder a cargos de responsabilidad. Igualmente, durante décadas la educación superior estuvo vetada al sector femenino, lo que llevó a reconocidas activistas a realizar acciones extremas, por ejemplo, la española Concepción Arenal asistió a la Universidad Complutense de Madrid disfrazada de hombre para poder tomar clases en la Facultad de Derecho.

Fueron las mujeres británicas y estadounidenses, seguidas de las escandinavas y holandesas, las pioneras de este movimiento. Desgraciadamente, la gran mayoría de las mujeres activistas y el minoritario pero valioso grupo de hombres que las apoyaban, tuvieron que enfrentarse a penas de cárcel, discriminación por parte de sectores contrarios al movimiento –incluyendo al sector femenino más conservador–, críticas y acoso de sus superiores masculinos y esposos. En casos extremos sacrificaron su propia vida en la lucha por sus ideales; tal fue el caso de la sufragista británica Emily Davidson, quien se arrojó a los pies de un caballo de la realeza en el transcurso de una carrera como parte de uno de sus actos de protesta.

En México, el movimiento sufragista tardó en llegar. A pesar de que en la Revolución Mexicana las mujeres tuvieron un importante papel, en la Constitución de 1917 se les negaron los derechos políticos, argumentando el riesgo de la rotura de la unidad familiar y la falta de interés de las mujeres de la sociedad mexicana por participar en asuntos políticos, al no existir ningún movimiento colectivo por la causa. Figuras como Ana Zapata y Elvia Carrillo Puerto fueron destacadas activistas en el movimiento, pero no fue hasta 1953 cuando a la mujer mexicana le fue reconocido el derecho al voto.

Hoy en día, aún faltan países como Qatar o Emiratos Árabes donde la presencia de monarquías absolutistas no reconocen el derecho de la mujer ni al voto ni a muchos de los derechos fundamentales reconocidos internacionalmente (en Arabia Saudí las mujeres apenas ahora pueden participar como electoras y candidatas en comicios municipales). Por ello, es necesario que no olvidemos que detrás de cada uno de esos derechos que hoy vemos como cotidianos está el esfuerzo y hasta la vida de muchas mujeres que lucharon por conseguirlos.
Azahara Mesa Jurado


Movimientos sociales y el espacio donde nos encontramos

En el tema de la equidad de género, un parteaguas es el movimiento feminista, más allá de cuándo se considere que comenzó. No hay un acuerdo de cuándo se inicia, pero sí hay eventos clave que marcan un punto de partida. En Estados Unidos resalta “la quema de sostenes y la papelera de libertad” (un bote en donde se depositaban sostenes, zapatillas, revistas, maquillajes), que representó la inconformidad de un grupo de mujeres por los estereotipos de género impuestos en los cuerpos femeninos mediante la moda y concursos de belleza (se replicó en varios países). Lamentablemente, 60 años después seguimos luchando por lo mismo, pero el esfuerzo comenzó ahí. También destaca el nacimiento del Colectivo de Salud de Mujeres de Boston, en 1969, quienes elaboraron el libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas, primer libro sobre la salud, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres; promueve el autocuidado con lenguaje sencillo y abrió toda una nueva posibilidad en la academia. Sigue sigue siendo actualizado, y ahora se cuenta con una versión latinoamericana.

En esa época se adoptó como eslogan de lucha la frase: “lo personal es político”, que indica que cualquier decisión que se tome en el ámbito de la política pública impactará en el cuerpo de cada ser de este mundo, en donde, desafortunadamente, los derechos de las mujeres no siempre suelen ser tomados en cuenta.

En México, un momento trascendente fue la realización del primer congreso feminista en Mérida, Yucatán, el 13 de enero de 1916 (este año conmemoramos los 100 años de existencia formal del feminismo en el país). Setecientas personas participaron en el evento, que tuvo como ejes de discusión las siguientes preguntas: ¿Qué hacer para liberar a las mujeres del yugo de las tradiciones? ¿Cuál es el papel de la escuela primaria en la reivindicación femenina? ¿Qué acciones debe fomentar el Estado para preparar a la mujer para la vida? ¿Cuáles son las funciones públicas que puede y debe desempeñar la mujer? Los temas abordados en ese momento han sido rebasados, pero sentaron una base importante de la que podemos estar orgullosas las feministas mexicanas.

Como feminista opté por estudiar los fenómenos sociales desde la “Antropología Ambiental y Género”, pues esta postura teórica me permite entender cómo a partir de determinados contextos geográficos hacemos un uso particular de nuestros recursos naturales, sociales y políticos. Cuando se habla de equidad se suele repetir que no es lo mismo ser una mujer indígena que una mujer negra, lo que básicamente indica que nuestros cuerpos reflejan nuestra trayectoria no solo biológica, sino cultural… Nuestro paso por ese mundo con sus normas y posibilidades… Nuestra posición es el reflejo de nuestra propia interacción con estructuras de poder donde se establece quiénes están a cargo de la toma de decisiones y quiénes permanecen marginales.

El entorno (natural, social o político) en el que interactuamos afecta de manera específica cada una de nuestras áreas de acción, por lo que la forma en que usamos nuestros recursos influirá en aspectos particulares, como la manera en que resolvemos nuestros problemas de salud o cómo nos organizamos para negociar con el Estado. Eso es lo que nos interesa aportar desde la “Antropología Ambiental y Género”, explicar cómo y por qué mujeres y hombres usan sus recursos de manera específica, considerando aspectos clave, por ejemplo, el momento en el que te encuentras en la vida reproductiva, el lugar en donde naciste, las personas con las que vives, con las que te relaciones y las instituciones con las que interactúas, en especial en situaciones de acceso restringido a los recursos que requerimos para garantizar nuestro bienestar.

¿Cómo vislumbro el panorama futuro? Espero un mundo más abierto a la libertad de opciones, en donde ser mujer no sea algo lamentable; donde padres y madres se sientan felices de la llegada de una niña y no celebren solamente el nacimiento de un varón; donde las mujeres puedan explorar con su sexualidad antes del matrimonio sin sentirse culpables; donde todos aquellos que no escogieron a la heterosexualidad como una opción puedan expresar sin tapujos sus emociones; donde la no maternidad también sea una opción no cuestionada y la violencia no sea parte central de nuestras vidas. Un mundo en el que nadie tenga que vivir una doble vida para poder ser aceptado o aceptada.
Dolores Molina-Rosales

Esquemas y diferencias

En México tenemos mucho trabajo que hacer para alcanzar la equidad de género. Estoy convencida de que un primer paso para lograr cambios es reconocer que la inequidad existe. Entre académicos es común pensar que el ser macho o discriminar corresponde a personas poco educadas, y cuando escucho a colegas que dicen que ni en México ni en nuestro campo existe la discriminación, siempre me sorprendo pues tanto las estadísticas nacionales como las investigaciones realizadas muestran que sí la hay.

Somos personas inmersas en una cultura que queramos o no influencia nuestro pensar, nuestro sentir y nuestro actuar. Para sobrevivir en el mundo es necesario que hagamos clasificaciones y que vayamos elaborando esquemas. Por ejemplo, al pensar en un científico es común que lo primero que se nos venga a la mente sea la imagen de un hombre de bata tan blanca como él. Todos tenemos esquemas; el problema es cuando no los reconocemos y dejamos que intervengan en nuestras decisiones y comportamiento.

Una encuesta que realicé entre colegas mujeres vinculadas con el tema de agricultura en universidades de varios países de América Latina, muestra que su labor se ve afectada negativamente por los esquemas que no permiten ver a una mujer trabajando en el campo agrícola ni en la academia. Las ciencias agrícolas y hasta la agroecología son todavía un mundo de hombres. En promedio, los departamentos de agricultura de América Latina están constituidos por una planta académica donde apenas el 20% somos mujeres. En este ambiente masculino, 47% de las encuestadas aseguraron que son discriminadas por los colegas, por la estructura académica y hasta por la ley.

¿Qué debemos hacer para lograr la equidad en nuestras instituciones académicas? Primero, reconocer que como humanos, todos y todas tenemos esquemas. Segundo, convenir en que las diferencias nos dan fortaleza y debemos fomentar un clima institucional para que estas diferencias sean celebradas. Para ello nos conviene iniciar una fuerte campaña educativa que nos permita abrir los ojos y aceptar nuestros sesgos para comenzar a trabajar sobre ellos y que no influencien nuestro actuar. Debemos además buscar activamente el reclutamiento de personas académicas que incrementen la diversidad.

El papel de las mujeres en la ciencia es cada vez más reconocido, pero aún se deben encontrar formas para apoyar a las mujeres en el ámbito productivo y ayudar a los hombres a ser mejores padres y esposos. Es cada vez más evidente que si no incluimos el talento creativo de las mujeres y otros grupos minoritarios en la ciencia, la sociedad entera perderá una perspectiva indispensable para el desarrollo sustentable.
Helda Morales

Mujeres de azúcar

Más que hablar de mi ámbito de acción, prefiero hablar de mi espacio de investigación: el sector azucarero. Aun cuando la presencia de mujeres en la agroindustria es poco visible, su trabajo es fundamental en la cadena productiva del cultivo de la caña y la producción de azúcar. En las fábricas, dentro de los ingenios, las mujeres tradicionalmente trabajan como secretarias y encargadas de limpieza, pero también hay puestos vinculados con el laboratorio y con tareas de supervisión técnica, ocupados por ingenieras o químicas y eventualmente se ven enfermeras o médicas.

No obstante, son escasos los puestos de mayor responsabilidad para las mujeres. Por ejemplo, son prácticamente inalcanzables las plazas (por lo general itinerantes) como “ingenieros de campo”, a cargo de planificar y supervisar la cosecha o zafra (actividad central en el sector). A lo más, algunas están al frente de la inspección del trabajo de las cuadrillas de jornaleros agrícolas; es decir, “a ellas las manda el ingenio a decir y enseñar a los cortadores ¡cómo cortar!”, “¡Decirnos, a nosotros!”, y las carcajadas de los experimentados jornaleros se sueltan hasta las lágrimas cuando recuerdan que “ni siquiera aguantan el machete”. Esta resistencia se da en una arena en disputa por el control de la calidad del trabajo: la caña bien cortada, a ras del suelo, sin pedazos de tronco con sacarosa, con la vara bien limpia, sin hojas o basura, ni renuevos. Es ahí, donde la imagen de ingenieras y químicas se debate entre el respeto a una trabajadora o la burla de la figura de poder representada en las brigadas de control de calidad.

Hay otros espacios donde las mujeres interactúan con las cuadrillas de trabajadores sobre quienes cae el estereotipo del “cañero”, con aquellos atributos masculinos reiterados culturalmente y que los hace considerarse fuertes y aguantadores, porque “cortar caña no es para cualquiera”; de hecho, dicen, “es trabajo de hombres”. Y en efecto, el sector cañero es eminentemente masculino y masculinizado, al grado de borrar del mapa el trabajo femenino.

Pero como suelen comentar entre las gavillas, “las mujeres que cortan caña son mejores que uno”, “son más limpias”, “bien chambeadoras”, “y le dan a la pegada” (trabajan su cuota sin descanso): “mis respetos”. Hay leyendas de esas cortadoras rondando los campos: unas por Veracruz, otras por Jalisco, unas más en Michoacán. Y qué decir de otras latitudes donde las cuadrillas de mujeres son evidentes, como las corteras afromestizas en Colombia o Belice, o las indígenas en Guatemala.

A pesar de la inserción de las mujeres en el trabajo a la par de los varones, pesa mucho su identificación desde “esos usos y costumbres” interiorizados en el medio rural y extensivos al mercado laboral agrícola donde ellas “acompañan” y “ayudan” a esposos o parejas al jale, condición que pulveriza su salario en un pago integrado en la cuota a destajo. Las escenas dramáticas reveladas en los campos cañeros obligan a ver la depauperación familiar: esposo, esposa, hijos, hijas, familias completas en el campo, niños y bebés expuestos a las inclementes tierras calientes del trópico, amantados por sus madres que dejan a un lado el machete para darles la chichi.

Y a propósito de alimentos, existe la ocupación importantísima de las cocineras: mujeres entrenadas desde niñas para alimentar; suelen ser inducidas en el oficio desde pequeñas por sus madres. Solo alguien que conoce el esfuerzo de preparar alimentos a diario para una familia puede tener idea del reto monumental de servir comida tres veces al día a los ejércitos de cortadores cansados, hambrientos, expuestos en el campo de sol a sol. Estas mujeres quedan fuera del escalafón, de prerrogativas laborales y programas sociales orientados a los “jornaleros agrícolas migrantes”.

Un servicio más es el mercado sexual atendido por mujeres de las mismas regiones o provenientes de diversas partes de México. En el ingenio azucarero de Quintana Roo, en la frontera con Belice, dicho trabajo es cubierto incluso por trabajadoras de Centroamérica. En este sector agroindustrial, las mujeres comprenden un universo laboral no regulado donde, según los parámetros culturales, hacen los suyo dentro de un mercado que rentabiliza su esfuerzo en una fórmula de explotación extrema.
Martha García

De eso que llaman amor

Conozco varios momentos que han representado rupturas importantes en el tema de la equidad de género en México, mismos que obedecen a actuares de personas transgresoras de su género por sus prácticas y roles desasociados a las normas sociales de su época.

Hablaría de dos chiapanecas, la primera, Rosario Castellanos (aunque nació en el Distrito Federal, creció en Chiapas): mujer escritora, profesionista, independiente, quien con su participación como promotora cultural logró cambios significativos para el reconocimiento e institucionalización de las lenguas tsotsil y tseltal en Chiapas. Con su escritura denunció las vejaciones sociales hacia los indígenas; con paisajes crudamente realistas y tremendamente bellos educó a generaciones de lectores, literatos y académicos.

Fue una vanguardista y marcó pautas para el feminismo latinoamericano al defender la dignidad y los derechos de las mujeres. Su vida privada, a diferencia de su labor pública como narradora y poeta e incluso como etnógrafa, fue una contradicción por vivir en un matrimonio muy truculento que derivó en una depresión continua.

Otro de los marcajes de mi vida fue cuando aquella tsotsil bajo el pasamontañas movilizó a las bases zapatistas para golpear estratégicamente a la población sancristobalense; después, la comandanta Ramona se constituyó como un ícono del movimiento zapatista. Yo estaba entrando a la preparatoria y aquellos discursos nos impulsaron mucho; ver a las jóvenes mujeres con paliacates, pasamontañas y armas de palo, fue formativo. Nos cambió el norte. Más tarde, cuando fuimos a entregar “acopio” a Polhó y Oventic, la cuestión se volvió más clara… Las mujeres tenían dobles y triples jornadas laborales. Antes del levantamiento empezaban a tortear (hacer tortillas) a las 5 de la madrugada; luego, su día empezaba a las 3 de la mañana para cuidar no solo a sus hijos sino a sus varones. De eso que llaman amor.

En cuanto a mis ámbitos de acción, sucede que en los sectores académicos, políticos, activistas, bohemios, familiares, institucionales y deportivos, una es respetada y quizás tratada de un modo “correcto”. Esto no implica que los modos patriarcales, sexistas y lesbofóbicos desaparezcan; todo lo contrario, están a la orden del día como lo están los maltratos misóginos y machistas protagonizados por mujeres e incluso por las académicas más feministas y radicales. Me pasa que como académica joven, soltera y ciclista, corro el riesgo de no ser tomada en serio; es necesario “estar acompañada”, ser más “adulta”, más ruda, más varonil, eso que llaman “brava” en Chiapas. Tanto varones, mujeres e intersexos somos seres atrincherados, somos identidades institucionalizadas y acartonadas que si tantito nos movemos somos juzgados, excluidos, castigados y calificados de “raritos”.

Para el futuro, percibo un panorama jodido si no nos indignamos ante esta oleada de violencia naturalizada. Hablo de esa falta de enfado frente a las intolerancias por las muestras de amor y eróticoafectividades disímiles. El odio, la aberracción por mujeres no mujeres, por jóvenes brujas, por mujeres poderosas, por mujeres volátiles como las del poeta Oliverio Girondo, por varones femeninos, por muchachos dulces, por personas pudientes del corazón e inútiles ante lo neoliberal, por los chicoschicas, por los innombrables, todos blancos perfectos para la eliminación.

Estamos frente a una generación de violencias, en donde los crímenes se han masificado e incorporado socialmente. La oleada de feminicidios se ha unido con la de juvenicidios. En San Cristóbal de Las Casas llevamos más de década y media con asesinatos de chicas, tanto indígenas como mestizas, sin procesos legales justos. La trata de jóvenes migrantes –hondureñas, salvadoreñas, nicaragüenses y también tsotsiles y tseltales– y su inclusión en el cantinaje y en el fichaje, permite alimentar su discriminación y abuso en vez de dignificar su colaboración a la economía estatal y centroamericana. Me parece que si seguimos olvidando el valor de la vida misma y de nombres como el de Ana Laura –muerta, violada y tirada en San Cristóbal–, estaremos alimentando la apatía y el desamor.
Tania Cruz Salazar


Laura López Argoytia es coordinadora de Fomento Editorial de ECOSUR (llopez@ecosur.mx).


Ecofronteras, 2016, vol.20, núm. 56, pp. 30-35, ISSN 2007-4549. Licencia CC (no comercial, no obras derivadas); notificar reproducciones a llopez@ecosur.mx 
Palabras clave: mujeres, equidad, día de la mujer, ECOSUR, investigadoras

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